Resulta que, tras pasar casi la mitad de mi vida en relaciones largas no sé ligar. De hecho, creo que nunca he sabido. Las dos parejas formales que he tenido en la edad adulta han tenido que “declararse” y venir a decirme, abiertamente con un mensaje claro y conciso que les gustaba.
Mi mayor problema es que yo nunca considero que un hombre guapo y atractivo pueda estar ligando conmigo, aunque se pase la noche hablando conmigo y riéndonos como hienas. Vamos, que me he metido a mí misma en la friendzone sin darme ni cuenta. Y todo esto me daría igual si no me hubiera quedado soltera a las puertas de la treintena y en plena era de las apps de citas.
Había probado Bumble y Tinder, pero, sinceramente, las di por perdidas. Si en la calle necesito el cucharón, en la jungla de Tinder vienen hasta con el cuchillo y el tenedor en la primera frase. Soy consciente de que esta es la dinámica habitual en este tipo de apps, pero que mi primer match me saludara con un “vaya culo, a qué hora me lo como esta noche” me dejó absolutamente ojiplática, sin ser yo una mojigata sexualmente hablando. Pero chico, vale que yo sea lerda y no me entere de por dónde van dando la misa y otra es que no deje usted nada a la imaginación. Se ha perdido ese tira y afloja en el que no sabes si quiere empotrarte o simplemente le caes bien.
De esta forma y después de darme por vencida en el mundillo de encontrar un maromo con el que echar un buen rato sin tener que pasar por tinder ni tampoco por el momento de descifrar al tío como si fuese el Códice Calixtino, fue como apareció en mi vida el camarero del bar al que voy a desayunar cada mañana en el trabajo.
Resulta que, como trabajo en un lugar donde me prostituyo por 1200€ al mes, 40h y 15 minutos para el desayuno, ir al bar y esperar a que te sirvan el café y la tostada no es una opción, por lo que solemos llamar antes de salir para que los vayan preparando y al menos no morir atragantada por comerte la tostada en 5 minutos desde que te la sirven hasta que te toca volver a fichar para entrar al infierno. Así es como Félix tenía mi número de teléfono. Hacía ya muchos años que íbamos al mismo bar y la verdad que nos encontrábamos como en casa. Félix era un chico guapo y muy alegre y siempre andaba gastando bromas, pero, por lo que sea, siempre me pareció que era amable sin más, cómo no.
Como soy un libro abierto y más blandita que el pan de bollito, todo el mundo podía adivinar que me pasaba algo cuando me dejó mi novio. Los desayunos y la cerveza afterwork eran los momentos de desahogo con mis compañeras del trabajo y alguna que otra lagrimilla cayó delante de todo el bar, Félix incluido, claro. No había que ser ningún lumbreras para darse cuenta que algo me pasaba y que tenía que ver con asuntos del corazón.
Una mañana, estando de vacaciones todas mis compañeras y habiéndome quedado yo de guardia, llamé al bar como cada mañana y pedí solo lo mío.
“¿Han dejado sola a la princesa esta mañana?” – dijo Félix al otro lado del auricular.
Cuando llegué, me senté en la barra del bar que, a plena hora punta, estaba a tope, para no ocupar una mesa entera para mi sola.
Así fue como el chaval aprovechó la ocasión para preguntarme si estaba mejor, que me había visto triste últimamente y le confirmé lo que él ya sabía: estaba soltera. Se mantuvo correcto y me animó como solo puede hacer una persona que no te conoce de mucho, es decir, con las frases típicas de los sobrecillos de azúcar.
“Vaya, lo siento. No te preocupes, él ha perdido más que tú, créeme.”
Me hizo gracia y me eché a reír diciéndole algo así como:
“Vaya cómo te has levantado hoy, eh, Félix? Si estás preocupado no te preocupes, vaya, no se me había ocurrido.” – y, acto seguido, salí corriendo de vuelta al trabajo para no llegar tarde.
He de decir que en ningún momento me molestó el comentario, pero a veces tiendo a ser demasiado sarcástica y se me olvida que no todos me conocen tanto como para saber interpretar mi tipo de humor un poco absurdo. Así que se ve que la criatura se quedó un poco rayado con mi respuesta y horas más tarde, cuando llegué a casa, tenía un mensaje de WhatsApp de un número que no tenía guardado. Era Félix. Me pedía perdón por usar mi contacto sin mi permiso y por si me había molestado el comentario de esta mañana. Pasamos todo el fin de semana hablando y, aún así, no me percaté de que el chaval tenía interés en mí hasta que me dijo de quedar para un café fuera del bar.
Pero, como algo sí que me venía intuyendo y mi psicóloga me había empezado a animar muy sutilmente para que fuese teniendo citas y conociendo a gente, acepté. Quedamos a tomar unas cervezas y descubrí a un chico que, aparte de guapo y de poner unos cafés increíbles, era muy divertido y tenía muchas cosas interesantes que contar. Y aquí nos encontramos, que lo mismo me pone un café por las mañanas que me alinea los chacras por las noches.
Para todas las que no se enteran de nada: confiad en vuestro instinto y nos perdáis las oportunidades por pardas. Hacedlo por las anécdotas al menos.
Nita T.