Vayan por delante mis respetos a los bares de pueblo, desde el más fino al último antro oscuro y que abre a horas sospechosas. Brindo a favor de vuestra buena salud, que nos quedan muchas horas que echar en vuestros establecimientos. Si Dios o el destino quieren.

No estoy hablando de una profesión o de un estilo de vida, sino de una personalidad. Es algo particular, pero, por repetición de patrones, casi que se puede hablar de fenómeno social. Me refiero a esa gente que se ha montado un bar de pueblo que va bien, y ahora van dando lecciones para triunfar que nadie ha pedido.

Le ha pasado a una persona de mi círculo. Su padre abrió una cafetería orientada al público familiar que se convirtió en el local de moda. Decidieron invertir en un viejo restaurante y lo presentaron como concepto novedoso, apostando por la calidad de la materia prima. Vienen a comer gentes de toda la comarca y la capital de provincia. Tan bien va que ahora han decidido abrir un bar de copas, con tan buena ubicación que es el otro local de moda.

Hasta ahí, todo magnífico. Montar un negocio de hostelería ni es fácil ni se valora lo suficiente, ¡cuanto más tres y compatibilizando con vida personal y familiar! Lo que ocurre es que a la chica le falta hablar de ella como mujer hecha a sí misma para terminar de clavar el discursito de los huevos.

Su retahíla de argumentos se ha convertido en mantra para quien quiera escuchar.

1. Cierran los negocios cuando no se hacen las cosas bien

Se ha convertido en empresaria y en crítica gastronómica. Ahora no vamos a un bar sin que pruebe algo y emita sentencia: “Esto lo compran en X sitio”, “Estas croquetas son congeladas”, “Vaya poca comida para lo caro que es el plato, con lo bien que despechamos en mi restaurante”, “Pues en mi bar esto se hace así”, “Pues en mi bar esto no se hace”…

No todo el mundo cuida tanto los detalles ni se implica en los negocios como ella en los suyos, claro. Si fuera así, no tendrían que cerrar.

2. El Estado la oprime y premia a los/as vividores/as

Hay una lección del cursillo de “Empresario/a del año” en el que te tienes que volver liberal-libertario, estoy convencida. Da igual que tú hayas alabado los preceptos de la socialdemocracia toda la vida, incluso del comunismo. Ahora la máxima es: tú eres un/a emprendedor/a que cabalga contra el mundo, genera empleo en su comunidad y, aún así, tienes que soportar los desmanes de un Estado opresor que te fríe a impuestos para mantener a los caradura. Como Robin Hood, pero al revés.

Así que la muchacha ahora se pasa el día compartiendo en redes sociales los últimos tuits de los “influencers” del neoliberalismo. Luego escuchas a sus trabajadores quejarse de horarios extenuantes, pero claro, esa es otra historia. Eso es que la hostelería es dura y, el que no quiera, que se haga funcionario/a.

3. Podría dar charlas de gestión eficiente del tiempo

Quien no puede es porque no quiere. Si ella ha abierto varios negocios familiares, trabaja de sol a sol y aún tiene tiempo para atender a sus dos hijos e ir al gimnasio, ¿cómo te vas a quejar tú? “Todo es cuestión de organizarse”.

Ha interiorizado mucho eso de que el éxito pasa únicamente por la prosperidad económica, entrar en los cánones de belleza y tener pareja/familia. La gente que no está en esa onda no es porque valore la tranquilidad frente al estrés, ir despacio y no con prisas o tener tiempo libre para rascarse el papo, simplemente. Son fracasadas porque no perseveran, punto.

Quien dice bar de pueblo, dice cualquier otro negocio. Ella abrió bares como si hubiera abierto otra cosa, y asumió el discurso de que todo es posible y, si no, es culpa tuya. ¡Señora, suélteme el brazo!

Anónimo