Tuve un novio al que le avergonzaba profundamente que yo bailara en el Eroski.

Así es, señoras y señores, damas y caballeros, público en general: no puedo resistir la urgencia a bailar en a) supermercados b) tiendas por departamentos c) bares, bistros, cafeterías d) cualquier lugar susceptible de emitir música vía altoparlantes. No puedo evitarlo. Escucho música y tengo que bailar. Empiezo moviendo los hombros, luego viene la cintura y casi siempre el espectáculo termina en morritos y puños apretados. Me gusta bailar. Y es algo que yo no he elegido, como tampoco elegí ser zurda ni elegí este pelo inmanejable. Simplemente me tocó ser así.

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Pero cuando bailas en el supermercado (ahí entre los botes de aceitunas y los berberechos) y la persona con la que has elegido compartir no sólo la compra, sino la cama (y más importante aún, tus inquietudes y tus defectos) te mira con vergüenza ajena y te dice bajito, ¿puedes dejar de hacer eso, por favor? es muy probable que dejes de bailar. Y no sólo de bailar: es muy probable que dejes de hacer un montón de otras cosas, y que empieces a creerte que eres una versión de ti misma que otro se ha inventado.

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¿Correr una 10K? Imposible. Con mi mala pisada y mi torpeza natural una 10K está fuera de lugar, oiga usted. ¿Escribir un libro? Por favor. El Quijote ya está escrito y mejor libro que ese no se va a escribir jamás. ¿Ir por la vida sin flequillo? ¿Te has visto acaso la frente, hija mía? Y así… y así. Y es que el amor o lo que crees que es amor nos vuelve a veces así: gilipollas. Y te vas desprendiendo de retazos tuyos, tus realidades, tus sueños; y los dejas por ahí, como quien pierde una pinza para el pelo o el recibo de la compra. Hasta que un día te levantas de la cama, te miras al espejo y la persona en el reflejo lleva un pijama que tú nunca hubieras llevado y un flequillo que tú nunca hubieras tenido. Es en ese momento, en la vulnerabilidad de la mañana—¡escucha siempre a tu yo vulnerable de las siete de la mañana!— que piensas, yo molo más que esto. Y empiezas a molar más. Y si molar más significa desprenderte de esa gente que siente vergüenza ajena, pues oiga. Que nadie se interponga entre ti y tu magnificencia.

Hace unas semanas corrí una 10K. Llevo tres meses trabajando en un libro. Mi flequillo inexistente me queda de puta madre.  Y bailo cada vez que puedo, así esté sentada en la oficina con los cascos puestos y el excel en la pantalla. Porque es importante bailar cuando escuchas música, pero lo que es en realidad indispensable es que escuches siempre, y bailes siempre (y que no dejes que nadie apague) la música de tu corazón. Y si encuentras a alguien que sepa escuchar tú música y te haga los coros, pues mira: te has encontrado a un compañero de baile chupi guay.

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