Quién me lo iba a decir a mí, yo la reina de las dietas, la señora que lleva restringida desde los doce años, la que ha ido a endocrinos, dietistas, profesores de gimnasio, la que se ha hecho su propio plan nutricional… La que lo ha intentado todo. Empecé a perder peso cuando dejé de estar a dieta.

Engordé después de la comunión, cuando me bajó la regla, digievolucioné. Me hice más alta, me salieron más tetas, cogí muchísimo peso. Desde ahí pasé de ser una más de clase, a ser la gorda. Yo lo llevaba mal, pero mi madre lo llevaba peor. Me ha llevado desde que soy adolescente a todo tipo de clínicas.

Estéticas, nutricionales, médicos… No entendía por qué si comía bien no adelgazaba. Ni ella, ni nadie. Hasta pasamos por una coach que me motivaba… menudo cuadro de experiencia.

Gracias a la vida salí de casa, me independicé, me fui a otra ciudad y me configuré a mi misma a mi antojo y semejanza. Os descubrí, os leí, conocí a gente maravillosa, empecé con un psicólogo maravilloso al que siempre le estaré a agradecida. Le quité las pilas al peso, dejé de contar calorías, dejé de tener un papel en el frigo que me decía qué comer. 

Empecé a perder peso cuando dejé de estar a dieta

Mi psicólogo me recomendó a una chica nutricionista en la primera consulta ya me quería casar con ella. Me empezaba a explicar cosas, yo asentía, le decía que ya sabía qué me estaba diciendo y cambió el chip, en lugar de decirme ella, empezó a preguntarme. Después de media hora hablando me lo dijo: tú no necesitas que nadie te diga qué comer, tú ya sabes llevar una alimentación sana. 

Así que, ni corta ni perezosa, me dijo que no me cobraba, que yo no necesitaba sus servicios, que tenía la información, la entendía y sabía cómo hacerlo. Que dejara de contar, que dejara de apuntar, que dejara de pensar. ‘Tú sabes lo que necesita tu cuerpo, cuídalo y quiérelo, pero no lo castigues’. 

Y me fui a casa FELIZ, me sentí reconocida, sentí que me había dado los golpecitos en la espalda que merecía. Le hice caso, comí sano (como toda mi vida), pero me dejé llevar. Si me apetecía comer hidratos a mediodía lo hacía, si me apetecía cenar pescado lo hacía, si quería una ensalada también. Esto va de equilibrios, de autoconocimiento, de escucharse.

Con esto no quiero decir que no acudáis a profesionales o que os forméis en nutrición para poder llevar vuestro propio estilo de alimentación. Quiero decir que hay que saber cuándo soltar, cuándo parar, cuándo dejar de machacarnos, cuándo dejar de escuchar a los demás y empezar a escucharse a una misma. 

Llevo así seis meses. Sin peso, sin calendario de comidas, sin contar calorías. Ayer fui a la farmacia y pagué veinte céntimos para pesarme, he perdido quince kilos. Y me la suda, me la suda muchísimo el número de la báscula. Creía que saltaría, que me pondría feliz, que celebraría.

Pero no: salí igual que entré. Orgullosa de mí misma, tranquila y en paz. Me prometí que me la sudaría el número del peso, que si cuando vuelva dentro de un tiempo ese número es más alto me daría lo mismo otra vez. Mis análisis están perfectos, mi cuerpo también y mi mente mejor que nunca, con eso me basta. 

Foto de Ivan Samkov en Pexels