Hace tiempo que quería contar mi experiencia, ya que creo que podría ayudar a algunas personas, aunque sólo sea ofreciéndoles un halo de esperanza.

Quiero compartir cómo superé la anorexia nerviosa o al menos, cómo mi cabeza hizo “click”. Cada persona y cada caso son diferentes. Durante la hospitalización en la unidad de Trastornos alimentarios, hablábamos a menudo sobre cómo habíamos llegado hasta allí, tanto entre compañeros como con los enfermeros y enfermeras, que convivían estrechamente con nosotros.

La mayoría teníamos un historial muy largo que incluía una personalidad perfeccionista, pero además de esto, cada uno era diferente. Aparentemente, no existía un único factor común que caracterizase a personas con este tipo de trastornos.

Recuerdo que una compañera una vez me dijo: “cada uno tenemos un detonante que hace que nuestro trastorno se active. A lo largo de la vida podemos encontrar diferentes detonantes en diferentes situaciones, pero, aunque a veces cueste reconocerlo, cada persona sabe cuál es el suyo”. Quiero recalcar esto porque, como he dicho, cada caso es diferente y este es el mío.

Hacía casi tres años que había conseguido dominar a ese monstruo que habita dentro de mí y me acababa de mudar al extranjero. Era independiente. Me mantenía dentro de unos parámetros sanos pero mi vida continuaba marcada por una rutina de conteo de calorías y ejercicio diario. ¿Qué le íbamos a hacer? Una no puede perder los papeles así como así. Trabajaba como freelance. Era estresante a la par que apasionante. Sentía que el rumbo de mi vida estaba en mis manos y al mismo tiempo, la ansiedad me consumía si un proyecto no iba como esperaba o si no podía cumplir con mi tabla de ejercicios esa mañana. Ni hablar de salir a cenar con amigos. Sin embargo yo adoraba mi independencia.

El primer invierno sola tuve una crisis y pedí ayuda psicológica. No fue fácil pero sabía que lo necesitaba. Lloraba a todas horas, en todas partes. Empecé a comer a escondidas compulsivamente. Luego intentaba compensarlo. Me enganchaba como una garrapata a cualquier ser humano que se me acercara. Estaba perdiendo el control y no sabía a dónde iba a ir a parar. En uno de mis desesperados intentos por salir a flote conocí a alguien que me propuso hacer búlder. Para quien no sepa lo que es, yo al menos no lo sabía bien, es una modalidad de escalada que consiste en escalar paredes de un máximo de ocho metros, por lo que no se requiere un arnés de protección. Me caí de unos tres metros de altura, no recuerdo bien cómo. En el hospital me dijeron que me había fracturado la columna vertebral y que no sabían si podría volver a caminar. Sentí esas palabras como una hostia a mano abierta en toda la cara.

Los siguientes tres días los pasé postrada en la cama, mientras me hacían pruebas para comprobar la estabilidad de mi columna. No podía ir al baño, ni lavarme, ni comer. Y en ese punto mi cabeza hizo “¡click!”. Sentí mucha pena por esa chica tumbada en la cama que había pasado los últimos tres años contando calorías, poniendo excusas estúpidas a sus amigas para no verlas y poder cumplir con su plan de dieta y ejercicio, mintiendo a su familia, envidiando, dejando la vida pasar mientras ella sólo pensaba en alcanzar la perfección. ¿Y ahora qué? No había alcanzado la perfección que tanto ansiaba y la vida acababa de darle un golpe que iba a cambiarlo todo.

En ese punto decidí que ya era hora de vivir y empecé a darle a mi cuerpo y a mi mente lo que me pedían. Hoy ya hace casi dos años de aquel accidente y por suerte (mucha suerte) la fractura no afectó la movilidad, por lo que en ese sentido, mi vida no cambió tanto. En cambio mi mente sí que cambió y gracias a ello hoy estoy un poco más cerca de quien quiero llegar a ser.

Todavía tengo manías, muchas situaciones cotidianas a la hora de comer o estar reunida con más gente me producen estrés. Sigo teniendo muchas inseguridades. La fractura se propició probablemente por una osteopenia que me diagnosticaron más tarde y hasta el momento he arrastrado algunos desórdenes hormonales. Pero ahora soy consciente y he tomado la determinación de trabajar en todo ello. Vivir y dejar que la vida me sacuda de vez en cuando. 

M.V.