Siempre he sido guapa… de cara. Ya sabéis, nada nuevo. Siempre me he creído esos manidísimos comentarios que nos suelen hacer. Y, claro, al final, cuando tienes la autoestima por debajo de donde debería estar (es decir, por debajo de las nubes), acabas apropiándote de todo lo que conllevan esos comentarios.

Esto es: definir tu cuerpo y tu belleza en función de lo que dicen, sienten u opinan otras personas.

Te acabas creyendo que vaya lacra te ha tocado, que con lo guapita que eres de cara tengas esa barriga y esos pliegues y no puedas enseñar determinadas zonas de tu cuerpo porque vaya pena. Con lo guapa y joven que eres, que además de gorda, tengas esas cicatrices irremediables e irremediablemente feas. Pero ojo, porque a veces se da el caso y se entremezclan discursos un poco contradictorios: amigas que te quieren y quieren que te quieras porque qué importa lo que piense el resto de personas, que el perreo hasta abajo y la autoestima parriba, pero cuando la gorda no es la amiga, es eso: la gorda que hace risa o da asco. Pero no pasa nada porque sabes que en muchos casos ni se enteran de cuánto te identificas tú con esa gorda. 

En este punto, la autocompasión es clave. Mr. Wonderful aparte, podemos trabajar nuestra autoestima evitando culpas & Company. Recibir constantemente mensajes negativos sobre nuestros cuerpos hace que nos los acabemos creyendo y los hagamos propios. Entonces, encerramos lo que entendemos como defectos en una jaula de invisibilidad y los escondemos. Para nosotras mismas, claro. Si, total, yo no lo veo, nunca está en mi campo de visión. Además, como me consideran guapa de cara, las fotos siempre de cuello para arriba en #EspiraldeBelleza.

Un día, se me ocurrió coger el espejo que colgaba en la pared de mi cuarto y ponerlo sobre el escritorio para que reflejase las zonas de mi cuerpo que no eran guapas. Esas zonas que no veía, pero sí que sentía: las tocaba, sudaban, picaban, dolían… esas zonas están ahí y no vale el “si no lo veo, no existe”. No se van a ir a ninguna parte por el hecho de no mirarlas. 

“Pues sí que ocupo espacio”, pensé. Obviamente, xiki, tu cuerpo es grande. También pensé, a modo de consolación, que como era tan grande, mis cicatrices, en proporción, no ocupaban tanto. Tu cuerpo es grande, tu cuerpo tiene cicatrices, marcas, formas que son demasiado, otras que no lo son tanto como quisieras, relieves excesivamente marcados, zonas de tonos que ni sabías que podrías tener, pelos, estrías, manchas… una lista interminable.

Pero lo más importante de mirarte al espejo es darte cuenta de que tu cuerpo, además de todas esas cosas que te dicen y te dices, es tuyo. En ese momento, no hay nadie que te haga el comentario estrella, por muy interiorizado que lo tengas. Mirarte al espejo, especialmente hacerlo sin ropa, es darte la oportunidad de ser honeste contigo misme. Aunque al principio le digas muchas cosas feas (feas son las ideas sobre el cuerpo; no el cuerpo), mirarlo hace que lo normalices igual que habías normalizado todos los comentarios, miradas y críticas con las que os maltratas a ti y a tu cuerpo.

Normalizándolo te reapropias de él, lo haces tuyo de nuevo, dejas de escondértelo y abres el camino para darle el valor y el cuidado que se merece. 

 

Rosa Risa