Por qué no quiero vivir con mi pareja

 

Hace un par de años, un chico al que estaba conociendo me dijo que él no pensaba vivir nunca en pareja. Me chocó, me pareció un sinsentido y un freno al avance natural de las relaciones. Pero ya lo he comprendido.

Vaya por delante que quiero muchísimo a mi novio, que me encanta pasar tiempo con él y le extraño cuando no estamos juntos. Pero no quiero vivir con él. Ni con él, ni con nadie más. Ya sé que convivir con tu pareja tiene muchas cosas buenas, además del tema económico, porque lo he experimentado. Poder dormir todas las noches juntos, las mañanas de domingo retozando en la cama, el beso antes de ir a trabajar, cocinar en equipo con música de fondo, compartir una serie en el sofá, contarnos en persona qué tal ha ido el día, cada día… Pero supongo que precisamente por eso mismo, porque ya he pasado por ahí, no me planteo volver a vivirlo con mi pareja actual. ¡Y poca gente nos entiende! 

Algunas de las razones responden a mi situación particular: ya vivo con mis hijos (fruto de mi anterior relación) casi a diario. Y, sinceramente, necesito pasar tiempo con ellos a solas. Cuando me separé me sentía coja, pero ya han pasado unos años y, no solamente me he acostumbrado, es que lo aprecio muchísimo. Me encantan las rutinas por las mañanas, almorzar solos los tres y acostarles cada noche. También disfruto de nuestros findes de peli en la cama, para acabar durmiendo juntos. Sé que conforme se van haciendo mayores, esos momentos son más escasos, pero no quiero perderlos tan pronto metiendo a otra persona a vivir con nosotros.

Pero es que, aunque no tuviera hijos, tampoco querría volver a compartir todo mi espacio, ni todo mi tiempo. Recuerdo que, los primeros meses tras mi divorcio, el sofá se me hacía enorme, pero ahora adoro tenerlo solamente para mí, igual que la cama. Mi casa, mis normas, mi orden… ¡O mi desorden! Nunca pensé que lo valoraría tanto. Vivo muchísimo menos estresada porque limpiar me cuesta menos, ya que es mi mierda y soy quien lo vuelve a ensuciar todo después, ¡ningún adulto más! Pensar el menú de la semana y cocinar me cuesta menos, porque cocino para mí sin tener en cuenta las preferencias de nadie más (así cuando cocino para mi pareja, lo hago con muchísimo más gusto y amor, porque no es algo diario). Me sobra espacio en el baño, lo tengo para mí sola, al igual que los armarios de casa. Además, solamente lavo y tiendo mi ropa (¡ahora hasta me hace ilusión cuando entre la ropa sucia hay algún calzoncillo de mi pareja porque se ha duchado en casa!). 

Adoro cuando llega el final de una jornada dura y puedo sentarme sola en el sofá a tomarme una cerveza fría, satisfecha por haber sobrevivido un día más. Por muy bien que mi chico que cuide si algún día tengo resaca, y por mucha confianza que tengamos, prefiero pasarla sola entre la cama y el baño, sin que nadie más me vea. Soy de las personas a las que les cuesta mucho mantener una conversación antes de tomarse el primer café, (“costar mucho” lo uso claramente como eufemismo de “no me aguanto ni yo misma”), así que aprecio poder prepararme un café y sentarme a tomarlo lentamente mirando al infinito sin que me hablen. Me encanta hacer las cosas a mi ritmo, irme a la cama cuando a mí me parece y perder el tiempo un rato con el móvil o un libro, en silencio y hasta que se me cierren los ojos. Y también porque necesito aburrirme en casa de vez en cuando, para rayarme con mis cosas, porque en esos momentos en los que me autoanalizo saco conclusiones que me ayudan. 

Durante unos años la soledad me pesaba, se me hacía dura, me sentía sola incluso estando con mis hijos y no entendía cómo podía gustarle a alguien eso. Ahora he comprendido, o eso creo, que lo duro es la soledad impuesta o extrema, pero cuando la eliges tú y también la compensas con otros momentos en compañía, como seres sociales que somos, ¡es una auténtica gozada! 

Así que no, por ahora y durante unos años, no quiero vivir con mi pareja. Prefiero disfrutar de mi vida así. Aunque tengamos que andar sin compartir gastos entre su piso y el mío, con cosas aquí y allí, y por mucho que nos podamos echar de menos a veces. Me consta que hay parejas muy sólidas y bonitas que, tras intentar la convivencia, se dieron a cuenta de que eso no era para ellos. Estaban mejor cada uno en sus casas, simplemente durmiendo juntos dos o tres veces por semana, aprovechando lo mejor de vivir solos y vivir en pareja. Y ahí siguen, felices, años tras años. 

 

 AROH