La minifalda o los shorts son parte de la colección de las reliquias de la muerte.

Y no porque no nos gusten, si no porque parece que el mundo se ha puesto en contra de que las gordas enseñemos cacha.

Como gorda, si estás en una tienda de ropa y te acercas a mirar una minifalda, verás cómo alguien te mira con cara de miedo.

No sé, quizás explote el mundo y ardan nuestras almas en el infierno.

El caso es, que de manera un poco desafortunada, siempre hemos oído eso de que las gordas no podemos ponernos cierto tipo de prendas. Mientras que estamos deseando ver a las delgadas exhibiendo su cuerpo.

De manera inconsciente este mundo está dando su aprobación para que las mujeres delgadas se pongan cierto tipo de prendas. ¿Pero alguna vez te has parado a pensar en lo siguiente?

¿Por qué coño necesita una mujer delgada la aprobación de nadie para ponerse una prenda concreta?

De la misma manera que las chicas delgadas en verano quieren llevar un vestido negro de manga larga hasta el suelo. ¿A qué coño viene que alguien les diga «Es una pena que te tapes tanto, enseña más carne»?

Si, es triste que a nosotras nos manden que nos escondamos detrás de las sábanas de nuestra abuela y ocultemos cualquier forma o curva de nuestro cuerpo. Pero ¿Acaso las mujeres delgadas te están pidiendo su puta aprobación?

Yo no lo había pensado nunca y el otro día cuando lo hablé con una amiga me quedé un poco en shock. ¡Y es verdad!

Existe un motor automático incansable que intenta dividir al colectivo femenino. Y déjame que lo adivine, pero ¿Será que ese motor tiene identidad masculina? ¿Por qué si no iba a sugestionar a las mujeres consideradas atractivas a mostrar su cuerpo?

Como decía la canción “Este es un mundo de hombres”. Empecemos, por favor, a darnos cuenta de que muchas de las limitaciones y opciones que tenemos las mujeres en muchos ámbitos distintos, están pensadas para que en este mundo sólo se vea lo que los hombres desean ver.

Ese motor nos tuvo metidas en casa, totalmente condicionadas por la ropa que nos podíamos poner y la que no, dispuestas siempre para recibir entre nuestras piernas al hombre de la casa. Cuando empezamos a conocer nuestro cuerpo y a no tener vergüenza por exigir disfrutar de él, se llenaron los bolsillos sexualizando la imagen de la mujer hasta hartarse y metiéndoles la minifalda y los tops hasta en la sopa.

El control de ese motor del que hablo va evolucionando y adaptándose a los tiempos, pero no nos engañemos, hay que ponerle freno.

Porque, que no parezca que existe, no quiere decir que no lo haga.

¡Por la libertad de las cachas gordas!

Anónimo

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