Hoy en día es imposible tener una conversación sobre crianza que no acabe en debate. Esto en el fondo es algo bueno, porque quiere decir que nos importa, que estamos implicados en ello y, para mi lo más importante, que estamos adaptándonos a los cambios.

No voy a exponer mi opinión sobre los tipos de educación y lo que yo hago en mi casa (tampoco tengo tantas ganas de que me quemen en la hoguera), pero si diré que debemos aceptar que la educación es en sí una ciencia y avanza como las demás. Si aceptamos los avances tecnológicos, médicos, etc., no entiendo por qué nos cuesta tanto aceptar que quizá había cosas en nuestro pasado histórico que no tiene sentido repetir hoy en día. Está claro que cada generación ha hecho lo que ha podido con el material que tenía y no debemos reprochar nada a nuestras madres y abuelas ya que su realidad nada tiene que ver con la nuestra. Pero, igual que nos parece una locura hacer nuestras necesidades en una letrina y abrazamos la llegada del agua corriente y los váteres, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar los avances en este tema? No sé, es algo que me llama la atención siempre. Luego entro a leer opiniones a redes sociales sobre cualquier banalidad y entiendo todo un poquito más. Quizá ahora que hacer terapia está de moda y no vamos solamente las locas de siempre, las siguientes generaciones si sean capaces de romper estos patrones y de dejar de juzgar la manera de criar de los demás.

Es evidente que las pantallas son hoy en día casi el centro de nuestras vidas. Entre las decenas de plataformas de streaming con una oferta infinita de entretenimiento, internet y sus juegos, artículos y todo tipo de información, las redes sociales… ¿Quién no dedica más tiempo del necesario a mirar a uno de estos dispositivos adictivos? Yo, desde luego, me propongo cada día mirar menos el teléfono y, cada noche, me doy cuenta de que no he podido. Esto, intentando criar a niños emocionalmente sanos, es bastante perjudicial porque, al igual que tendrán más pasión por la lectura si nos ven leer en casa, ¿qué harán si nos ven todo el día haciendo scroll sin sentido en nuestros teléfonos?

No todo es malo, evidentemente, cuando se trata de pantallas, y es que a mi me salvaron la vida durante los confinamientos hace unos años. Me vi sola todo el día (mi marido era trabajador esencial) con dos niños pequeños que no podían salir a socializar, no podían quemar su energía corriendo por la calle, ni saltando… Y yo tenía que hacer todas las cosas de casa y ayudar al mayor con las tareas del cole online (que me llevaba muchísimo tiempo, porque yo sé hacer las cosas, pero no sé explicarlas, no soy maestra), todo esto mientras mi pequeño terremoto se aburría muchísimo y encontraba siempre alguna gamberrada para entretenerse. Decidí ejercer de “mala madre” y les presté una vieja consola de videojuegos que había en casa. Un ratito cada día, mientras yo tendía la ropa o aprovechaba para charlar con alguna amiga (por eso de no acabar yo tururú) ellos aprendían solos (porque yo no tenía ni idea) a jugar al Mario Bross.

Después de un tiempo pudimos volver a nuestras vidas, pero aquel entretenimiento había llegado para quedarse. Ellos habían encontrado en aquellas luces y colores un tipo de estímulo nuevo y muy jugoso para sus cerebros todavía inmaduros. Ahora llegaba el momento de regular esto sin crear un nuevo drama.

Fue “Una madre molona” quien nos dio la clave en una de sus formaciones y, en una reunión con los niños, llegamos a acuerdos interesantes sobre cómo gestionarían ellos solos el uso de pantallas. Decidimos entre todos que tendrían cada tarde un ratito para ver la tele, un número de capítulos que decidimos según la duración. Después acordamos que la Tablet y la consola quedaría para el fin de semana, nunca más de una hora. Ellos eligieron la Tablet los sábados y la consola los domingos. Ellos mismos ponen un cronómetro y apagan sus pantallas cuando suena, hace más de un año que no saben ni donde dejaron las tablets, aunque si intentan, de vez en cuando, que haya una excepción con lo de la consola, pero como esas normas fueron creadas entre todos… Yo solamente pedí una peli en familia una noche del fin de semana, y todos estuvieron de acuerdo. Es más sencillo para ellos cumplir las normas cuando saben por qué existen y participan de su creación.

El caso es que, pasados ya casi dos años desde que introdujimos estas normas en casa, he acumulado críticas a montones sobre este tema. Y es que, para algunas personas somos demasiado estrictos con esto y deberíamos dejar a los niños que se entretengan como pueda, que pueden hacer una excepción siempre que crean que es necesario, que total qué más me da. Y yo los miro y veo cómo se excitan y cómo sus cerebros se alteran cada vez que juegan y pienso en cómo serían si pudieran jugar todo lo que quisieran… No, no creo que fuera sano. No critico a quien les deja vía libre porque no critico ninguna decisión familiar que no sea mía, pero a mis hijos sé que no les haría bien. Pero entonces llegan las críticas del otro lado, las que me dicen que cómo se me ocurre permitirles tan pequeños embotarse con la caja tonta, que a qué futuro aspiran, que hay mil formas de entretenerlos sin dejar que se les fría el cerebro…

Ya hace mucho tiempo que no pierdo mi tiempo en justificar mis decisiones, porque sé por qué tomo cada una de ellas. No sé si mi método es el mejor del mundo, sé que es el mejor para mi familia y que a nosotros nos va bien así. Juzgar a las madres en sus decisiones ahora mismo es casi una moda pero, en serio, ese patrón también podemos romperlo. Si no aportas nada, mejor déjanos en paz.