Esta historia pasó hace años, pero sigo notando su efecto tanto en las relaciones amorosas que tengo como en las de amistad. 

Cuando acabé bachillerato, me dieron una buena beca para poder estudiar una carrera, así que me fui a una ciudad grande y decidí alojarme en una residencia universitaria, donde pensaba que conocería a más gente y no tendría que preocuparme por los dramas de los compañeros de piso, de los que ya me habían advertido. 

Estaba nerviosa al principio, ya que yo nunca he sido una persona muy social. Mi vida social en mi pueblo se basaba en quedar con mi novio de toda la vida, al que llamaremos P, todos los fines de semana. Nunca fui capaz de conectar con ninguna chica de mi edad, así que el tema de mi incomodidad social me preocupaba de cara a afrontar la universidad potencialmente sin amigos. 

Tuve mucha suerte, la compañera de habitación que me tocó, a la que llamaremos S, era muy extrovertida y bastante amable conmigo. Ella era bastante popular, conocía a mucha gente de nuestra edad en nuestro curso pero también a gente más mayor de la universidad que nos invitaba a fiestas y nos llevaba por ahí en coche. 

Decir que me volví dependiente de S es quedarse corto. No me veía lo suficiente desenvuelta socialmente como para quedar con los grupos yo sola, así que salía cuando salía ella, me ponía lo que ella me decía y hablaba de los temas de cotilleo que ella me había contado. He de decir que S no tenía especial interés en mí, me decía de quedar a menudo y me incluía en sus planes, pero no éramos íntimas. 

Todo eso cambió un fin de semana en el que mi novio, P, vino a verme y salió con nosotras. Noté un especial interés de S en mi novio, pero, inocente de mí, pensé que simplemente le había caído bien. Desde ese entonces, se volvió mi amiga más íntima, me contaba todas sus cosas, esperando que yo le contara todas las mías a cambio, incluyendo mi historia con P y todas nuestras intimidades. 

P comenzó a venir más a menudo, incluso él y S quedaban cuando a mi no me apetecía salir, parecía que venía a verla exclusivamente a ella. En ese entonces, yo no me di cuenta de que esto no era normal, porque yo no sabía lo que era normal respecto a un grupo de amigos, nunca había tenido uno. Mi primera bandera roja fueron los mensajes. Incluso cuando yo pasaba tiempo en el pueblo con P, él estaba distraído hablando con S por mensajes, riéndose, con mucha complicidad. De nuevo, lo achaqué a que habían sido amigos, pero esta vez si que me dejó un mal sabor de boca. De todas maneras, jamás me hubiera imaginado lo que acabaría pasando. 

Un día que llegué a la habitación de la residencia casi anochecido porque tenía prácticas en la universidad, me sorprendieron unos ruidos extraños que venían desde dentro. No pensé que podía ser S con algún chico, porque, en ese momento, ella tenía pareja y él no venía ese fin de semana. 

Cuando abrí la puerta y encendí la luz, me di cuenta de que el causante de los ruidos no era otro que mi novio, P, metido en la cama de S, en mi propia habitación. Me quedé allí pasmada, como una boba, mirándolos boquiabierta. Para mi sorpresa, ellos me miraron y se rieron. Al tiempo me confesaron que pensaban que ya me había imaginado que me engañaban, pero mi inocencia no me lo había permitido. 

A día de hoy, este engaño me repercute en mis relaciones de pareja, me cuesta mucho confiar. Pero también, lo noto en mis relaciones de amistad. Si antes me costaba hacer amigos, ahora soy mucho más desconfiada y no es justo. Sólo espero, con el tiempo, poder superar esto y poder decir, por fin, que tengo una amiga de verdad.

 

Anónimo