Cuando tenía 16 años todas mis amigas empezaron a acostarse por primera vez con sus novios, que en ese momento iban a ser para toda la vida. Siempre había leído y escuchado la importancia de que la primera vez fuese con alguien a quien quisieras y te quisiese porque es muy especial, blablabla. Iban pasando los años y yo me seguía fijando en chicos que pasaban completamente de mí. Como tomé pastillas anticonceptivas desde los 17 a los 25, mi libido era tan baja que no sentía ganas de acostarme con alguien más allá de la presión social. Digamos que mis ganas eran teóricas pero mi cuerpo no me pedía nada. Hasta que me las dejé.

A los pocos meses de dejar aquella sustancia que no tenía ni idea de cuánto me había afectado, noté por primera vez lo que era el deseo sexual. Empecé con la masturbación y disfruté mucho sola durante un par de años hasta que un día, un amigo de hace muchos años que me había tirado ficha el verano anterior y al que yo había rechazado, pasó por detrás de mí colocándome sus manos en las caderas mientras yo estaba ligeramente inclinada hacia delante. Lo que sentí en ese momento me pilló de sorpresa y poco a poco empecé a verlo de otra forma. Las miradas que nos echábamos me alteraban cada vez más y sin decirnos nada, sabíamos lo que los dos queríamos. Yo tenía claro que no estaba ni lo más mínimo enamorada, era pura atracción, así que me quité los nervios que en otras ocasiones había sentido al acercarme a alguien que me gustaba y solté todo aquello que se me pasó por la cabeza.

Nos fuimos una noche a casa de un amigo en la playa y ya por whatsapp hablamos de que dormiríamos en la misma habitación, aunque nos picábamos discutiendo sobre quién dormiría en el suelo. Nos pasamos la tarde tonteando y cuando llegó la noche, se subió a la habitación sin decir nada, no sin antes echarme una de esas miradas que incendian, y al poco subí yo. Me sorprendí a mí misma por cómo actuaba. Yo, que me lo pensaba todo demasiadas veces antes de actuar, ya no pensaba. Mi cuerpo mandaba por encima de mi cabeza. Nos empezamos a besar y llegó esa sensación en que el cerebro se para del todo y tu parte animal sale para saber qué hacer en cada momento y llevarte a otra dimensión. Me desnudé por primera vez delante de un chico, con la luz encendida y sin pensar lo más mínimo en mis complejos. Como estaba con la regla, disfrutamos de todo menos de la penetración porque yo se lo pedí. Lo usé en realidad como excusa porque no me sentía preparada del todo para ese paso.

Qué importante es escucharse a una misma y pasar de las presiones sociales. Tenía 27 años, cualquiera me hubiera dicho que aprovechase, pero no dudé en esperar a cuando lo quisiera de verdad. 

A la semana volvimos a quedar y ahí sí que quería. La semana se me hizo muy larga y las conversaciones por whatsapp subidas de tono que me hacían tener cara de tonta allá donde iba me prepararon más que suficiente. A pesar de lo a gusto que estaba, lo intentó y no hubo manera de que entrara, a lo que él respondía que no entendía qué pasaba, supongo que haciéndose el tonto. Con la mirada al suelo avergonzada porque siempre me ha supuesto un lastre, le dije que nunca había estado con nadie. Se puso enfrente de mí y mirándome a los ojos me dijo: “¿y qué?”. Le quitó toda la importancia que le estaba dando yo. Siempre me había dado miedo el momento de confesar que era virgen porque sentía que se iban a espantar, que no iban a querer estar con alguien que no tuviera experiencia, y cuánto me equivoqué, o al menos acerté con la persona. Dejamos de intentar la penetración y seguimos con sexo oral, a lo que él me preguntó si había hecho eso con otros y al decirle que no, pude ver la excitación máxima en su cara que me confirmó con palabras. 

Esa noche no volvió a intentarlo, pero a la semana siguiente después de trabajar bien con los dedos y estando yo en total calma y éxtasis, entró perfectamente, sin dolor ninguno y lo disfruté muchísimo. El hecho de que no estuviera enamorada hizo que pudiera centrarme en mi placer y dejarme llevar totalmente sin miedo a hacer algo mal o a lo que él pensara de mí.

Estuvimos más de un año acostándonos prácticamente cada semana y disfrutando durante horas el uno del otro, hasta que yo me confundí, quería más y él me dejó claro que solo éramos amigos con mucha atracción. Después de muchas idas y venidas, conseguí pararlo del todo, porque él nunca me iba a decir que no pero yo no podía seguir conformándome con migajas.

A pesar de que los últimos meses fueron difíciles para mí, no me arrepiento en absoluto de nada. Me conocí a mí misma en un nuevo terreno, fue con alguien que me quería aunque no fuera románticamente y al que yo conocía de verdad y estaba en confianza. Me trató muy bien y con mucho cariño en cada momento y pude ser yo sin las inseguridades que el amor de pareja me saca. Una vez pasados los meses sin él, me di cuenta de que efectivamente yo tampoco estaba enamorada, pero al ser las primeras veces es muy fácil confundirse, y no tiene nada de malo.

 

Cora C.