Mi familia es de Reyes y la de mi marido de Papá Noel

 

En mi casa somos la prueba viviente de que los opuestos se atraen. Mi chico es de Pepsi, yo de Coca Cola. Él es diurno y yo nocturna. Él es activo y yo vagoneta. A él le gusta Burger King y a mí más McDonald’s. Él de series, yo de pelis. Él de thriller yo de fantasía. Y así con todo, todito. Pero nuestras diferencias nunca han sido irreconciliables, nos hacen incluso gracia. Aunque hay una que siempre crea conflictos, en especial desde que fuimos padres. Año tras año nos encontramos con la misma movida cuando llega diciembre. Porque mi familia es de Reyes y la de mi marido de Papá Noel.

Que sí, que sí. Que menudo un problema del primer mundo.

Stop indignados: no he dicho en ningún momento que esto fuera grave. Pero no es menos cierto que a veces nos pone en situaciones incómodas.

Al principio la verdad es que nos daba igual, era una más de nuestras peculiares diferencias y nos lo tomábamos a risa. Aunque ninguno de los dos se bajaba de la burra. Tenías que vernos abriendo los regalos. Él siempre me hacía un regalazo en Navidad, mientras yo le entregaba unos calcetines o unos calzoncillos. Yo me curraba mogollón su regalo del seis de enero, mientras me disponía a estrenar pijama esa noche.

Siempre íbamos cambiados, pero nos daba igual y hasta nos echábamos unas risas.

Sin embargo, la primera Navidad desde que fuimos padres nos planteamos que, por el bien de nuestro hijo, deberíamos intentar llegar a algún tipo de acuerdo. ¿El problema? Que mi familia no está dispuesta a ceder y la suya, pues tampoco.

 

Mi familia es de Reyes y la de mi marido de Papá Noel

 

Mis padres no quieren ni oír hablar de Papá Noel. No van a ceder ante ese invento norteamericano, faltaría más (ejem…). Y mis suegros no piensan privar a sus nietos de los juguetes con los que pueden jugar todas las vacaciones. ¿Cómo van a esperar a hacerles los regalos que han pedido hasta el último día? Luego empieza la rutina y ya no tienen tiempo de disfrutarlos como dios manda, hombre, por favor (ejem otra vez).

En realidad, aquí subyace otro problema mucho más importante. Que nuestras familias pasan de nuestros culos. Porque llevamos años intentando restringir los regalos que reciben los niños a algo que puedan contar con los dedos de una mano y… no hay manera. Por mucho que les permitamos que sigan en sus trece en cuanto a la autoría de lo que los niños reciben en cada casa, lo de que se corten un pelo, ni por casualidad, vamos.

Así que, otra Navidad más veremos cómo nuestros hijos y sobrinos se pasan de tuerca abriendo paquetes el 25 de diciembre en casa de mis suegros. Y a nuestros hijos y los de mi hermana haciendo tres cuartos de lo mismo el 6 de enero en la de mis padres, escuchando al abuelo repetir todo el rato que los Reyes Magos son mucho mejores que el señor ese del Polo Norte). Cosa que hará sumamente felices a los míos y que nos hará tirarnos de los pelos a mi marido y a mí.

Aunque todo esto de las desavenencias en cuanto a los héroes y los villanos de la Navidad, tiene una ventaja. Nosotros no tenemos las típicas discusiones para dividirnos durante las fiestas.

 

Mi familia es de Reyes y la de mi marido de Papá Noel

 

Es muy fácil, de hecho. Pasamos la Navidad con los adoradores de Santa Klaus y el fin de año el día de Reyes con mi familia. Un poco por el artículo 33.

Pero mis suegros felices y mis padres encantados. De modo que mi marido y yo tranquilos, que no es poco.

 

Naiara

 

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