Mi cita con un gordófobo

Hace tiempo mi amiga M. se empeñó en juntarme con un compañero de su trabajo. Según ella teníamos intereses en común y pensó que podíamos congeniar, así que un día se lanzó a hablarle de mí al chico, le enseñó mi perfil de Instagram y lo cierto es que le gusté. Al menos, le gusté lo suficiente como para querer acordar una cita pseudo a ciegas en un restaurante que también eligió mi amiga basándose en nuestros gustos.

Hasta aquí todo genial, porque no todas las amigas se esfuerzan tanto en una cita que ni siquiera es suya, así que yo, que atravesaba una mala racha, estaba como los marcianitos verdes de Toy Story: eternamente agradecida. 

gordófobo

Cuando llegué al restaurante ya estaba mi cita esperándome. El chico era monísimo y, efectivamente, a los dos nos apetecía un montón comer en aquel restaurante y sí, teníamos en común algunas aficiones, como por ejemplo nuestra cinefilia desmedida o nuestra preferencia por los deportes al aire libre. Fue, precisamente, al sacar el tema del deporte que me saltó una red flag como una catedral. 

Estábamos hablando de una serie de pueblos de la región y yo le dije las rutas de senderismo tan chulas que se podían hacer por allí y que, de hecho, podíamos quedar con mi amiga M. y su novio y hacer una ruta los cuatro. Al decirle aquello, el tipo se echó a reír y me soltó:

― ¿Pretendes que M. haga una ruta por el campo? Ya puedes esperar sentada. Bueno, la que nos esperaría sentada sería ella. En el bar. Pidiéndose un bocadillo.

Lo decía riéndose, pero con mala leche, ¿sabéis a lo que me refiero? Era la típica broma con inquina y no me estaba gustando ni un pelo su tono.

― ¿Qué quieres decir? 

― A ver… solo tienes que fijarte en cómo se ha puesto de hace un año para acá. Igual antes sí hacía ejercicio, pero ahora me da que ha dejado el gym y se ha pasado a ñam

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Después de aquella frase me quedé tan impactada que no sabía qué decir. Lo único de cierto en todo su discurso es que mi amiga había puesto algo de peso en los últimos meses ¿Y QUÉ? ¿Acaso estaba impedida para caminar? ¿Acaso era una pedazo de vaga que se pasaba los días del sofá a la cama y de la cama al sofá? ¿De verdad se puede ser tan básico como para afirmar que una persona gana peso por tirarse todo el día comiendo bocadillos? Aquel chico no lo sabía, pero acababa de comprar un billete con destino a Villa Mierda, que era donde lo iba a mandar en los próximos minutos.

― Tú… tú eres un pedazo de imbécil.

El tipo se quedó petrificado. No se lo esperaba.

― Si pones a parir así a una amiga, ¿qué no dirás de otra gente? Eres un desagradecido. Encima te crees gracioso con la broma ‘del gym y ñam’. Seguro que te hacen gracia los monólogos de tíos quejándose de sus novias cuando van de compras. No tienes ni puta gracia. Eres un gordófobo.

Y me fui. 

Cuando mi amiga me preguntó qué tal la cita me sentí obligada a contarle la verdad, porque, entre otras cosas, pensé que le debía sinceridad ante semejante cretino. Por suerte, no pareció darle importancia ni se mostró dolida, tan solo se limitó a decir:

― Vaya chasco. Otro gilipollas y gordófobo más.

 

ELE MANDARINA