Primer novio y hormonas revolucionadas no siempre es la mejor combinación… o diría que casi nunca, porque nos aborregamos de una forma que no es ni medio coherente. Pues el borrego de esta historia (o mono en celo, como prefiráis), no era otro que don Pepe, llamémosle así. Pepe era mayor que yo, con el encanto que eso conllevaba, y en teoría experimentado, con lo que él pensaba guiarme por los oscuros senderos sexuales… ya os digo que no fue así, chicas, era un fantasmón, pero bueno, fue el primero y yo no tenía con quien comparar por aquel entonces.

Al turrón, queridas. Como íbamos más calientes que un tobogán de metal en verano, aprovechábamos cualquier excusa para retozar y comérnoslo todo… estuviéramos donde estuviéramos. Una vez fue a las puertas de unas oficinas (de noche), otra en la playa, en el coche, en mi casa… ay, ¡mi casa! ¡la casa de mis padres!

Qué temerarios e inconscientes fuimos, pero de eso me doy cuenta a la vejez viruela, claro. En una de esas ocasiones en las que vino el chico «a verme» (a verme todo el potosí, vaya), nos metimos en mi dormitorio y dejamos a mis padres viendo una ruidosa película de acción en el comedor. Inocentes de nosotros, encendimos el propio monitor que había en mi habitación y nos pusimos a la faena DEJANDO LA PUERTA ABIERTA. Pero es que, de par en par, señoras, que lo tengo en mi memoria y no me lo creo, que en qué cabeza cabe. Si además los padres son muy listos y se olían el fornicio, nos olían las hormonas y las calenturas, creo yo.

Y ahí me puse yo a comerle todo el bajo fondo a mi entonces novio, con unas ganas y un brío como si hubiera pasado una semana sin comer. Tan concentrada estaba yo en mi tarea que no me di cuenta de que una sigilosa figura entraba por la puerta. ¡Era mi madre! Y con mi padre detrás, para más jolgorio de la situación.

Yo, con la boca llena (y casi la garganta), gruñí algo, él gritó y la sacó de golpe, con lo que hubo una lucha de miradas entre mis padres, yo, él, y observar la polla al aire del susodicho, que de puro pavor se había convertido en poco más que un garbanzo.

Así que sed temerarias chicas, es mejor decir «lo siento» que pedir permiso, pero si vais a hacer una felación, como mínimo cerrad la puerta y no seáis como yo.

EGA