Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real del amigo de una lectora.
MI PRIMERA NOVIA NO QUISO PERDER LA VIRGINIDAD CONMIGO POR PUDOR, PERO VOLVIÓ EMBARAZADA DE SUS VACACIONES
De esta historia hace ya muchos años, pero es de las de no olvidar.
Conocí a Sara en el instituto. Ella era la nueva amiga de una chica de nuestra pandilla, y enseguida me dejó encandilado. Era con unos ojos enormes y una sonrisa preciosa.
Yo era bastante tímido y sólo me había dado mis primeros besos con una chica de mi barrio, conocida de toda la vida. Aun así, Sara me atrajo tanto que no tardé mucho en acercarme a ella y entablar conversación.
Al parecer, la atracción había sido mutua porque todo fluyó desde el minuto uno y, unas semanas más tarde, me declaré y le pedí a Sara que saliéramos juntos. Ella aceptó y todo fueron arcoíris.
Pasaron unos cuatro o cinco meses, y yo no podía estar más prendado de ella. Llevaba un tiempo guardándome un ‘Te quiero’ que estaba loco por soltar, pero que quería revelar en la ocasión perfecta.
Ambos habíamos hecho ya un poco de “manitas” en estos últimos meses, y como era de esperar yo estaba loco por perder la virginidad con ella. Sin embargo, Sara me decía que no se sentía preparada. Nunca antes lo había hecho tampoco y prefería esperar un tiempo más, hasta estar segura. No voy a negar que aquello me jorobó un poco, porque yo estaba más que preparado, pero también era verdad que en el caso de las chicas es diferente, así que no dudé en darle el tiempo que necesitara hasta estar totalmente preparada.
Así pues, pasaron un par de meses más y llegó el verano. Yo fantaseaba con aquel momento y su posible pronta llegada, pero Sara quedó conmigo y dio una mala noticia: se iba de vacaciones con sus padres a su pueblo, que estaba a más de 500km, durante todo el verano.
Un jarro de agua fría cayó sobre mi cabeza en ese momento. Me invadió totalmente la tristeza, y no por la llegada de aquel momento especial, que también, si no porque obviamente era mi novia, estaba enamorado, y la iba a echar mucho de menos. Todos mis planes con ella para el verano se fueron al garete.
En fin, no podíamos hacer nada así que tocaba esperar a que llegara septiembre. Quedamos en estar en contacto y nos pedimos con un beso que, yo al menos, sentí casi hasta el alma.
A la primera semana de su partida, me llegó una postal suya desde el pueblo que me llenó de ilusión. Sin embargo, eso fue todo lo que recibí de ella en casi tres meses que duró el verano. Le escribí varias veces, pero no obtuve respuesta. Estaba triste y a la vez preocupado.
Al fin llegó la vuelta al instituto y, con ella, la vuelta de Sara. Estaba muy fría, muy distante, y a penas me hablaba. La noté muy rara, estaba, no sé, cambiada. Hablaba con otros chicos en el instituto y la noté como más coqueta, y como más segura de si misma, o yo que sé. Era raro.
Me acerqué a ella y fui a darle un beso y un abrazo. Me abrazó, pero giró la cara, evitando mi beso. Le pregunté que qué le pasaba. Que por qué no me había vuelto a contactar. Que si había dicho algo que la enfadó, o que si había conocido a otro chico, o yo que sé.
Sara se puso hecha un basilisco y me dijo que qué otro chico iba a haber. Pero que ya no quería saber nada más de mí y que no la agobiase.
Fueron días difíciles, me evitaba y dejó de hablarme por completo. Durante semanas no entendí nada. Hasta que de pronto llegó el rumor y poco más tarde se hizo realidad: Sara estaba embarazada.
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