NO ME GUSTA HACER FELACIONES

Según el tema de la reciprocidad… ¿Significa entonces que no merezco que me practiquen sexo oral? Sorpresa: sí que lo mereces. 

 

Abramos este melón: a muchas tías no nos gusta chuparla, eso es así. A algunas les da arcadas (los tamaños importan), a otras les resulta desagradable. A mí, sin embargo, lo que me pasa es que casi nunca me parece buen momento para ponerme a ello. No me resulta nada estimulante, y, aunque le vea gozar, me es cansado, aburrido e incómodo. Vamos, que nada en contra del hecho en sí, pero, en general, no es algo que me fascine ni que esté deseando hacerle a un tío. Si esto fuera solo así no pasaría nada, no se hace y punto, pero claro… sí que me gusta (y mucho) que me coman el c*ñ*.  Y una, que es una persona muy alegre y liberada, pero que procura ser justa en esta vida hasta donde su conciencia le alcanza, se pregunta ¿no ser yo muy proclive a proporcionar sexo oral significa renunciar a recibirlo? Menuda chufa, tú. 

¡Tantos años luchando por intentar igualar ese balance sexual históricamente nefasto para las mujeres! ¡Luchando por que se nos tenga en cuenta en un terreno en el que, hasta hace no tanto, éramos directamente invisibles! Luchando -¡cómo no!- para que se nos aplique la misma vara de medir que a ellos en cuanto a promiscuidad y apetencia sexual… para ahora sentirme así de descolocada intentando dar una salida coherente a este dilema de índole oral. Años reivindicando la existencia (y ubicación exacta) del clítoris, evangelizando sobre su importancia, y visibilizando la fisionomía de nuestro placer… para que algo tan básico como darme cuenta de que, si me puedo evitar hacer una felación me la ahorro, me haga replantearme si merezco o no que bajen al pilón. Así de fuerte es esto, amigas. 

Cada persona lo verá de una manera, pero yo, desde luego, lo tengo bastante claro: sí que lo merezco. Y no lo creo porque tenga cris-ta-li-no que toda esta duda me acontece por haber nacido mujer en una cultura sexualmente dominada y diseñada por y para los hombres (no tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que ningún tío se haya preguntado en su vida si merece o no recibir sexo oral, y menos aún desde esta perspectiva). Lo creo porque mi desarrollo sexual me ha llevado a entender la reciprocidad como algo mucho más amplio que responder a sexo oral con ídem o a cualquier práctica en concreto con lo mismo pero a la inversa. Limitar el concepto de la reciprocidad a prácticas concretas, desvinculándola de los afectos, apetencias y cuidados de los participantes en la relación sexual solo me ha llevado a sentirme frustrada e insatisfecha en la cama. Y a una le gusta demasiado lo que viene siendo el meneo como para permitirse no gozarlo en condiciones. 

 

No podemos olvidar que la reciprocidad, ese concepto del que todo el mundo habla, ese que ahora lleva todo el mundo por bandera como símbolo de liberación, se pone sobre la mesa tras toda una Historia de la humanidad en la que las mujeres raramente recibíamos ningún tipo de atención sexual más allá del coito (y de aquella manera). Se trata de un concepto que viene a decir “eh, tío, que yo también tengo necesidades”. Parece obvio, pero no lo era hasta hace dos días contados. Y por esto mismo no deberíamos permitir que sea algo que nos generé estrés o inseguridad. Deberíamos evitar que, una vez más, una reivindicación que busca ponernos en valor, nos acabe oprimiendo de nuevo y haciendo sentir culpables.  Reciprocidad es pensar en el otro y en el disfrute mutuo, no solo en lo que se recibe, también en lo que se da.  No es tan complicado de entender. 

No hablo de volverse egoísta y negarse a hacerlo solo “porque no apetece”, si no a no verse obligada a corresponder a la primera de cambio si no te nace. ¿Cuántas veces os han dado sexo oral solo para que, nada más terminar, le hicieseis lo mismo a él? En estos casos, muchas veces te hacen sentir mal si no te apetece hacerlo, pero ¿acaso han preguntado y habéis acordado que así sería? Que no te confundan, amiga: cuando hacen eso, no están pensando en tu placer, ni siquiera en el placer mutuo: solo en el suyo. Te hacen creer que hay un contrato por ahí, no visto por ti (y mucho menos firmado) en el que se reconoce formalmente que lo que corresponde tras una –aparentemente voluntaria- comida de c*ñ* es que te amorres a su miembro viril como a un Calipo de lima-limón recién abierto bajo el sol: a toda velocidad y con la máxima intensidad, no vaya a ser que se derrita. Y no es así. 

Hablar de lo que gusta en la cama (y lo que no) y cómo nos gusta (o cómo no) es fundamental para que la cosa funcione. Y negociar, si es necesario, eso también. Pero que no se nos olvide una cosa súper importante: Follar bien es follar con ganas, no preparando el terreno para cuando te toque a ti recibir. Si queremos que nuestras relaciones sexuales sigan siendo divertidas y enriquecedoras debemos hacerlo evitando que se parezcan lo más posible a nuestra relación con Hacienda: sin obligaciones, y sin deudas adquiridas solo por el mero hecho de respirar. 

 

Y a partir de ahí, a dejarse llevar y a gozar. 

María Molkita