Hace ya un tiempo que la situación económica en casa no es, que digamos, excelente. Hay meses que empiezan temiendo que actualizar una tarjeta de crédito a punto de la auto combustión, hay facturas que nada más ver el sobre sé que me va a amargar el día.

Somos una familia numerosa con varias neurodivergencias que conllevan bastante gasto en terapias y solamente uno de los adultos puede trabajar, por temas de conciliación y necesidades de los peques de casa. Hace unos años, esto no sería un problema, pues con el sueldo de obrero de mi marido viviríamos bastante bien. Pero hoy… Hoy es otra historia! Hoy la compra semanal es una puñalada mortal a nuestra cuenta corriente. Hace poco se me acabó a la vez el aceite y el detergente y creí que tendría que financiar la compra cuando vi aquellas cifras exageradas. Es doloroso ver como debo decantarme a veces por opciones menos saludables por ser mucho más económicas, y es que los precios de frutas y verduras son exagerados y en mi casa, os podéis imaginar, con tres niños, la cantidad de estos productos que consumimos.

La gente que me rodea (personas cercanas que son conscientes de esta situación) esperaba verme con sudor en la frente, con lágrimas en los ojos y hablando de dinero y de ofertas a todas horas. Pero no es así. Y es que, aunque asumir que debía quedarme en casa un tiempo fue duro (dado que no paré de currar desde que entré en la edad adulta), siempre fui independiente económicamente y siempre tuve un espacio propio al margen de mi familia. Sin embargo cuando pude entender que es algo circunstancial y que podría sacar provecho personal si me lo proponía… Esa fue la clave. De pronto debía sucumbir a la maternidad abnegada, a la crianza exclusiva, a las tareas del hogar y responsabilidades administrativas (pagar facturas, citas médicas de cada miembro de la familia, organización de tareas, menús, despensa, extraescolares, terapias…).

De pronto descubrí que había tiempo que podía dedicar a otras cosas. Que igual que mi marido tenía un horario, yo también podría ponerme uno y organizar mi tiempo en responsabilidades familiares y quehaceres propios. Con el total apoyo de mi marido me animé a volver a escribir, a retomar mis manualidades y… Cuando mi autoestima se recuperó de un duro golpe, a retomar los estudios que había dejado de forma precoz por motivos equivocados.

Me cuesta horrores acabar cada mes, pero tengo tanta energía dentro que podría venderle el exceso a una compañía energética. Fue duro asumir la nueva situación en su momento pero, no pudiendo cambiarla, qué hacía quedándome en casa sintiendo lástima de mí misma.

Escribir aquí me motiva un poco cada día (aunque no siempre el feedback que recibo sea positivo), tener objetivos claros que sean exclusivos para mí me da un empuje increíble y el hermoso lazo que se fortifica cada día con mi familia es el regalo más bonito que pude recibir.

Realmente debo excluir de mi agenda muchos planes, eliminar de la lista de la compra lo prescindible y quedarme dejar las maletas acumulando polvo en época de vacaciones. Pero sé que ahora mismo sería capaz de cualquier cosa, que la labor que hago en mi casa es importante y, sobre todo, valorada, y que cuento a mi lado con todo lo necesario para seguir metiéndome en la cama con la sensación de satisfacción que tanto anhelaba.