A raíz de un post de la psicóloga y sexóloga María Esclapez (si no la seguís, ya tardáis, caris) en el cual habla de una afirmación sobre la posibilidad de morir y cómo lo usa para atreverse a hacer cosas, sentí la necesidad de escribir sobre este tema. Podría enviarle un DM con todo lo que voy a escribir, pero no me apetece llegar a la firma de su último libro y que me lo lance a la cabeza por darle la turra con mis películas mentales. Mejor escribo algo por aquí, que tengo espacio y digo yo que a alguien le parecerá interesante. 

Como ya he dicho una infinidad de veces, soy una chica con discapacidad. La mayoría de mis amistades y conocidos también son personas con discapacidad. Hay discapacidades que no afectan tu esperanza de vida, pero otras muchas conllevan una vida más corta y complicada. Aparte (aunque admito que no es algo que me haya hecho reflexionar tanto como lo anteriormente mencionado), pertenezco a una familia con un largo historial de fucking cáncer. 

Vivir con mi condición y rodearme de las personas que me rodean me ha hecho vivir dos tipos de situaciones que, si bien son contradictorias, me han enseñado muchísimo sobre la vida y, sobre todo, sobre vivir con la mayor plenitud posible. Por un lado, he perdido a gente en edad muy temprana por enfermedades raras y/o degenerativas. Eran muertes esperables, asumidas, anunciadas. Sabes que esa persona no va a poder vivir más allá de cierta edad y aunque duele igualmente, de algún modo sabías que eso iba a ocurrir más pronto que tarde. 

De esta primera situación que os expongo, la gran lección que he aprendido es: la muerte siempre llega. Haga lo que haga, nunca voy a poder escapar de mi condición de simple mortal igual que no puedo escapar de mi silla de ruedas (tengo espina bífida, de momento es una malformación crónica). A veces, evitamos ciertas cosas porque no vaya a ser que no lo contemos. Cuando, en realidad, lo único que conseguimos es perder la oportunidad de vivir ciertas experiencias. No te digo que ahora hagas puénting sin arnés, pero el ejemplo que María Esclapez puede ser muy ilustrativo. Si tienes miedo a conducir porque temes sufrir un accidente, conduce, cariño. Estás perdiendo la oportunidad de tener un volante en tus manos por miedo a algo que igualmente llegará. Y quizá, nunca llegue en forma de accidente automovilístico. He aquí la segunda lección. 

Dentro del mundo de las discapacidades, a veces damos demasiado por hecha la causa de nuestra muerte. Servidora que ahora os escribe iba a morir hace 32 años. Y una de dos, o sigo viva o he perdido una oportunidad de oro como extra de The Walking Dead. Sin embargo, la vida (o la muerte) te sorprende y te acabas enterando del fallecimiento de Fulanito o Menganita de una forma completamente inesperada, que no entraba en las quinielas de nadie. La segunda lección sería: nunca sabrás cómo vas a morir hasta que ocurra. 

Soy la primera que he dedicado demasiado tiempo y demasiada energía mental en imaginar todo tipo de escenarios catastróficos. Si fuese verdad eso de que creas tu realidad con tus pensamientos, yo hubiera muerto aplastada por un meteorito unas 8 veces. Si has sufrido ansiedad en cualquiera de sus formas, sabrás de qué tipos de ideas tan catastróficas como altamente improbables te estoy hablando. 

Hoy en día se sabe que esto lo provoca nuestro maravilloso cerebrito, cuya función es ayudarnos a sobrevivir. La cosa es que obsesionarnos con todo aquello que pueda ser un riesgo no va a evitar que, tarde o temprano, algo malo nos pueda pasar y acabemos abandonando el mundo. La obsesión por evitar todo lo malo solo sirve para que también te pierdas todo lo bueno. Además, te obsesionas con lo que sea y, de la nada, llega otra movida y te joroba. Pues chica, qué desgaste vital para nada… 

En conclusión, que la muerte puede ser la mejor razón para vivir plenamente. Lo peor que te puede pasar es inevitable que te acabe pasando. Así que, sin dejar de hacer uso del sentido común, atrévete a vivir. Conduce, esquía, salta en paracaídas, nada con tiburones o deja atrás todas esas relaciones que ya te están quitando las ganas de vivir. La única ley de vida es que la vida se termina.

Mia Shekmet