(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)
Mi familia es muy religiosa y tradicional, crecer en ese tipo de núcleo familiar es un lastre tremendo porque vives con la culpabilidad y con el miedo al castigo divino desde que empiezas a tener uso de razón. Te cargas, incluso con culpas que no son tuyas.
No me malinterpretéis: entiendo que si vives con tus padres, se deben respetar sus normas y no vas a ir metiendo en su casa a cualquier noviete que te salga, pero de eso a que, literal, te prohiban tener novio es pasarse.
Me costó mucho sacar los pies del tiesto porque su control y la manipulación psicológica eran muy fuertes; así como el miedo que siempre me inculcaron hacia el mundo. Todos los hombres son malos y van a querer robarme mi bien más preciado: mi virginidad. Además si alguno de ellos me hace algo es porque yo me lo he buscado. Bajo esta dinámica crecí y me ha costado muchísimos años desprenderme de ese lastre.
Os preguntaréis cómo esperé tanto tiempo para dejar el nido, la precariedad lindas. Siempre he tenido toque de queda, hora de llegada a la casa, siempre le he tenido que dar el número de teléfono de mis amistades y por tal de que no las llamasen si me saltaba la hora de llegada, prefería irme a casa. Me daba vergüenza decírselo a mis amigas de la universidad quienes no eran del núcleo de la iglesia y no iban a entender cómo no era capaz de desprenderme de ellos. Les debo mi libertad a esas amigas de la uni.
Total, con 25 encontré un trabajito estable y una amiga que también quería independizarse y le dije a mis padres que me iba a ir a vivir con ella. Evidentemente pusieron el grito en el cielo pero me rebelé y fui firme en mi decisión.
Por supuesto, la primera noche que entré el piso hice uso del piso y de mi coño lindo que el pobre había estado muy falto. Los primeros meses básicamente me follé a todo lo que pude y más, indistintamente, hombres y mujeres. Tenía que recuperar el tiempo perdido. Había en mí un deseo de venganza y un “os lo dije” en cada uno de mis polvos y es que había pasado tantos años bajo el yugo del miedo y la culpabilidad que necesitaba desquitarme. Estaba enfadada, iracunda… ¿Qué sentido tiene inculcarle a tu hija ese tipo de valores que no conllevan nada bueno? Salí de mi casa como potro desbocao, salvaje, irracional y cabezona.
Desde pequeñitos deben darnos libertad de elección, libertad acorde con nuestra edad. ¿De qué vale sobreproteger? Lo que a mí me pasó es que experiencias que debía de haber vivido con menos edad, las estaba viviendo a mis 25 y todo ese proceso de maduración emocional que otras personas habían hecho muchos años antes yo lo tenía que hacer a mis 25. Así ocurre cuando se retienen los hijos y no se les da libertad progresiva que salimos al ruedo desbocaos y dándonos golpes por tos laos, a una edad poco frecuente.
Me lo follé todo y por todos lados, me di trastazos, lloré con el corazón roto, me enamoré y me desenamoré varias veces y a la vez…, y todo eso a los 25. Estaba haciendo el trabajo de un adolescente a los 25. Qué mal, ¿eh?
A día de hoy lo pienso todavía, por lo menos lo hice tarde y no nunca. El resentimiento contra ellos sigue ahí.
Debería trabajarlo en terapia, ¿qué me decís?
Anónimo
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