Me va a doler el corazón toda la vida si no te digo que el frío y la humedad me están destrozando por dentro. Que el dolor de cabeza aumenta cada vez que apoyo mis pies en el suelo. Y mi tensión arterial continúa subiendo por el pánico que tengo de ver marchar mis sueños dentro de una estúpida mochila colgada a tu espalda. Me va a doler el corazón toda la vida, si no te digo que estoy puto loca por ti. Porque siempre has tenido el don de ser como un reactor nuclear, mandándome a la guerra con un mechero, en lugar de un lanzallamas, porque siempre iría al frente de la batalla por amor. Tengo ganas de hablarte de toda aquella poesía que algún día recitaré ante un altar colmado de rosas blancas. Y de decirte, también, que este tiempo sin ti ha sido una auténtica pesadilla. Y que sigo viva. Y de escribirte mil mensajes de amor y odio, y de rencor mezclado con un poco de ternura. Ya que a fin de cuentas sabes mejor que yo, que todo se me pasa con un par de besos y unas caricias en la espalda. Y menuda cagada. Menuda cagada fue enamorarme de ti. Sin pensar en todas las tormentas que tendría que atravesar para llegar a tu vacío y sombrío corazón. Enfrentándome a dragones que intentaban lamerse las heridas con la misma lengua que los envenenaba. Seguir a pesar de todas las víboras disfrazadas de sirenas que cantaban mierda a mi alrededor, sin siquiera pararse a pensar en el alcance que tenía nuestro amor. ¿Por qué me quedé? Si mi cabeza me decía que corriera, que huyera cuando te viera, y mi corazón latía a contramarcha, acercándome a ese niño indefenso que se escondía tras la puerta cuando sus padres se gritaban. Quizá lo que más me gustaba de él, era la forma que tenía de decirme que nunca llegaría a amarme.  Con esa sonrisa espacial, de otro planeta, mientras me acariciaba la espalda y me besaba cada milímetro de mi cuello. Y qué más dan todas las balas destrozadas que tuve que quitarme en una operación, a corazón abierto, deseando olvidar, si siempre volvía cerca del mismo tirador. Yo, siempre la misma suicida del amor.

Tania P Fernández