¿Qué fue lo que pasó cuando mi hija Rocío me abrió mi perfil de Tinder teniendo yo 49 años? Lo cierto es que pasaron muchas cosas, algunas nada bonitas, y otras una auténtica locura. Yo se lo dije a Rocío, que aquello no estaba bien, que no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. Pero ella, en medio de una risilla nerviosa, me dejó claro que Tinder podría cambiarme la vida ¡y vamos si lo hizo!
Prácticamente un año tuve la aplicación descargada en mi teléfono, no quiero contaros todavía por qué decidí desinstalarla pasado ese tiempo. Lo que sí os puedo decir es que el dichoso Tinder me dio más de una sorpresa inesperada que merece la pena que os cuente. Por eso estoy aquí, porque quiero contaros cada una de las citas que tuve a mis 49 gracias a esta aplicación. En orden cronológico, para que entendáis un poco mejor las cosas. Ahí voy.
Mateo, un hombre con prisas
Fue mi primer match en Tinder y puedo jurar que me temblaron las piernas con Mateo hasta que lo conocí en persona (ya entenderéis por qué). Realmente fue él quien me envió el match en primer lugar, solo habían pasado unos minutos desde que mi hija Rocío había terminado de crear mi perfil y al escuchar aquel sonido el teléfono prácticamente se me escapó de las manos. Pero juntas revisamos su información y no nos pareció mala idea. Un hombre guapo, parecía culto y aseado, con una descripción no demasiado trillada. Rocío me dijo que no lo podía dejar escapar, que no perdía nada por conocerlo, y allí que me lancé.
El hombre con prisas, lo llamé, porque su primera pregunta fue si me apetecía quedar esa misma tarde para tomar una copa de vino. Me pareció precipitado y le pedí más información sobre él, sus gustos, su vida… Pero su impulso siempre era volver a invitarme de nuevo a esa copa, así que tras una tarde chateando decidí aceptar. Y estuve nerviosísima hasta que entré en el local de moda en el que me había citado, todavía no me podía creer que fuese a quedar así con un desconocido pero puse toda la carne en el asador. Me senté en un taburete, pedí una copa y casi al segundo un hombre se me acercó para presentarse. Mateo era un chaval de uno 25 años, quinqui hasta decir basta que olía a perfume de hombre que tumbaba para atrás. En seguida me dijo que a él le van las maduritas y que utiliza las fotografías de su padre para ligar, me pidió una oportunidad pero en serio, con aquello no podía. ¿Qué carajo para en Tinder?
Félix, el del cajero automático
Discutí con Rocío ante mi idea de desinstalar la aplicación después de lo ocurrido con Mateo. Mi hija se estuvo riendo de mí horas enteras, pidiéndome perdón por ser tan mala, pero haciéndose una imagen de aquella escena del quinqui pidiéndome una oportunidad para el amor. Milf me empezó a llamar la muy cabrona. No la culpo, yo en su lugar también me hubiera reído mucho.
Dejé el Tinder en el teléfono pero dejé de prestarle atención. Al menos hasta que varias notificaciones entraron de golpe haciendo vibrar mi teléfono. Las abrí sin muchas ganas y entonces vi la imagen de Félix. Imaginaros un hombre guapo, guapísimo, casi de catálogo, de esos que hasta insultan de lo guapos que son ¿lo tenéis? Ese era Félix. Le dije a Rocío, a la que siempre enseñaba todo lo relacionado con Tinder, que aquello no podía ser real. Pero después de un par de investigaciones en Facebook nos dimos cuenta de que sí, la realidad era esa, Félix estaba como un tren y yo le había gustado. De entrada le dije que me negaba a quedar sin conocernos un poco más y él me dio cháchara eterna. Tenía tema de conversación para rato, lo cierto fue que me pareció un hombre muy interesante y se le veía pendiente de mí al cien por cien. Estuvimos varios días chateando y tonteando en Tinder hasta que se decidió a invitarme a cenar el fin de semana.
A pesar de lo ocurrido con Mateo, Félix me daba muy buena espina. Además me apetecía verlo en persona y charlar con él cara a cara. Me citó en un carísimo restaurante de la ciudad, nada para un ejecutivo de las finanzas. Me puse de punta en blanco y allí que me fui. Félix me esperaba en la puerta, elegante, con la barba muy arreglada y un pelo canoso muy bien peinado. Me saludó con mucha delicadeza y juntos tuvimos una cena increíble. Champán, bogavante, solomillo… Fue una cena por todo lo alto, disfrutamos y reímos juntos. Yo ya estaba agradeciéndole a Tinder por haberme unido con aquel hombre fantástico. Hasta que llegó la hora de pagar. El camarero se acercó con la cuenta y Félix buscó su cartera en su chaqueta, tras unos minutos revisando me dijo muy seguro que estaría en su abrigo. Me pidió que lo disculpara un segundo y se fue hacia el guardarropa. No volví a ver a Félix nunca más. En su lugar, me tocó apoquinar un exquisita cena de casi 300 euros. No volví a verlo en Tinder nunca más, al menos no con ese nombre ni esas fotografías.
Teo, el de las ideas poco claras
Mi última cita de Tinder me había costado la friolera de 300 euros, así que le dije a Rocío que hasta ahí había llegado mi aventura en la aplicación. Ella intentó disuadirme contándome que todo aquello solo había sido cosa de la mala suerte. Que Tinder es infinito y que le diera otra oportunidad. Empezaba a pensar que mi hija se llevaba comisión o algo por cada cita, porque sino no podía entender su empeño en que yo encontrase una pareja en condiciones en la aplicación.
Así que de esta vez había decidido ser yo la que llevara la iniciativa, no esperar a que ningún hombre se fijase en mí, sino seleccionar yo misma a alguien que me pudiese interesar. Y tras varios match fallidos, Teo y yo nos pusimos a hablar. 52 años, abogado, divorciado, amante del baloncesto y cero futbolero. Teo podía ser la cita perfecta, al menos según su descripción. En el chat era muy tranquilo, tanto que sus respuestas me llegaban casi de pascuas en ramos. Le pregunté si realmente tenía interés en conocerme y me dijo que sí, pero que todo lo de Tinder le daba mucho miedo. Me abrí a él y decidí contarle mis experiencias, parece que la idea fue nefasta porque Teo lo único que me respondió fue que si eso le ocurriera a él ya hubiera enviado la aplicación a la mierda. Sí Teo, es que yo soy bastante masoca.
Pero el caso fue que nos fue bien, y al día siguiente le pregunté a Teo si le apetecía quedar para desayunar en un bonito café de mi barrio. Él aceptó y yo, para ser sincera, estaba bastante ilusionada. No se le veía lanzadísimo, un hombre normal, con sus incertidumbres y sus cosas, además me parecía bastante sexy. Cuando lo vi entrar en el café corroboré que Teo era un chico muy guapo, que para nada aparentaba la edad que tenía. Pedimos un café y unas tostadas y nos pusimos a hablar, o al menos yo me puse a hablar. Teo mientras tanto daba vueltas a su café sin parar, nervioso, movía las piernas cada vez más rápido, como sin saber dónde meterse. Le pregunté si se encontraba bien y le pedí que se tranquilizase. De pronto yo parecía la pro del Tinder frente a un hombre desvalido que no quería ser devorado como una presa.
Poco a poco Teo se fue tranquilizando, pero no había manera de mantener una conversación fluida con él. Me contó que siempre había sido muy cortado y que ya había tenido otras citas pero que ninguna había funcionado por su culpa. De repente la madre que hay en mí salió para darle un poco de apoyo y arropar a Teo, me daba una lástima horrible. Le pregunté si se había planteado alguna vez una terapia y empezamos a hablar sobre su problema. Para cuando terminamos, Teo me dio las gracias y me dijo que no tenía claro si le apetecía volver a verme, porque me había contado demasiadas cosas personales y no dejaba de ser una total desconocida comiéndose una tostada de aceite y jamón. Me dio las gracias de nuevo y se fue, no sin antes dejar un billete de veinte euros sobre la mesa. Nunca supe cómo interpretar aquello.
Samuel, el fin del Tinder
Me habían puteado, me habían robado 300 en una cena, me habían utilizado como terapeuta… No, Tinder no era para mí. No podía haber un final feliz para esta mujer y esa aplicación. Mi amor no se encontraría entre aquella red de hombre con ganas de conocer a gente. Había puesto demasiado por mi parte para no conseguir nada a cambio. Le dije a Rocío que hasta allí había llegado. Era 20 euros más rica y bien podría montarme un consultorio en el café más bonito del mundo, pero Tinder me había dado demasiadas desilusiones en muy poco tiempo. Fin.
Y para cuando ya había borrado aquella aplicación del demonio de mi vida, pasados pocos días el Messenger de Facebook me avisó de la entrada de varios mensajes. Jamás utilizo ese servicio, nunca, así que me extrañaba muchísimo que de pronto aquello se pusiera a pitar. ‘Samuel XXXX quiere enviarte un mensaje‘. ¿Y quién era esa persona y para qué quería ponerse en contacto conmigo? Abrí el mensaje y leí:
Hola Adela, me llamo Samuel y esto me da muchísima vergüenza… Hace algunos días vi tu perfil en Tinder y estuve a punto de contactar contigo pero me moría de la vergüenza y ahora veo que ya no estás. Te conozco porque trabajo en XXXX y alguna vez he tenido que ir a tu oficina y la verdad es que siempre me has parecido una mujer increíble. Verte en Tinder me dio a entender que quizás te podría interesar que tomásemos algo juntos sin nada más que pasar un rato y charlar. Un abrazo.
Entré en el perfil de Samuel y en seguida me di cuenta de quién era. Un chico de unos 40 y pocos muy agradable y educado. Lo cierto es que siempre había pensado que estaba casado pero según su Facebook parecía que estaba equivocada. ¿Qué hacer ahora? ¿Responder? ¿Dejarlo pasar? Al menos a Samuel ya lo conocía, sabía que no me iba a encontrar con un loco o con un ladrón. Volví a abrir el chat del Messenger y le respondí saludándolo y contándole un poco por encima el por qué de mi decisión de huir de Tinder. ‘Me tocó lo mejorcito de cada casa, Samuel, menudo lugar para encontrar pareja…‘ Aquello abrió la puerta a que ambos nos pusiéramos a bromear sobre sus citas y las mías. Samuel, además de todo, era increíblemente divertido.
Acepté esa copa juntos y la cosa salió bastante bien, podría decirse que muy bien. Repetimos en más de una ocasión, un cine, una cena en un restaurante japonés, un café de imprevisto en el descanso del trabajo… Hasta una escapada a una casa rural. ¿Puedo agradecer a Tinder mi relación perfecta con Samuel o lo nuestro fue gracias a los daños colaterales de la aplicación? Yo ya no sé, pero qué bien salió todo al fin y al cabo.
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