Cuando era más jovencita tenía una imagen de mi cuerpo muy distorsionada en mi cabeza. Me miraba en el espejo y me obsesionaba con mis muslos. ¿Por qué siempre me rozaban? Yo estaba convencida de que si adelgazaba lo suficiente, conseguiría que se separasen. Lo que no sabía es que mis muslitos se quieren mucho y da igual que pese 50, 60 o 70 kilos: ellos se van a seguir dando amor.

Con el tiempo averigüé que la forma de mi cuerpo no iba a cambiar por mucha dieta y deporte que hiciese, y hace un par de añitos empecé a reconciliarme con él. Ahora tengo dos reglas que jamás de los jamases incumplo y que creo que os pueden resultar la mar de útiles:

  1. Hago deporte para sentirme bien.

  2. Nunca hago dieta.

No me quiero enrollar con el tema del deporte, pero básicamente dediqué mucho tiempo a encontrar algo que me gustase de verdad (ya que correr, la elíptica y todas esas mierda del gimnasio me daban ganas de pegarme un tiro). Me gusta el yoga y montar en bici, pero montar en bici en exteriores y no entre cuatro paredes con un señor gritando frases motivadoras. Los fines de semana voy con mi novio de ruta y es una maravilla. Y entre semana hago yoga, que me relaja, me destensa y aumenta mi flexibilidad. ¿Hago deporte para adelgazar? ¡NO! Lo hago para desestresarme y sentirme mejor conmigo misma. ¿He adelgazado tras hacer deporte? Pues sí, pero repito que ese no era mi objetivo.

Volviendo al tema del que os quiero hablar: jamás de los jamases hago dieta. ¿Por qué soy tan radical? Pues estos son los motivos…

  • Por todas las historias de chicas que acabaron en el hospital por dietas restrictivas chungas.
  • Porque me niego a retirar de mi alimentación una fuente de alimentos. Necesito proteínas, grasas y carbohidratos para vivir. ¿Por qué iba a anular alguno de ellos? Todos cumplen una función.
  • Porque hacer dieta es algo transitorio y yo no quiero pasar rachas preocupada por la comida y otras descontrolando mi alimentación.
  • Porque aprendí a trabajar mis emociones y dejé de pegarme atracones cuando tenía ansiedad.
  • Porque según muchos estudios, las dietas restrictivas son un factor de riesgo para desarrollar enfermedades cardiovasculares y oncológicas y también para tener obesidad en un futuro. Irónico, ¿verdad?
  • Porque me niego a sentirme mal cuando salgo a tomar algo y todos mis amigos quieren pizza. Por comer una hamburguesa, una pizza o un burrito grasiento de vez en cuando, no voy a morirme.

Sé que suena muy a tópico todo lo que he dicho y lo que diré a continuación, pero lo que yo quería era cambiar mi forma de relacionarme con la comida a largo plazo y no hacer una dieta cortita con un efecto rebote del copón.

No os voy a hablar de real food ni de mil rayadas más porque al final todos estos movimientos son carne de cañón para obsesionarnos. Lo que os quiero contar es la importancia de comer de todo (si vuestro cuerpo os lo permite, que no es plan de beber un litro de leche si eres intolerante).

Real que hay personas que fríen la comida con agua para no engordar. Veo a gente que sufre microinfartos cada vez que ve una botella de aceite de oliva y yo pienso, joder, que por una cucharadita en la sartén no se muere nadie.

En el término medio está la virtud y sobre todo en saber lo que comemos.

Lo que quiero decir con todo esto es que no os obsesionéis con la comida. Si un día sales con tu novio a cenar y os apetece un kebab, nadie va a morir por eso. En cambio, cuando haces dieta y la restringes, inevitablemente te viene un sentimiento de “mierda, mierda, mierda, la he cagado”, lo que aumenta la ansiedad y propicia los atracones. Cuando en tu cabeza ves la comida basura como una opción más, poco sana pero totalmente válida de vez en cuando, evitas obsesionarte.

Todo esto sin entrar a hablar de las comidas ultramegasupersanas que se han puesto de moda y que están más malas que la mierda. Donde esté un buen potaje, unas lentejas caseras o un puré de verdura de los que hacía mi abuela… ¡Hay comida sana más allá de la quinoa!

La cocina es un sitio para divertirse y no para comerse la cabeza y restringirse. Buscad alimentos que os gusten y que os vayan bien y preparad nuevas recetas (o preparad las recetas de vuestras abuelas, que a veces son de lo mejorcito que podéis meteros en el body). Sea como sea, no convirtáis el desayuno, la comida y la cena en momentos de sufrimiento.

¿Qué opináis vosotras de las dietas? Contadme en comentarios vuestras experiencias.