Han sido mis hijas las que me han pedido que escriba este relato. Todavía no sé muy bien qué quieren exactamente que os cuente, simplemente me han sentado frente al ordenador y abrazándome han dicho ‘vamos mamá, cuéntales cómo fue tu historia con papá‘.

Así que aquí estoy, escribiendo e inundada de recuerdos maravillosos con mi querido Luis. Siento si en algún momento de esta historia os aburro con mis detalles insignificantes, pero ahora mismo toda imagen del que ha sido el hombre de mi vida es para mí imprescindible.

¿Qué año sería? Quizás 1972. Yo tenía entonces diecisiete años y acababa de decidir que lo de estudiar no era para mí. Pero como en aquellos tiempos lo de ser nini no se contemplaba de ninguna de las maneras, mis padres me dieron como única elección la de empezar a trabajar en el negocio familiar.

Era joven y por supuesto tenía mis pájaros en la cabeza, aunque entre cuidar de mis hermanos pequeños, arreglar la casa de vez en cuando y trabajar a las órdenes de mi madre… apenas tenía tiempo de soñar despierta.

años 70

Eran otros tiempos. Mis amigas ya empezaban a tener pareja estable, muchas con planes de casarse, otras preferían estudiar y tener su carrera. La mujer empezaba a despuntar en la sociedad, todavía muy a la sombra de la figura del hombre, pero al menos podíamos tomar ciertas decisiones por nosotras mismas. Todo un logro teniendo en cuenta los años que han pasado desde entonces.

Recuerdo perfectamente el día que mi padre, un señor alto y de voz muy grave, nos informó de que nos iríamos a vivir a las afueras de la ciudad. Mi madre, una mujer cosmopolita y muy adelantada a su época, puso el grito en el cielo. Que a ver qué iba a hacer ella viviendo en el campo, ¿qué pasaría con sus amigas? ¿y con sus quedadas a media tarde en el Café Bohemio?

Yo me mantuve en silencio pero en mi interior solo se despertaron preocupaciones. Comencé a imaginar que el negocio no iba todo lo bien que debería y que mi padre ya no se podía permitir ese gran piso en pleno centro de la ciudad. Miré a sus ojos y por primera vez en mi vida sentí lástima al hacerlo.

La mudanza fue prácticamente inminente. Mi padre parecía tener todo más que planeado porque en tan solo una semana ya estábamos trasladando todos nuestros preciosos muebles. Y fue entonces cuando comprendí que las cosas no iban mal, sino que aquel era un paso adelante para nosotros.

Estaba sentada en el coche cuando vi un altísimo edificio rodeado de zonas ajardinadas todavía en construcción. Aquel coloso sumaba mínimo veinte plantas, y nuestra casa estaba ni más ni menos que en una de las más altas. Poco a poco nos acercábamos y empecé a sentir vértigo.

¡Es la casita más alta que he visto en mi vida!‘ gritó mi hermano pegando la cara al cristal de la ventanilla.

Yo me había quedado sin palabras. Acostumbrados a la ciudad y a sus casas de no más de cinco pisos, aquello superaba todas nuestras expectativas. Papá bajó del coche orgulloso y abrazó a mamá, que intentaba mantener su cabreo ante la enorme sorpresa que su marido le había dado.

Fue entonces, ese mismo día, cuando vi a Luis por primera vez. Intentaba subir una de mis maletas al ascensor cuando un señor mayor vestido de portero entró en el portal pegando gritos a un chaval serio y delgaducho. En cuanto me vieron cambiaron el gesto y rápidamente se acercaron a mí para ayudarme.

¡Espabila Luis y ayuda a la señorita con el equipaje!‘ vociferó el hombre dando una colleja a aquel chico silencioso.

Yo solté la pesada maleta y Luis entró corriendo procurando que las puertas del ascensor no se cerrasen. Di las gracias pero su mirada no dejaba de clavarse en el suelo. Pude sentir que se ruborizaba y creo que yo también lo hice.

Los tres subimos en silencio hasta mi casa de la planta dieciséis. El edificio aun olía a pintura fresca y muchos de los detalles de lo que después sería una vivienda de lujo estaban a medio terminar. De todas las casas habitables tan solo cuatro familias nos estábamos instalando en aquel momento. Éramos los primeros en residir en aquel edificio moderno y futurista (al menos para esa época). Y a nosotros se sumaban Luis y sus padres, contratados para el mantenimiento y portería.

Fueron días caóticos. Mi madre, que era la reina del drama, lloraba cada noche agobiada deseando poder ver su casa al fin a su gusto. A mí me destinaron a ayudarla, así que cumplí sus órdenes intentando morderme la lengua cuando se ponía insoportable (que era bastante a menudo).

Una mañana llamaron al interfono para que bajásemos a firmar el recibo de la lavadora. Mamá puso el grito en el cielo porque la habían pillado en bata y sin peinar, así que me envió a mí ascensor abajo para que cumpliera con el cometido. Al llegar encontré a un hombre con cara de pocos amigos y a Luis que mantenía la puerta abierta mirando fijamente al electrodoméstico.

Ya se las apañarán ustedes para subirla, buenos días‘ y aquel descarado hombre dio media vuelta dejándonos allí con la lavadora en medio del portal.

A Luis se le abrieron los ojos una barbaridad, la cara de susto que puso entonces hizo que me diera la risa.

Pues nada, ¿me ayudas?‘ pregunté sonriente intentando empujar sin éxito la caja.

Como pudimos, llegamos al ascensor. Luis sonreía, los dos sudábamos como pollos cuando al fin las puertas se cerraron. Se hizo el silencio.

Eres un chico de pocas palabras, ¿verdad?‘ solté esperando romper un poco el hielo. Él levantó la mirada dubitativo.

Puede, soy un chico sin más, tú tampoco me habías hablado nunca‘ respondió dejándome completamente cortada.

Entonces sentimos un frenazo brusco y el ascensor se paró en seco. En seguida comencé a apretar todos los botones que había en el panel pero ninguno respondía. Ni siquiera la campana de emergencia. Me empecé a agobiar.

Hoy tenían que venir los técnicos a dar una última revisión al ascensor, está claro que no funciona bien‘ añadió Luis procurando ser gracioso.

Lo miré perdonándole la vida e intentando no entrar en pánico. Claustrofobia. Me faltaba el oxígeno. Mi compañero de fatiga me empezó a contar un montón de tonterías sobre su vida claramente buscando que yo me entretuviese con algo. Yo continuaba respirando hondo y empecé a ver algo cómico en toda aquella estampa.

Ni más ni menos que dos horas estuvimos encerrados en apenas cuatro metros cuadrados. Ciento veinte minutos en los que Luis y yo nos pusimos al día de mil batallitas de adolescentes. Fue entonces cuando descubrí que aquel chico era un año mayor que yo y que su sueño en la vida era ser piloto de las fuerzas aéreas. Secretos que ni sus padres se imaginaban y que, por algún motivo, había decidido contarme a mí.

Cuando al fin fuimos libres mi madre estaba esperándome montando una escena digna de película malísima. Se había maquillado y peinado para la ocasión, y me abrazó como si me acabaran de resucitar. El padre de Luis, por su parte, le propinó otra colleja a su hijo casi culpándole de aquel incidente.

Y así comenzó nuestro periplo. Desde aquella mañana de encierro las miradas entre Luis y yo empezaron a tener significados ocultos que solo nosotros entendíamos. Aprovechábamos cualquier momentito en el portal para charlar y ponernos al día de nuestras vidas. Empecé a pelearme con mis hermanos por ser yo la que tirara la basura cada noche. Nos buscábamos entre los muros de aquella urbanización y siempre nos encontrábamos.

Un par de meses después, en pleno invierno, mi padre pidió a Luis si podría acercarme con el coche al trabajo. Recuerdo que era un día oscuro y feo, diluviaba en la ciudad. Mi amigo y yo nos metimos en el diminuto coche y nos mantuvimos en un incómodo silencio. En la radio sonaba Don McLean y su canción del momento ‘American Pie‘. Y casi sin quererlo, nos miramos y nos besamos.

El agua caía sobre el coche haciendo un ruido atronador. Fue un beso tímido y muy suave. Fue un instante que jamás olvidaré por muchos años que pasen. Aquel fue mi primer beso. Un millón de mariposas comenzaron a revolotear en mi interior haciéndome cosquillas. Así dio inicio una de las épocas más difíciles de mi vida.

Lo que sigue sí que es realmente mi historia junto a Luis. Nuestra lucha, nuestra aventura..

 

 

Fotografía de portada