Tinder sorpresa: No me dijo que era pelirrojo porque pensó que me iba a asustar

 

Que las mujeres crecemos alimentando complejos es algo que tenemos bastante asumido. Nadie se lleva las manos a la cabeza cuando una chica confiesa que no va a la playa porque no se atreve a ponerse bañador. O que no intima con chicos porque no sería capaz de desnudarse ante uno.

Sin embargo, por algún motivo que no alcanzo a comprender, se da un poco por hecho que la mayoría de los hombres no sufren de inseguridad por su físico.

Lo cual quizá no tenga mucho sentido, pero confieso que soy la primera que parte de esa base de que los chicos son seres libres de inseguridades con respecto a su cuerpo.

Bueno, en realidad, debo decir que era la primera, pues ahora ya no solo no estoy tan segura de ello, es que sé que muchísimos hombres tienen complejos. Ya sea por una cuestión de altura, peso, morfológica o, incluso, capilar. Pues como las mujeres, vamos.

Tinder sorpresa: No me dijo que era pelirrojo porque pensó que me iba a asustar
Foto de Pixabay en Pexels

Este cambio de mentalidad vino dado por un chico al que conocí en el famoso Tinder.

En su perfil había varias fotos muy chulas en las que se le veía tanto en primer plano como de cuerpo entero. Recuerdo que, en su momento, me llamó la atención que estuvieran todas editadas de alguna forma, aunque no parecía que se hubiese hecho con intención de favorecerle a él, sino por simple estética. Salvo una en la que se le veía como derrapando en una tabla de snow (apenas se le veía la cara con el abrigo, el gorro y las gafas), el resto eran todas en blanco y negro.

Por lo demás, en las imágenes se le veía muy natural, sonriente y en poses muy normales.

 

Tinder sorpresa: No me dijo que era pelirrojo porque pensó que me iba a asustar

 

Total, que a mí el chaval me molaba, por lo que le propuse quedar. Afortunadamente, él aceptó y acordamos vernos. El día D a la hora H yo todavía estaba corriendo por el andén del metro porque, como de costumbre, se me había echado el tiempo encima. Le mandé un whatsapp para avisar que me retrasaba diez minutitos y él me dijo que no pasaba nada y que me esperaba ya dentro del restaurante.

Cuando por fin llegué al local, le dije al camarero que tenía reserva pero que mi acompañante ya había llegado y entonces me señaló la mesa en la que me estaba esperando mi cita.

Admito que flipé cuando le vi. Y seguro que lo primero que él vio cuando se cruzaron nuestras miradas fueron mis ojos abiertos como platos. ¡Es que no me lo esperaba!

Caminé hacia la mesa y, antes siquiera de saludar, fui yo y le dije: ¡Tío, eres pelirrojo!

Ni siquiera lo pensé, no se me ocurrió que igual había un motivo por el que sus fotos no tenían color. Me comporté como la loca de la colina que soy, sin filtro ni delicadeza ni pizquita de tacto.

Pero es que estaba muy sorprendida porque mi mente les había dado color a sus fotos y le había puesto el pelo castaño claro. Así, porque yo lo valgo.

Y, como no me planteé ni por un segundo que quizá todo aquel trabajo de edición pretendía tapar un complejo, le solté: ‘Mmm… qué guay, besado por el fuego. Seguro que me das buena suerte’.

Tinder sorpresa: No me dijo que era pelirrojo porque pensó que me iba a asustar
Foto de Maria Geller en Pexels

El pobre ni había visto Juego de Tronos ni la broma le hizo demasiado gracia, aunque la verdad es que hizo lo posible por disimular y zanjar el tema.

Pero, pese al incómodo inicio, la noche fue bien. Hablamos un montón y acabó por confesar. No me dijo que era pelirrojo porque pensó que me iba a asustar.

Ahí fue cuando más fuerte flipé. ¿Por qué me iba a asustar? ¿Estábamos en la Edad media o cómo?

Me di cuenta de que de verdad estaba muy acomplejado por el color de su pelo. Por lo que intenté que me creyera cuando le decía que no tenía por qué, que en realidad le daba un punto muy guay y que no solo no me había asustado, sino que, ahora que le veía a todo color y en 4D, me gustaba todavía más.

Como no le veía convencido, decidí equilibrar la balanza intercambiando un complejo por otro. Me pegué a su oreja y le susurré que me teñía el pelo cada dos semanas porque lo tenía casi totalmente blanco desde los treinta. Y luego añadí: me teñí ayer mismo para que no me vieras la raíz y te asustaras, pero te lo cuento ya porque, si todo va bien, dentro de un rato quizá veas veas las canas que tengo ahí donde no me pongo tinte.

Si es que soy toda una poetisa y una reina de la seducción… Pero funcionó.

No sé si al final se fijó en ellas o no, pero si no las vio fue porque estaba muy ocupado haciendo otras cosas mucho más interesantes por ahí abajo.

 

 

Anónimo

 

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