“Joder, vuelve a ser lunes, qué rápido se me ha pasado el finde”. Otra vez esa misma sensación… ¿Qué nombre le pondrías tú? ¿Vacío? ¿Frustración? ¿Rechazo? Tal vez tienes un “¿Qué estoy haciendo con mi vida?” tatuado en tu cabeza; a veces parece ser una calcomanía temporal que se va borrando con la ilusión de la escapada a la montaña del sábado, la idea de alguna cita romántica o los planes para las vacaciones… Pero no, se ve que es un tatuaje hecho por una buena profesional, con tinta de la buena.
¿Quién decidió que debías dedicarte a esto? Dedicarte a realizar X tareas durante la mayor parte de tu tiempo a cambio de un sueldo. Con suerte, lo decidiste tú. Pero tú a los 18 ó 20 años. Mírate; tal vez han pasado más de diez años desde que elegiste tu profesión.
Pero, ¿tú qué sabías de ti misma a esa edad? No sé en el tuyo, pero en mi instituto el plan de orientación profesional consistía en leerte el listado de las formaciones disponibles y, como mucho, tu tutora hacía un juicio de valor sobre tus capacidades (aquellas que había observado dándote clases de matemáticas) y te daba su “humilde” opinión. ¿Nos enseñaron a escucharnos a nosotras mismas, a nuestras motivaciones e intereses?
Puede que eligieras porque no lo tenías muy claro (normal), porque querías identificarte con un colectivo en concreto o, no sé, porque querías probar a ver si te gustaba.
Yo no te conozco personalmente, pero me atrevería a decir que no eres la misma después de todos estos años, después de todas las experiencias que has acumulado en tu mochila: puede que tus inquietudes hayan cambiado, que ya no te motiven las mismas cosas. Años después, te gustaría volver atrás porque ahora sí sabes qué es lo que te remueve, qué te gustaría. O simplemente, ya sabes que eso NO es lo que te gusta realmente.
Tranquila, yo también he tenido esa sensación… creo que no somos las dos únicas. Al hacerme consciente de ello a cierta edad, con responsabilidades, un trabajo más o menos estable en mi profesión… se hace una montaña dar un giro a la propia trayectoria profesional. “No voy a ponerme a estudiar otra carrera ahora”, “no tengo ni dinero ni tiempo para formaciones”, “aunque estudiara, no me cogerían por falta de experiencia en el ámbito”. Boom. Boom. Boom. Toma argumentos (totalmente racionales, en mi defensa) para seguir estancada en mi trabajo. Todo para seguir en esa zona de confort… ¡pero qué zona de confort más incómoda!
Y no, no vengo a decirte esas gilipolleces baratas como que debes tener una profesión por la que sonrías al levantarte de la cama y que te haga estar ilusionada durante todos los días de tu vida… no eres un Teletubbie. Obviamente, en todos los trabajos tendremos días de mierda y algún que otro jefe tóxico.Tampoco te digo que lo dejes (tenemos facturas que pagar)… de golpe. Sólo digo que tus intereses y habilidades merecen estar mínimamente alineadas con lo que haces, ¿cuánto? ¿8 horas al día? Ah, se me olvidaba, y que tú mereces sentirte realizada en tu vida.
También vengo a felicitarte si has logrado escucharte, reconocer esa ansiedad, básicamente darte cuenta de lo poco práctico que es vivir siempre esperando el finde. Ojalá este sea el detonante para ser otra versión diferente a la que conoces de ti misma, que te empuje a formarte (en mayor o menor medida), a dar pasitos pequeños, a que te brillen los ojos al imaginarte haciendo algo diferente a lo que estás acostumbrada: haciendo algo, no por inercia, sino porque eres aquella que estás eligiendo ser.