Esta es una historia tierna a la par que divertida donde la ignorancia adolescente del momento en que sucedió y por supuesto de la falta de experiencia juegan un papel protagonista. Si, chicas. Era nuestra primera vez y ambos lo sabíamos; por lo que en el ambiente corría un cocktail de emociones, la extraña sensación de ilusión con un toque de nerviosismo e incluso algo de miedo: Miedo a hacerlo mal, a no saber cómo actuar o cómo hacerlo. A qué decir.

Ya sabéis como va.

Nos conocíamos ya desde hacía meses por lo que habíamos hablado de este momento y del significado que tenía para los dos: Por lo menos estábamos de acuerdo en que tenía que ser especial. Habíamos tratado de conseguir un sitio más íntimo y resguardado, pero el vivir todavía con los padres y el no tener una segunda opción dificultó muchísimo las cosas. Hay quien tiene una segunda residencia, o un hermano que vive cerca. Nosotros nos teníamos el uno al otro y nada más, así que al final decidimos que “la mejor opción” para nuestra primera vez era hacerlo en la playa.

 

Nuestro sitio especial

Como siempre le recogí en la estación de tren y fuimos a dar una vuelta: Risas, achuchones, besos, abrazos. Os lo podéis imaginar, vaya. Y finalmente llegamos a la zona de playa y nos encaminamos al lugar más resguardado y más lejano que conocíamos en esa zona. Nada de chiringuitos, nada de gente. Mucha arena, el sonido de las olas del mar y un pareo. Y un condón. Sí, solamente uno porque repito éramos jóvenes e ignorantes. Además de gilipollas, claro.

pareja

Tendimos el pareo y sacamos algo de beber para amenizar la situación; poco a poco estábamos cada vez más acaramelados y más cerca. Recuerdo estar nerviosa y cachonda a partes iguales. ¿Alguna vez habéis estado con las bragas mojadísimas pero sin ser capaces de abrir las piernas? Pues así iba yo en mi primera vez. Y supongo que él también porque llegó un punto en que ya era obvio que sus manos iban dirección a mis muslos, pero no pasaba de la cintura. Y eso que ya habíamos tanteado esa zona antes.

Finalmente, le eché valor y empecé por desabrocharle el cinturón y el pantalón. Recuerdo ese momento porque ambos bien tímidos como éramos entonces, nos miramos y de los nervios pusimos esa típica sonrisa tonta que te sale de natural. Ahí todo empezó a fluir de otra forma y fuimos avanzando hasta llegar al primer punto mágico.

 

En toda primera vez hay tres momentos de crisis importantes

 

  • El primero es “poner un condón”. Si aún hoy me cuesta ver para qué lado va (e incluso me equivoco), ya me podéis imaginar en medio de la playa y a oscuras. Total, que no hubo manera. Y lo peor de todo es que él tampoco pudo hasta el tercer intento por lo menos (y dimos las gracias porque era el único que teníamos, no había otra oportunidad).

Ahí empecé a recordar todos los consejos que mis amigas me habían dado esa misma tarde e incluso me vinieron a la cabeza algunas imágenes de películas que había visto (¡ERROR! Ahora soy consciente que muestran irrealidades considerables, pero que queréis a esa edad la consideraba mi única fuente de información fiable). Me dispuse y empezó.

 

  • Llegó el segundo momento de crisis: Coordinar movimientos. Entre los nervios, la postura incómoda y el dolor que sentía no miento si os digo que tuvimos que intentarlo varias veces hasta que conseguimos ir al unísono. Ahí fue cuando empezó la parte buena y empezamos a disfrutar los dos de compartir el momento juntos. Confesaré que yo acabé abajo abrumada por las olas de sensaciones nuevas y él haciendo gran parte del esfuerzo.

 

  • Entonces apareció la tercera crisis: Cuando uno se corre y el otro no. Él consiguió acabar a los pocos minutos (diré que intentó aguantar) y cuando lo noté sentí una decepción impresionante. Cayó encima de mí aún temblando y recuerdo que susurró un “lo siento” en mi oído.

 

Fue agridulce ver que se había venido arriba y a mi no me había dado tiempo; pero si algo se le daba de lo más bien era mover la lengua. Así que en cuestión de segundos tenía su cabeza hundida entre mis piernas. Y, joder, ahí sí que llegué. Cuando acabé y me miró a los ojos ambos empezamos a reír.

primera vez

Después de unos segundos abrazados empecé a notar algo que no había visto venir y que es un error de novatos de catálogo: El pareo se había enroscado a nuestra espalda y tenía todas las piernas, el culo y el coño lleno de tierra. Él tenía arena hasta en la boca. Tratamos de sacudirnos todo lo posible y él hizo unas gárgaras. No sirvió de nada. Hasta que no nos pegamos un buen baño no salimos limpios, y confirmo que estuve un par de días sacando arena de la mochila y de la habitación.

 

Conclusión: Plantea bien tus primeras veces.

No me quejo de la mía, ya que he oído dramones mucho peores, pero como consejo si te vas a bañar a la playa de noche llévate una toalla y abrígate después o te vas a pasar una semana resfriada arrepintiéndote.

 

Moreiona