Hace poco leí que las madres somos heíronas por poder seguir haciendo vida normal con muy pocas horas de sueño al día. Realmente, lo pienso y no sé si es del todo cierto, porque para mí es habitual meter el móvil en la nevera, quemar la comida o salir a la calle con el sujetador al aire. El estado normal de mi cabeza es ir sin rumbo, que os voy a contar.

El caso es que yo siempre he sido lo más parecido a una marmota, todo lo arreglaba con dormir, disfrutaba mis horas en la cama, solía irme a dormir temprano y solía amanecer tarde si me lo permitía el trabajo. Era una cama lover. Y lo era desde que nací, tocaba la cuna y me dormía. Nada de dormirme en brazos, nada de necesitar que me cantasen o me diesen paseos interminables en el carrito por casa. Yo era querer dormir y caer, solita. Y mi chico igual. Nunca me planteé que mi hijo dormiría mal, pensé que sería como «cualquier otro bebé que había visto», de estos que no dan lata y duermen en cualquier parte. Y sí, sabía que iba a despertar por la noche, pero nunca imaginé que esté tema iba a ser tan de pesadilla. 

Así que cuando salimos del hospital y todo parecía incluso más sencillo de lo que tenía imaginado, me lo creí. La primera semana dormimos bien, incluso tenía que despertarme para las tomas nutritivas pero de un día a otro todo cambió. 

No era capaz de dormirlo ni por el día ni por la noche, las siestas las empezó a hacer exageradamente cortas y las noches empezaron a volverse complicadas. La única manera que encontramos para dormirle era en brazos y movimiento o en la calle porteándolo. Horas y horas de paseos cuando mi agotamiento podía conmigo. Iba en automático. Y es que al principio el cuerpo aguanta, pero después de meses donde no eres capaz de dormir más de una hora seguida te vuelves loca. Completamente loca. 

Mi hijo despertaba cada cuarenta minutos y yo he llegado a estar semanas de no dormir ningún momento del día ni de la noche.  Eso que te dicen que las noches son muy largas pero los años son muy cortos, es completamente cierto,  cada minuto de la noche parecían horas. Y me cambió el humor, perdí la paciencia. Ya no sabía si tenía depresión posparto, puro agotamiento o directamente había mutado a otro ser.

Yo dejé de ser persona e incluso me planteé por que estaba en este punto y por que maternaba. Por qué me había tocado esto a mí cuando los hijos de los demás dormían siempre mejor que el mío. Empecé a contar sus minutos totales de sueño, a volverme paranoica. Y a culparme a mí constantemente.

Cuando volví al trabajo os podéis imaginar el desastre que monté, las liadas que tuve y lo difícil que se me hizo encajar las broncas de mi jefa cuando estaba en estas circunstancias, por lo que estuve a punto de renunciar a mi trabajo.

Nadie te cuenta y nadie te prepara para lo que puedes vivir en relación a la privación de sueño. Y da igual lo que te cuente yo, tú lo vivirás o lo estarás viviendo diferente. Sobrevivirás como puedas, y está bien. Lo que si te quiero decir es que no eres una exagerada, que lo que sientes es normal. Porque  dormir es una función biológica que necesitas como el comer o como el beber agua.

No puedo ni quiero decirte que todo pasa y que todo estará bien, porque entiendo que en el punto en el que estás a lo mejor nada te ayuda. Y al final lo único que te puedo decir es que el tiempo pasa, antes de lo que crees. Y hay muchas madres pasando lo mismo que tú, peleando lo mismo que tú y siendo igual de guerreras. 

Que no estás sola, que lo estás haciendo lo mejor que puedes. Y que no sé cómo, pero que acaba mereciendo la pena. 

Por nuestros pequeños dejaremos de dormir, aunque sea para toda la vida.

 

Whirlwind