Relato erótico: La primera vez que hice una mamada fue en el cine

 

Cuando eres adolescente, tus filtros se vuelven más laxos, tu vergüenza es prácticamente inexistente y tus hormonas toman el control en los momentos más inesperados.

Recuerdo esa tarde como si hubieran pasado un par de años en vez de casi un par de décadas, pero es que las primeras experiencias nos marcan a fuego, ya sea para bien o para mal.

Era una tarde aburrida de verano y todos los de la pandilla estábamos acalorados, sentados en el banco del parque de siempre y sin tener mucha idea de qué hacer o adónde ir para refrescarnos. Algunos de nosotros tuvimos la brillante idea de ir al cine, puesto que allí al menos tendrían puesto el aire acondicionado, aunque a pocos de nosotros nos alcanzaba la pasta para ello.

Mi chico tenía ganas de ir a ver un thriller que acababan de estrenar y, tanto su mejor amigo como yo, decidimos que cualquier opción sería mejor que seguir derritiéndonos a cuarenta grados a la sombra, así que cogimos el primer autobús que pasó y nos fuimos derechos a ver la primera proyección que estuviera disponible.

Es curioso cómo la gente prefiere ir a la playa a seguir pasando calor y rebozarse en la arena en vez de estar en una sala de cine fresquita, pero sí, milagrosamente teníamos la sala de cine para nosotros tres solos.

La verdad es que poco recuerdo de la película, más allá de que trataba de un asesino en serie y que era más aburrida que ver la pasión de Cristo. O, al menos, para mi mirada adolescente ambas poseían el mismo nivel de tedio.

En cierto momento de la película, la bragueta de mi novio se me antojó como un nuevo juguete que explorar, y me entretuve acariciando su miembro por encima del vaquero. Él, tras un susurrante «¿Qué haces?» dedicaba miradas de forma alterna entre mi mano, mi cara y la de su amigo que, para nuestra suerte, estaba embelesado con la peli. Por suerte, uno de los tres estaba disfrutando de lo que habíamos pagado, pero eso no impedía que los que nos aburríamos con la proyección disfrutáramos de otro modo. Mientras él se cubría como podía, con las palomitas de maíz, yo desabroché lentamente su botón y bajé su cremallera, con la intención de acariciarle en más profundidad, desenvolviendo mi regalo lentamente. Él se mordió el labio y comenzó a respirar de forma más profunda, más sonora y más acelerada. 

Aún inquieto, observaba a ratos a su amigo, que seguía sin coscarse de nada. Cuando se dio cuenta de la libertad que le proporcionaba el ensimismamiento de nuestro colega, se dejó llevar, cerró los ojos y se dejó hacer.

En ese momento, una idea surcó mi mente. Hasta la fecha, la sola idea de introducir un pene en mi boca me causaba repulsión; pero me entraron unas ganas irrefrenables de lamerlo, chuparlo, succionarlo…

Era consciente de que, por muy concentrado que estuviera el otro chaval en cuestión, si veía una cabeza en el regazo de su amigo, subiendo y bajando, dejaría de ver el thriller para centrarse en la película porno que estaba ocurriendo justo a su lado, así que le susurré a mi chico en el oído: «Voy al servicio, ¿me acompañas?».

Raudo y veloz, se abrochó los pantalones y se dispuso a levantarse, pero yo lo detuve con una mano en el pecho y le indiqué que esperara un poco para no irnos al mismo tiempo de la sala.

Mientras bajaba las escaleras de la tribuna, sentí su ardiente mirada clavada en mi cuerpo y, cuando llegué al pasillo de salida de la sala, decidí que lo esperaría allí en lugar de los servicios. Introduje una mano por debajo de mi falda y mis braguitas floreadas y comencé a trazar círculos en mi sexo, a la espera de mi chico.

Cuando apareció a mi lado, lo empujé contra la pared del pasillo, me hinqué de rodillas y lo acogí entre mis labios sin titubear, disfrutando de su miembro como jamás imaginé que lo haría.

No me dejó acabar el trabajo y, en lugar de eso, me levantó de la moqueta, cogiéndome por las axilas e, invirtiendo nuestras posturas, me estampó contra la pared y alzó una de mis piernas sobre su hombro. Se colocó mi falda sobre la cabeza y apartó las bragas hacia un lado para saborear la humedad que había aparecido entre mis piernas. Bebió de mi néctar como una abeja lo hace de una flor: con gusto, con delicadeza y con esmero.

A pesar de que ninguno de los dos terminamos en esa sala de cine, la experiencia nos animó a continuar donde lo dejamos cuando, horas más tarde, llegamos a su dormitorio.

Yo no sé si él aún lo recordará, pero yo aún conservo la anécdota de que la primera vez que practicamos y que nos practicaron sexo oral fue en una sala de cine en un caluroso mes de junio.

 

@caoticapaula

 

Lee aquí otros relatos eróticos