Me gustaría empezar diciendo que las navidades me dan igual, pero estaría mintiendo. El hecho es que me encantan, desde que recuerdo. Eran mi época favorita del año cuando era niña, quizá también de adulta. Incluso después de haber dejado de creer en la magia, yo seguí disfrutando como una enana cada Navidad. Las esperaba con ansia cada año y no solo por el turrón de Suchard. Me gusta todo, la decoración, las luces, la música, los regalos y, sobre todo, esos días en los que te reúnes con tu familia para celebrar y pasarlo bien juntos.

Por eso se me hizo tan cuesta arriba el año pasado. Porque hacía unos meses que me había mudado al extranjero y porque no pude cogerme vacaciones para volver a casa durante esas fechas. Tenía dulces navideños, calles iluminadas y reposiciones de Pretty woman y Love Actually. Pero no tenía a mis amigos y familiares cerca ni los iba a tener. Así que pasé la Navidad sola y esto es lo que aprendí.

Que estar solo no es estar en soledad

Del mismo modo que se puede sentir soledad estando acompañado, puedes sentir la compañía de los tuyos incluso estando sola en una habitación a miles de kilómetros de ellos. Afortunadamente, vivimos en la era de la comunicación. Todavía no podemos tocarnos, sentir el abrazo de tu padre ni cómo te aprieta los carrillos tu abuela. No obstante, algo es algo. Y hay que aprovechar al máximo esa llamada que te da la vida, ese Facetime con el que puedes comprobar que tu sobrinita ya sabe dar palmitas.

 

Que las cosas tienen la importancia que tú les otorgas

Está todo en ti. Eres tú quien decide si pasar las fiestas sola te hunde en la miseria o si tampoco es para tanto. Tú decides sin las pasas triste acurrucada en la cama, o si le das la vuelta a la situación y tratas de llevarlo lo mejor posible. De hacer algo que te apetezca, que te llene. O incluso no hacer nada en absoluto y que no pase nada por ello. Tú mandas.

 

Que la felicidad, a veces, es cuestión de actitud

Relacionado íntimamente con lo anterior. Hay ciertas cuestiones sobre las que solo nosotros decidimos en qué grado nos afectan. ¿Quieres regodearte en la pena por no poder cambiar algo? Bueno, vale. Lo entiendo. Sin embargo, he aprendido que el margen de maniobra del que disponemos para ser felices o infelices con nuestras circunstancias es mucho mayor de lo que nos parece.

Que la distancia no es tal si te lo propones

Si todos los implicados ponen de su parte, la distancia no es tan importante. De hecho, desde que vivo lejos de los míos, me siento más cercana a ellos. Porque nos esforzamos por estar ahí los unos para los otros. Ya sea a golpe de teléfono, de mensaje o de clic.

 

Que, en realidad, las fiestas son solo días marcados en el calendario

Marcan el calendario, pero no marcan tu vida. No pasa nada si las celebras sola, si pospones las celebraciones para cuando puedas estar con tus seres queridos, o si no las celebras en absoluto.

 

Este año volveré a pasar las navidades lejos de mi familia y, aunque no lo haré sola porque he tenido el tiempo y la suerte de hacer amigos, ahora sé que no sería tan grave.

 

Silvia

 

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