No sé ni por dónde empezar. Sé que no me pega nada, con todo lo que me gustan las cosas cuquis y Mr. Wonderful, pero estoy un poco en contra de la Navidad. Son ese tipo de contradicciones coquetas que la azotan a una y la hacen más loquer del coñer. En realidad no es que odie estas fechas. Hay muchas cosas que me gustan de ellas, como por ejemplo el arroz con bogavante de mi madre, hacer regalos y que todo el mundo vaya medio piripi y nadie me mire raro si me pongo un gintonic.
Pero es que, Navidad, hija mía… la culpa no es tuya, pero te hemos puesto tanto maquillaje por encima que en lugar de estar mona estás hecha una furcia.
La culpa es nuestra, que nos hemos venido arriba. Del pesebre en Belén hemos terminado en Cortilandia, con esa musiquita infernal y luces como para provocar ataques epilépticos en buena parte de la población. Y a una ya ni efecto le hace atiborrarse de turrón de chocolate blanco porque es demasié pal bodi.
En verano nos hinchamos a ver fotos de pies en la playa (que conste que yo contribuyo porque me hace mucha gracia el selfie-pinrrel), pulseritas de festivales de música, minifaldas con botines en agosto o tweets de una originalidad desbordante del tipo: fua, tío, qué calor. Es agosto, ¿qué esperas? ¿Pezones como avellanas? Todo esto hasta el desquicio cerebral. Pues bien, digamos que las Navidades no se libran de todas estas cosas molestas que la convierten a una en la versión humana y gordibuena del Grinch. En la humilde opinión de esta colaboradora, deberían ser erradicadas sin compasión cosas como:

Amigo invisible familiar
Esto lo propuso el primo al que le caes mal con la esperanza de no tener que regalarte nada en toda su existencia, que lo sepas. Bajo el título de “amigo invisible” muchas familias han perpetrado grandes crímenes contra el buen gusto y hasta el respeto. Hay noches de intercambio de regalos que podrían entrar en los libros de historia como el germen de guerras mundiales. Aunque aún hay quien preserva las buenas costumbres y te da una caja de chocolate con un billetito dentro. Así sí: comer y pastarraca. Oh, sí, nene; dame más.

Salir de fiesta en Nochevieja por obligación o los especiales navideños en tv
Y digo yo… si para mí un planazo en Nochevieja es quedarme en casa bebiendo con una amiga hasta terminar totalmente pedo viendo Sexo en Nueva York… ¿qué? En pijama, a poder ser. Y de cena las sobras del pedido de comida china del mediodía. Y no es un decir: esa fue uno de los mejores fin de año de mi vida.
Pero lo de tener el dvd preparado si vas a quedarte en casa es importante. Una vez una amiga se puso enferma en Nochevieja y nos quedamos con ella para hacerle compañía. En lugar de emborracharnos y jugar al Sing Star como personas de provecho, decidimos hacer zapping a ver qué hacían. Y sólo puedo decir una cosa: cuánto daño ha hecho Operación Triunfo en este país.

Comprar
Quiera Dios que no se te acabe el papel del wáter en época navideña, porque como tengas que aventurarte a un centro comercial o supermercado vas a sentirte protagonista de The Walking Dead. ¿Pero qué narices le pasa a la gente? ¡Que es Navidad, no el apocalipsis!
Todos los años digo lo mismo y nunca me hago caso, pero prometo que en 2015 lo cumplo: las compras Navideñas se hacen en septiembre, tan agustiviri. Se llena el congelador y la alacena a día 10 de octubre, por ejemplo y se blindan ventanas y puertas. El año que viene no salgo de casa del 22 de diciembre al 6 de enero. Quien quiera buscarme que venga a casa y… enseñe la patita.

Sentimiento navideño
Es el acabose de la hipocresía. Tócate los cojones, Mariloles. Puedes ser un pedazo de hijo de perra todo el año, pero resulta que en Navidad te conviertes en un mazapán. ¿Pues sabéis que hago yo con los mazapanes? Los aplasto con la mano y luego me los como.

¡Hombre ya! Hay que ser mejor persona todo el año, no diez días al final, como si apretáramos el culo con tal de cerrar el año que mejores clasificaciones. Más sonreír en el metro y menos empujar para conseguir sentarse a toda costa. Más pedir las cosas por favor y gracias y menos exigir. Más hablar con respeto y menos juicios de valor. Más en general de todas esas cosas que nos gusta que los demás hagan con nosotros. Así que Milo, aplícate el cuento: todo lo que yo quiero hacerte me lo tienes que devolver.

Papá Noel

Lo de la gente disfrazada por la calle ya lo llevo mal de normal. Me inquietan, no lo puedo remediar. Por esa norma de tres no es que los Reyes Magos me causen mucha simpatía (sobre todo si pintan a alguien de negro con una boca descomunal en rojo y nos dicen que es Baltasar, cuando todos sabemos que es Carmen de Mairena) pero aún los tolero. Papá Noel solo me cae bien en los anuncios de Coca Cola. Y para de contar. Es un señor que vive en Laponia, aislado y sufriendo temperaturas extremas: tiene todas las papeletas para sufrir una psicopatía peligrosa. Lo de que tiene mujer y tal es un bulo. Se pasa el año con cara de loco planeando cómo llegar a las casas que no tienen chimenea. No. No gusta.

Postureo paz y amor

Podría englobarse con el punto anterior, pero las redes sociales le dan un significado especialmente intenso al tema del postureo. ¿Estáis preparados para las fotos de la mesa de nochebuena preparada? ¿Y para los tweets del mensaje del Rey? ¿Estamos mentalmente concienciados para las miles de fotos de bebés disfrazados de Papá Noel que van a inundar Facebook? (¿¡¡Para cuando fotos de bebés disfrazados de los Reyes Magos!!?)Y lo peor… ¿somos realmente conscientes de que es ahora cuando empiezan las cadenas de Whatsapp? Por el amor de Dios… acabo de caer en la cuenta de que mi madre ya sabe utilizarlo.

¡Fuerza, coquetas y loversizers; la Navidad no podrá con nosotras!