Adiós.

Fuiste un cuento breve que leeré mil veces. Esta despedida no es un hasta luego, por mucho que lo haya soñado y deseado. Este adiós es definitivo. A ti y a mi, a nosotros.

Gracias por la visita, pero este tren ha llegado a su última parada y yo cogeré el siguiente con las mismas ganas que los demás, sin saber su destino ni su camino. El trayecto ha sido corto, pero intenso. Ya dicen eso de «lo bueno y breve dos veces bueno», y a mi me van mucho los refranes.

Quise alargar los segundos contigo y minimizar tus ausencias, pero no soy nadie para pedirte que te quedes. Por eso te digo adiós con tan pocas palabras. Porque compartimos muchas y ya sabes que a buen entendedor pocas palabras bastan.

Nos quemo la intensidad, o quizás pasó que tú eras fuego y yo hielo. La mezcla no nos sentó bien. Me diste alas para soltarme sin paracaídas, y estoy aprendiendo aún a planear sobre el aire.

 

No tuvimos un final porque tampoco tuvimos un principio, pero qué medio tan divertido. Fue como esa montaña rusa de la que sales mareado pero vuelves a subirte una y otra vez. Pero nos montamos muy pronto, quizás no era nuestro momento de columpiarnos en las alturas.

Y a pesar del tiempo y la distancia me acuerdo de ti. Y no lo entiendo. A veces odio a mi propia mente, porque me hace recordar cosas que podríamos haber vivido, pero decidiste que era mejor vivirlas solo, o con otra compañía. Espero que tengas un buen viaje. Yo disfruto el mío con toda la libertad que nunca me arrebataste.

Gracias por su visita, no vuelva pronto.

 

– La Coleccionista de Soles