Al principio de las historias de amor, siempre hay emoción, orgullo, pasión por el otro. Cuando rebobinas hacia adelante vemos cómo vamos acomodándonos dejando caer la necesidad de hacer saber lo que nos gustamos, queremos y admiramos. Ya nos tenemos y empezamos a dar por hecho cosas que nunca debieron. En una relación amorosa, no dejemos que eso pase, no dejemos nunca de conquistarnos.

Seguramente la cosa más emocionante que nos pase en la vida se multiplique por mil, si hay alguien a quien queremos sintiéndose orgulloso/a de ello.

Cuando comenzamos una relación amorosa con alguien, una de las bases de la misma, es el orgullo de la persona de la que te enamoras. Saber que esa persona que decide compartir su tiempo, sus ganas y su vida contigo es alguien a quien quieres apoyar en sus sueños, aplaudir en sus logros y reconfortar en sus fracasos, es uno de los sentimientos más bonitos. Pero hay que querer que eso ocurra. No solo estar y verlo desde la barrera, si no querer involucrarse.

¿Cuántas veces has notado que ahora discutes más con quien estás que al principio? “Claro, es que ahora nos conocemos más; es que ahora convivimos”; es que ahora OS DA MÁS IGUAL. No digo que evitemos las discusiones porque, en ocasiones, son indudablemente necesarias. Pero por cada discusión que tengas, por cada desquicie que sientas, si estás en una relación en la que quieres mantenerte recuerda decir también las cosas bonitas que sientes.

Oímos mucho eso de que como no le hablaríamos a alguien que queremos, no deberíamos hablarnos a nosotros mismos. Pues esto ocurre con las relaciones también. ¿Por qué intentas reducir los comentarios negativos o dañinos sobre ti misma y reforzar los positivos y con tu relación no haces lo mismo? ¿Por qué has dejado de conquistar a tu pareja? No hablo de conquistar con bombones, citas espectaculares o piropos de manual. Hablo de conquistarnos con presencia, empatía y cariño sincero.

Como al comienzo, cuando todo iba de demostrar a la otra persona lo que sentías y, casi más importante, lo que podías llegar a sentir. “Mírame, sí, voy a ser tu más fiero animador, tu más fiel defensor y tu cama elástica más resistente para que cuando caigas conmigo salgas rebotada hacia lo más alto de nuevo.” Cuando ya nos hemos enamorado, esta necesidad de comprobar que efectivamente somos lo que prometimos decae. Dejamos de esforzarnos en demostrar de lo que podríamos ser capaces para un día dejar de serlo.

Creemos que la seguridad en una relación, la sensación de “ya está, esta es la persona, ya puedo morir tranquila” es la que prevalece frente a cualquier otra. Si me siento así, es que nos queremos. Todo está bien. Pues si a eso no lo acompañas de un montón de empatía, de un montón de momentos de apoyo sorpresa, ánimo excesivo, la conquista de quien tienes delante irá decayendo.

Cuando estás con alguien, no todo se basa en el quererse. Las relaciones amorosas siempre son esfuerzo. El esfuerzo por seguir viendo con ganas las pequeñas cosas que la otra persona está dispuesta a compartir contigo, aunque sea por décima vez. Eso significa no dejemos nunca de conquistarnos.

Que la comodidad no nos confunda con el dejarse estar, que la comodidad no le arrebate importancia a la felicidad, a las ganas de amar.

Si quieres a esa persona, con la que compartes tu vida, no dejes que decaigan las ganas de hacerle saber lo increíble que te sigue pareciendo, lo apasionante que encuentras lo que le quita el sueño y las ganas que tienes de apoyarla en todo lo que se proponga. No dejes nunca de conquistar, ni dejes que nunca dejen de conquistarte.  En el amor, no dejemos nunca de conquistarnos. 

@tengoquenayque