Mis amigas y yo hablábamos hace poco sobre la importancia de fijar algunos estándares a la hora de buscar pareja, en base a la personalidad. Porque al principio todo es muy bonito, te vuelan mariposas y todo eso del amor románico. Pero, si buscas una relación duradera, las diferencias tienen que ser salvables el día de mañana.

Cada una comenzó a relatar los suyos. La mayoría no se salían de lo habitual: que sea familiar, que tenga una ideología o valores similares a los míos, que sea interesante, que sepa respetar mis espacios, que sea independiente y autosuficiente como para no tener que convertirme en su madre… Incluso hubo alguna que habló del físico.

Pero la que más nos sorprendió fue la que dijo, de manera contundente: “Pues yo no quiero que mi novio vea porno”. Aquello nos descuadró por lo diferente que era a lo dicho hasta el momento, pero también por lo común y lo habitual que es que un hombre heterosexual vea porno. “Eso es como pedir que no tenga ojos o boca. Es como pedir que no sea humano, vamos”, soltó una.

La conversación ya derivó hacia las frecuencias en el consumo de porno y las consecuencias que eso tenía. Alguna de las presentes explicó que su novio solía verlo, normalmente solo, pero que alguna vez habían visto algo juntos para entonarse. Otra confesó no ver cortos o películas como tal, pero sí gifs o imágenes.

Y mi amiga que no y que no. Que jamás consentiría eso, que era aberrante y que no se sentiría cómoda con semejante salido. Ahí ya hubo quien se molestó y comenzó a atacarla. “¿Y qué vas a hacer? ¿Le vas a poner una cámara? ¿Le vas a revisar el historial de búsquedas de cuando en cuando?”.

Las razones

En cuanto mi amiga dijo que el porno le parecía asqueroso y aberrante, yo pensé en algún rollo religioso o en frigidez. El sexo salvaje como pecado, como algo sucio y evitable. Sé que ella no es una gran entusiasta de las innovaciones en la cama, piensa que estamos hipersexualizados y cosificados y que, hoy en día, todo es sexo. Pero me extrañó que, de repente, fuera más allá y sonara como una aspirante a asceta de moral rígida.

Nada de eso. Tiene sus motivos y argumentos. Y, a medida que la he escuchado y me he informado sobre el tema, cada vez me parece un estándar más sensato. Me explico:

  1. El porno es machista. El porno feminista no existe. Si gusta no es por ver genitales ni mete-saca, sino porque el hombre posee y somete a la mujer. A veces, se la presenta en una posición denigrante. Y, cuando es ella la que domina, también es por una cuestión de preferencias del hombre.
  2. Si el porno no existiera, miles de niños y jóvenes no tendrían un acceso precoz al sexo explícito, ni tan mala educación sexual. Que, además, deriva en comportamientos machistas y en violencia hacia las mujeres.
  3. De algún modo, el hecho de ver porno perpetúa la visión de que el hombre tiene deseos e impulsos incontrolables. Se le despoja de raciocinio por instinto, lo que tiene una consecuencia: que se culpe a las víctimas porque “lo provocó”.
  4. En el caso concreto de mi amiga, prefiere no exponerse a que su futura pareja quiera reproducir con ella comportamientos que ve en el porno, que idealiza y llega a formar parte de sus deseos y fantasías. Porque, dado que es un producto diseñado por y para hombres, en aplastante mayoría, el placer femenino queda en un segundo plano o es irrelevante.
  5. La industria del porno encierra mucha explotación sexual. Muchos productores actúan como proxenetas, exhibiendo a actrices como parte de su “harén” y comerciando con ellas. Además, es muy frecuente que se suba a páginas porno contenido de chicas que fueron grabadas sin su consentimiento. Por ejemplo, haciendo topless o nudismo en una playa. Por no hablar del contenido pedófilo…

Motivos tiene de sobra, está claro. Algunos de los argumentos son rebatibles, por la capacidad de distinguir entre realidad y ficción, o por la intención divulgativa que se puede encontrar en algunos vídeos. Pese a ello, entendí que quien la critique lo hace por incomodidad pura. Además, cada cual fija sus estándares, por raros que parezcan.

A. A.