¿Alguna vez os ha pasado eso de que alguien os haya dicho decenas de veces algo que es bueno para vosotras, y vosotras simplemente no erais capaces de verlo? Con alguien puedo hablar de una persona o de muchas. Personas que os quieren, que os apoyan y que, definitivamente, solo quieren lo mejor para vosotras. Pero aún así seguís con el no, eso no es para mí, eso no es lo que yo quiero, eso no es lo que yo necesito. Y después de meses o incluso años un día te despiertas y piensas ‘eso es justo lo que necesito’ y es lo que todo el mundo te estaba diciendo que necesitabas.
Tenemos nuestros tiempos, todas. Todas necesitamos tiempo, ver las cosas con perspectiva y crecer rodeadas de ‘te lo dije’ para finalmente elegir qué camino queremos seguir, con quién queremos seguirlo y disfrutar de él a cada paso.
Esta cuarentena me ha dado por pensar, dejé de escribir porque no sabía sobre qué hacerlo, me plantaba delante de la pantalla en blanco y pensaba ‘qué tengo yo para contarle al mundo’, la respuesta siempre era la misma: nada. Estaba seca de ideas, seca de inspiración, seca de esa chispa que siempre me ha caracterizado y joder, ha dolido. Pero ahora, después de cuarenta y cinco días sin salir de esta casa, sin entenderme a mí misma, sin entender a los que me rodeaban y sin querer entender la vida en sí misma de repente me he dado cuenta, no me gusta cómo estoy llevando las cosas, no me gusta lo que estoy haciendo, no me gusta mi trabajo y no me gusta mi rutina. Antes de la cuarenta y durante ella.
Encontré mi vía de escape en la cocina y no hago otra cosa, todos los días me curro mazo lo que voy a hacer de comer para toda la gente que vive conmigo, somos cuatro amigos compartiendo setenta metros, descubrí que era mi manera de sentirme bien, de sentirme útil, de sentir que servía para algo y justo anoche me quedé pensando… ¿De verdad todo lo que tengo para ofrecer son platos de comida a la gente a la que quiero? Que sí, lo es y me parece precioso, pero yo soy más, yo soy mucho más, tengo mucho más.
En mi caso el problema ha venido encadenado al trabajo. En un año mi vida ha cambiado radicalmente, de estar estudiando lo que más amaba en el mundo (interpretación) acompañada de los mejores compañeros de clase imaginables a trabajar cuarenta horas diarias como operadora telefónica por las tardes, saliendo de trabajar a las 22h de la noche, llegando a casa cansada, sin ganas de socializar, sin fuerzas para hacer poco más que sentarme en el sofá y ver la serie de Netflix del momento y joder, cómo llegué a creerme que mi vida realmente se podía reducir a eso.
Ya no había conversaciones profundas con mi mejor amiga, ya no había tiempo para salir y divertirme sin pensar en nada, ya no había tiempo en la agenda para dedicármelo a mí misma, tiempo de calidad al menos. Me metí en una vorágine de trabajo-gimnasio-cocina que me comió a mí misma, me olvidé de mí y lo peor de todo es que no me di ni cuenta. Pasaban los días y yo no estaba mal, no notaba el cambio, simplemente hacía lo que tenía que hacer por inercia pura. Levantarme, desayunar, hacer deporte, ducharme, la comida y al trabajo. Volver, cenar, dormir y repetir. Así durante seis meses.
Ahora que estoy sola de verdad, teletrabajando en algo que no me gusta, en algo que no me llena, en algo que no me aporta nada más que un sueldo a fin de mes me doy cuenta. -Alucino con que haya tenido que llegar una pandemia mundial para darme cuenta de dónde me estaba metiendo-. No me gustan las decisiones que estaba tomando, no me gusta hacia dónde se estaba encaminando mi vida, no me gusta olvidarme de mí misma en mi propia vida.
Sé que ahora no es el momento de tomar decisiones, de dejar trabajos y de salir ahí fuera a cambiar de vida, pero sí es momento de pensar, de planear y de decidir. Anoche tomé la decisión, voy a dejar mi trabajo cuando todo esto acabe, voy a buscar prácticas de periodismo, sí, yo, que he negado siempre rotundamente que lo intentaría, voy a tratar de encontrar un trabajo que me haga feliz, que me dé de comer y que me llene como persona aunque no sea lo que siempre soñé.
Quiero ser actriz, desde que tengo uso de razón, pero los años me están demostrando que no es fácil. Siempre me lo han dicho: ‘es un mundo muy difícil’, te lo dicen, te lo repiten y tú lo escuchas y lo escuchas y lo escuchas, pero de ahí a que te dé un portazo en las narices todo lo que siempre habías querido, hay un trecho.
La vida me explota en la cara y me doy cuenta ‘es posible que nunca llegue a ser actriz’, es una verdad amarga sí, pero es la verdad al fin y al cabo. ¿Y qué? ¿Qué pasa si nunca lo consigo? ¿Qué pasa si nadie ve el talento que creo tener? ¿Qué pasa si nadie se da cuenta? ¿Si nadie me descubre? ¿Si nadie me da la oportunidad? ¿Me quedo llorando en casa, trabajando de algo que no me gusta solamente para poder cobrar a fin de mes y dedicarle las pocas horas que me sobran a lo que amo? No señora, esa no es la vida que quiero y ha tenido que llegar el confinamiento para que me dé cuenta.
No quiero un curro de mierda, no quiero trabajar de algo que está tan por debajo de todo lo que le tengo que ofrecer al mundo, no me da la gana. Me da miedo, mucho. Salir ahí fuera, el día que se pueda, y buscar algo que realmente podría ser mi forma de vida, buscar un trabajo que sea para escribir, para hablar en radio o para presentar en televisión. Buscar algo que una vez decidí que no era para mí, solo porque había algo que me gustaba más. Después de escuchar a mis amigos, a mis padres y a mi hermano repetírmelo una y otra vez ‘echa de periodista, pruébalo aunque sea’. Y yo repetía una y otra vez, ‘que no, que no quiero, no quiero porque sé que me podría gustar y no me quiero acomodar en ningún trabajo y dejar de luchar por lo que de verdad quiero: el teatro’.
Y aquí me he visto ahora, justo así, pero haciendo algo que no me gusta. Acomodada en un trabajo que poco me aporta como persona, sin darme cuenta que mi propia rutina me estaba comiendo viva, pasando día tras día sin ser actriz, sin ser periodista y convirtiéndome en nadie.
Da miedo, da mucho miedo, pero me he prometido a mí misma que voy a ser feliz, que voy a buscar un trabajo que me ocupe cuarenta horas a la semana y que me realice, aunque no sea mi trabajo soñado, será algo que me complete y que me haga sentir útil. Después de seis años negándome a coger mi opción B voy a ser valiente, la voy a coger con más fuerza que nunca y voy a luchar, por mí, por lo que soy y por lo que quiero ser. Me lo merezco.