Mi jefa me llamó en pleno polvo y yo descolgué sin querer

 

Llevo tres años trabajando con esta mujer y, en líneas generales, no puedo quejarme.

Es una jefa justa, sensata y muy razonable. En realidad, solo tengo un problemilla con ella… El problema es que se ha vuelto como muy dependiente de mí.

Desde que se le ocurrió eso de convertirme en una especie de segunda al mando, la tengo en la chepa todo el día.

Me necesita constantemente, todo me lo pregunta. No sabe dónde está nada, no sabe quién viene, a dónde va. Soy su asistente/agenda/paño de lágrimas. Lo cual no sería tampoco tan grave, si no fuera porque se debe de creer que tengo que estar disponible a tal efecto las malditas 24 horas del día.

Le pase lo que le pase, necesite lo que necesite, ella coge y me llama. Da igual que sea la hora de comer, las diez de la noche de un miércoles o las ocho y media de la mañana de un domingo. Me ha despertado, me ha sacado de todo tipo de eventos familiares. Es que yo creo que ni se lo piensa, le da al botón de llamar y ya si eso cuando nota que quizá no era el momento, me pide perdón.

Se disculpa, pero no aprende. Vuelve a hacerlo una y otra y otra y otra vez. A mi móvil personal, que ni móvil de empresa tengo.

Y yo aguanto porque me gusta ese trabajo, no me pagan mal de todo y, a ver, que está la cosa jodida. Lo que ocurre es que ya se está pasando de castaño oscuro.

Insisto en que no es mala tía, pero me tiene hasta el toto con tanta llamadita fuera de horas.

 

Mi jefa me llamó en pleno polvo y yo descolgué sin querer

 

Porque ya estoy cansada de poner continuamente en pausa mi vida personal para atender sus movidas. Máxime cuando la mitad de las veces se trata de chorradas que pueden esperar sin problema.

La semana pasada me llamó a las 22:45 para preguntarme si había confirmado una reunión de la que estaba pendiente para dos días más tarde. Joder, dime tú si no podía esperar las ocho horas y cuarenta y cinco minutos que me faltaban para entrar a la oficina.

Pero no, como ella va por la vida como pollo sin cabeza y sin saber en qué día vive, pues para eso me tiene a mí y no se corta en utilizarme.

Yo me cabreé mogollón, y me dije: hasta aquí.

Me prometí empezar a reeducarla y hacerlo desde ya.

Hablé con ella (otra vez…) y le comenté que por favor intentara no llamarme si no era estrictamente necesario.

Pensaba que había funcionado porque esa semana no marcó mi número más… Hasta el sábado.

Verás, en mi casa el sábado noche se folla. Esté mi chico o no, así te lo digo. Yo el sábado me doy un homenaje sí o sí, que me lo merezco.

Pues tenía al chaval entre las piernas cuando escuché mi móvil sonar con la melodía que le tengo asignada a la jefa. Un puto sábado a las doce de la noche.

En el fragor de la batalla, solté una maldición, cogí el teléfono, le colgué y seguí dándolo todo.

O eso creía yo.

 

Mi jefa me llamó en pleno polvo y yo descolgué sin querer

 

Porque al día siguiente, hablando con él de lo pesada que era y lo hasta el coño que me tenía, fui a comprobar en el registro de llamadas cuántas veces y a qué horas me había llamado últimamente. Y casi me da un parraque cuando vi que la llamada de la noche anterior había durado tres minutos y veintidós segundos.

Tres minutos y veintidós segundos de ‘oh, dios, joder, sigue, no pares, joder, ¡me corro!’. Calculo yo, así a ojo.

¿Cómo es que le di a responder en lugar de a rechazar? ¿¿¿¿Cómo es que no colgó???? Ni puta idea.

Me planteé renunciar. Llamar el lunes y decir que me iba de retiro espiritual a buscar el sentido de la vida.

Pero no me lo puedo permitir, así que fui. Y ella también. Y no me dijo nada al respecto. Ni siquiera me hizo saber para qué cojones llamaba a esas horas.

Y lleva dos semanas sin llamarme al móvil fuera de mi horario.

 

Anónimo

 

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