Vengo a contaros la historia de mi vida. La historia de cómo le conocí y nos casamos a los tres meses de conocernos.

Fue un flechazo, amor a primera vista, de esto que entras en un garito y lo ves y te ve, pero te ve de verdad, dentro de ti, como describen en las novelas, como se ve en las películas, como pasa en la vida cuando esta supera a la ficción.

Fue en Malasaña en la Vía Láctea, un 6 de diciembre, teniendo los dos veinticinco años y muchas cosas que aprender por delante, fue un amor intenso, follamos la misma noche que nos vimos por primera vez, abrimos nuestros corazones desbocados, como si tuviéramos que contarnos todo lo que somos porque no nos quedase tiempo por delante. Sé a qué sueno, a romántica empedernida que ha leído demasiado de Beta Coqueta, pero nada más lejos de la realidad. 

Era una escéptica del amor, nunca me había enamorado de verdad, nunca nadie me había gustado de verdad, nunca nadie me había atravesado el corazón hasta él.

Pasamos dos meses de locura, de estar encerrados uno en la cama del otro, de paseos por Madrid, mañanas de desayunos copiosos, noches sin cenar porque había otras cosas más importantes que comer. Mis amigas flipaban en colores, nunca me habían visto así con nadie, estaban escépticas y no las culpo, hablaba de él como si de Dios se tratase, mi madre me decía que frenara, mi hermana me decía que frenara, mis compis del curro me decían que frenara y yo solo sabía acelerar. Íbamos cuesta abajo y sin freno, pero qué bien sienta el aire en la cara cuando es porque vas a toda velocidad hacia el resto de tu vida. 

Al segundo mes, en una noche de locura, sexo, confesiones y habitación de hotel en el centro de Segovia me pidió matrimonio medio en broma medio en serio, con la chapa de una lata de coca-cola zero que me había cenado. ¿Te quieres casar conmigo? Sí, quiero. ¿De verdad? De verdad. Vamos a casarnos.

Y lo dijimos, no queríamos una boda a lo grande (no daba tiempo a organizarla), pero si queríamos a nuestros seres queridos cerca. Bueno, la revolución fue real y no les culpo. ‘Pero estás loca’, ‘pero si no le conoces’, ‘pero si tienes 25 años’, ‘pero si conoces a su familia’. Y comentarios del estilo a TODAS horas del día y sabéis qué, pues que me daba exactamente lo mismo, porque yo dentro de mí sabía que sí, que era él, que habíamos nacido para estar juntos, que lo sentía dentro y que quería que fuera el padre de mis hijos.

Así que así, con más gente en contra que a favor nos casamos en el mes de marzo, el día de mi cumpleaños, ¿lo más bonito? Nadie se lo perdió, ahí estaban todas las personas a las que queríamos, desde nuestros padres, hasta nuestros abuelos, pasando por todos nuestros amigos. No confiaban, pero no faltaron. Y a fin de cuentas, para nosotros eso es lo que cuenta.

Os escribo esto con treinta y dos años, un niño de dos años en la habitación de al lado, mi marido durmiendo plácidamente al lado y una bebé de seis meses en camino y casi lista para salir al mundo. Os escribo porque os leo, muy a menudo, cómo juzgamos sin empatía, como hablamos sin saber, cómo aconsejamos sin conocer. No podemos meternos en la cabeza ni el corazón de las personas para saber qué es lo que realmente están sintiendo, pero sí podemos estar ahí para apoyar, aunque no entendamos.

Las locuras existen, las películas de amor existen, las novelas nunca están basadas en algo que no es real.

‘¿Existe el amor a primera vista?’ -Me preguntó mi sobrina el otro día.

Ay cariño mío, si tu tía te contara…

 

Anónimo

 

Envía tus historias a [email protected]