No concibo la vida como una cesta de medias naranjas sino como una piscina de almas gemelas desparejadas como calcetines. Sin sexo. Sin género. Sin colores. Sin necesidades ni estereotipos. Hay que coger aire y bucear hasta que encuentras la tuya. A veces, no es la única ni la última. A veces, simplemente, no la hallas. Pero yo te encontré a ti.
Tú y yo nos topamos bajo esa marea que es la vida hace ya muchos años. Llevamos más tiempo el uno en la vida del otro que sin conocernos. Primero fuimos amigos y después nos convertimos en el primer amor mutuo y, probablemente, en el más sincero. Hemos crecido juntos y, por acuerdo no explícito, envejeceremos uno al lado del otro, aunque más lejos.
Ha llovido mucho desde que dejamos de ser pareja, desde que nuestro amor se transformó en otra cosa, en otra etiqueta o sentimiento, que decidimos sacar adelante con mucha pena pero más gloria. Y nadie lo entendía. Y a todo ese nadie le digo hoy que se trague sus palabras, etiquetas y conclusiones equivocadas.
Nos habíamos elegido al fin y al cabo. Nos queríamos, nos queríamos presentes y tangibles en el camino, joder. E inventamos otro concepto: no seríamos amigos convencionales, no volveríamos a ser novios. Nos convertiríamos en el hombro y en el pañuelo, en la mano y en el capón, en el salvavidas y en la balsa, en la copa de cerveza y en la risa, en copilotos, en consejeros, en ángeles de la guarda… Porque sí, ambos nos salvamos la vida varias veces.
Si me necesitas, silba
Seguiré aquí con la misma certeza y determinación que sé que tú tendrás cuando te necesite para despellejar las trampas de la vida o para llenarnos la barriga de kebab. Seré testigo de tu boda y cuidaré de tu gato las veces que hagan falta y tú me seguirás descubriendo grupos de música y aguantando mis inseguridades al menos una vez al mes.
Nunca he tenido que justificar tanto y tantas veces una relación de cualquier tipo como esta nuestra. Con mis padres. Con mis novios. Con todos los de alrededor. Te quiero como parte importante de mi vida, como un amor puro en evolución que no entiende de instintos sexuales, de posesividad o de restricciones.
Seguiremos bebiendo el uno del otro sin importar que tú seas un hombre y yo una mujer. Porque tú y yo siempre hemos sido más de almas, más de incondicionalidades y de imprescindibles. Más de ser tan solo seres humanos.