Ya vale con eso de pensar que estar sola solo es una opción válida cuando “no hay nada mejor en el horizonte”. 

Hay mucha tela que cortar sobre lo que sucedió en la hoguera final de La Isla de las Tentaciones.  Y no hablo de la miserable incineración del inocente Rosito, ni de la dinámica del rencor eterno en la que viven instalados Lester y Marta (¿alguien dudaba de que pasaría de Dani?). Ni siquiera de Mayka intentando defender lo indefendible (y mucho menos de unos Aless y Patry que poco o nada interesan a nadie). Hablo de Melodie. La todopoderosa Melodie. Esa imponente mujer que tras su absolutamente milimetrada y normativa belleza ha demostrado ser la gran protagonista de esta edición equivocadamente marcada por un muy sinvergüenza Tom Brusse.  Si de algo sabe Mediaset es de platos fuertes, y por eso no es casualidad que la hoguera de Melodie y Cristian se emitiese la última de todas. Había chicha.

La segunda edición de La Isla de las Tentaciones ha servido a Melodie para entender, de verdad, que lleva demasiado tiempo poniendo el foco en la otra persona y que, ahora le toca a ella. Ha recordado lo mucho que le gusta bailar, cantar y divertirse. Y como con Cristian no hacía nada de eso más que sufrir. Y que quiere estar sola un tiempo, para ver a dónde le lleva el ser ella misma y conocerse. ¡Una mujer disfrutando y conociéndose a sí misma! Qué locura, ¿eh?.

Pues ella lo tiene cristalino. Lo dice tan claro que quiere estar sola que ni Maite Galdeano. Y aún así, poco después, pasa algo que hace que cambie de opinión y decida irse con Beltrán, su amado de la casa. ¿Qué c*ñ* ha pasado aquí?

Melodie llega a la hoguera final cabreada por todo lo que ha visto de Cristian, pero por encima de ese cabreo, aflora una serenidad que poco o nada tiene que ver ni con Cristian, ni con Beltrán, ni con nadie. Tiene que ver con ella. Y tras darle a su novio uno de los “ciao, pescao” más certeros, dolorosos (y al mismo tiempo elegantes) que se han visto, deja claro que lo que ella quiere es reconectar con sus emociones y seguir explorando eso que ahora solo son unos destellos pero en los que reconoce algo de verdad sobre sí misma. 

Se ha dado cuenta de que seguía con Cristian por la idea de un proyecto en forma de casa, descendencia, un perro, ese rollo. Decidió aceptar el sufrimiento que le proporcionaba su relación con Cristian a favor de una vida que ella creía que deseaba a cualquier precio. Melodie antepuso el proyecto a la persona y cuanto más tiempo pasaba con esa persona más le costaba renunciar a ella. Una ruptura suponía volver a empezar desde cero y “tirar por la borda” todo el tiempo y esfuerzo invertidos. Cristian no la hacía feliz, pero representaba la posibilidad, más pronto que tarde, de conseguir todo eso que sí que creía que se lo haría. Pero Melodie en la isla conoce a Beltrán, que, aunque no precisamente la alegría de la huerta, le supone un soplo de aire fresco. Y a Melodie le gusta Beltrán, sí, pero sobre todo le gusta la sensación de estar decidiendo ella sobre su propia vida. Y es entonces cuando empieza a hacer gala de la empatía que ha demostrado hacia sus compañeras y empieza a practicarla consigo misma y a intentar pensar con claridad. 

Después del trago de la hoguera final con Cristian, y de decidir abandonar la isla sin nadie más que ella misma, el reality le da la oportunidad de explicarle a Beltrán por qué prefiere irse sin él. Ella se lo explica y él lo entiende, se abrazan, suena una música preciosa y para cuando estamos en casa ya con el pañuelo en la mano, sintiendo profundo orgullo de una Melodie que sin saberlo ha dado el primer paso hacia la felicidad (spoiler: el autoconocimiento)… en ese preciso momento llega Sandra Barneda y le vuelve a hacer la pregunta de marras. La pre-gun-ti-ta. Esa que Melodie ya ha contestado, alto y claro. Y como si de una niña tonta se tratase, que no sabe lo que quiere, le dan la opción de volver a contestarla por si antes no se lo había pensado bien.  Y ahí, con la boca pequeña, Melodie sobreentiende que si no quiere renunciar a seguir conociendo fuera a Beltrán, debe elegir irse con él. 

Error, querida Melodie. Justo cuando habías empezado a sospechar que el camino del amor empieza por quererse, conocerse y respetarse a una misma, no debes tener miedo a que ese tiempo que necesitas para ti misma te aleje de cosas bonitas, como puede que percibas la incipiente relación con el pansinsal de Beltrán. No querer salir emparejada de la isla no significa renunciar a Beltrán, ni al amor. Significa que habías tomado una decisión madura y consciente y que no deberían ponerla en entredicho tan a la primera de cambio. 

Vaya por delante que si Beltrán es lo que quiere, bien por ella. No cuestiono su decisión final, porque suya es y nadie mejor que ella sabe lo que quiere. No obstante, no puede si no dejarme un regusto amargo el que cuando una persona decide estar sola (algo de por sí difícil y socialmente castigado), no escuchemos un sonoro aplauso acompañado de una ovación cerrada si no un “¿te lo has pensado bien?”.

Es como si solo molase reivindicar lo importante que es estar bien en soledad cuando no te queda otra, porque no tienes oportunidades a la vista. ¿Qué hay más prometedor que darte el tiempo de convertirte en la persona que eres? ¿De escucharte como escucharías a tu amiga e intentar ayudarte? ¿De brindarte a ti misma todo ese amor y empatía que normalmente ofreces a los demás?

Te deseo lo mejor, Melodie. Y espero que, con o sin Beltrán, estés cantando, bailando, riendo, llorando, divirtiéndote mucho y comiendo gusanitos en el sofá a tus anchas. O haciendo lo que sea que te esté apeteciendo. Tal y como querías… y te mereces. 

María Molkita