Por favor, amigas con hijos, dejad de tratarme con condescendencia, porque se nota un poco que me tenéis pelusilla por no tener hijos y ser más libre en mi toma de decisiones.
Vale, igual he empezado algo fuerte, pero poneos en mi lugar: todas mis amigas, excepto dos o tres, están embarazadas, ya han tenido su primer hijo o están incluso buscando el segundo.
Os podéis imaginar la vida que llevan: siempre preocupadas, poniendo a su hijo por delante, atravesando problemas maritales, contando cada euro que gastan porque quién sabe si seguirá existiendo la universidad pública cuando sus hijos crezcan, etcétera. Vamos, que están un pelín liadas… y algo hartas, también.
Pero eso no les da derecho a tratarme como si yo, sólo por estar soltera y no tener hijos, tuviera una vida perfecta y cero preocupaciones.
Si sacan tiempo para que hagamos un viaje, ¿quién lo organiza? La menda. Si hay que buscar y reservar restaurante para alguna cena de grupo, ¿quién lo hace? La menda. ¿Quién es la única que se acuerda de los cumpleaños, que se preocupa en regalarles un detallito, que habla de vez en cuando por el grupo de Whatsapp y llama por teléfono para que la amistad no muera? La menda.
Pero lo que más me molesta es que se dé por hecho que esto tiene que ser así. “Es que tengo al niño malo”. “Es que llevo mucho lío con el niño”. “Es que la niña aún toma teta”. “Es que (complete con nombre masculino) está fuera este fin de semana y me quedo solísima con (complete con nombre infantil pijo)”. Y claro, es mencionar la palabra mágica “niño” o “niña” y ya tienen carta blanca.
Y yo, ¿qué? Tengo tres trabajos para poder pagar facturas, termino mi jornada laboral a las 8 de la tarde, limpio, barro, cocino porque no tengo a nadie que me ayude y -¡oh! ¡llamadme loca!- me gusta ir al gimnasio, al cine o a tomarme unas cañas de vez en cuando.
Y con mi familia, aún peor: siendo la pequeña de cuatro hermanos, siendo chica y siendo soltera, se sobreentiende que la que tiene que estar siempre ahí para los demás soy yo, porque es lo que me toca.
Me encanta ser la que tiene una relación más cercana con mis padres, precisamente porque estoy más pendiente de ellos, pero eso no quiere decir que sea yo la que tiene que cancelar sus planes siempre que ocurre algún imprevisto. Porque, directamente, no se pregunta a los demás. Se me exige a mí. Me preocupa pensar qué pasará cuando mis padres sean dependientes, cuando haya que tomar decisiones difíciles.
Además, si intento ponerme en mi sitio, me tachan de egoísta, mala hija, mala hermana, mala amiga. “Tú no tienes obligaciones”, he tenido que llegar a escuchar. “Algunos tenemos cosas que hacer”.
Oigan, si elegí no tener hijos fue precisamente para ser más libre y tener menos preocupaciones, no para que todo el mundo me cargue con las suyas. Y si os da envidia mi libertad elegida… haber estudiao.