Bruja, envidiosa, infeliz, aburrida… Antes de empezar ya enumero algunas de las perlitas que me han soltado por pensar que las parejas aparentemente perfectas tienen algo que ocultar.

Y bueno, lo reconozco, desde que vi Sabrina me siento tentada a convertirme en una bruja divina de la muerte, pero juro y perjuro por Satán que este pensamiento que ronda mi cabeza no es fruto de la envidia, de la infelicidad ni del aburrimiento; nace de la experiencia.

Os pongo en situación: pareja que lleva un par de añitos junta. Desde el primer mes comparten en redes sociales lo mucho que se quieren, lo maravillosa que es su vida, la fantasía que es respirar del mismo aire y cagar en el mismo váter. Parecen felices, pero te los cruzas por la calle un sábado y van con cara de funeral.

“Vaya, igual tienen frío y por eso van con cara de oler mierda. Tal vez han tenido un mal día. Casualidades de la vida.”

Llegas a casa, abres Instagram y te encuentras cuatro fotos, ocho comentarios y diecieséis stories dándose besitos, diciéndose que se aman y compartiendo con el resto de mortales su amor de Disney. Algo no encaja.

Los días pasan y se vuelve a repetir la historia. Te encuentras a la pareja en cuestión en el supermercado, en una discoteca, en el cine, en los probadores del Primark, en la sección de perfumería de El Corte Inglés… ¿Qué tienen en común estas escenas? Pues que en todas van con cara de haber pisado un mojón de perro.

La dinámica es sencilla… De cara a la galería te cuentan que su relación es ideal, que jamás discuten, que se apoyan pase lo que pase, que cada día juntos es una fiesta, que lo mejor de todo es que aunque pasen los años no paran de reír, pero hay algo raruno.

A ver, tampoco me quita la vida lo que pase o deje de pasar en la vida amorosa de esta peña. Sin embargo a veces es inevitable compararte y pensar “joder, qué felices ellos y yo acabo de discutir con mi novio porque él dice que los garbanzos del Lidl son mejores que los del Aldi y yo por ahí no paso”. Y es aquí donde quería llegar.

La gente, TOOOODA LA GENTE, vende una imagen en redes sociales. A veces a propósito y a veces involuntariamente, pero todos mostramos una cara y nos guardamos las 99 restantes en el armario. Felices, guapos, arreglados, exitosos, viajeros, con dinero, con un trabajo que nos llena, con una pareja que nos comprende 24 horas y 7 días a la semana, con una familia comprensiva, con unos hijos encantadores. Todo bien, todo perfecto… O no.

 

La vida no es perfecta, y entiendo que una pareja no vaya gritando a los cuatro vientos “eeeeh, que anoche discutimos porque él tuvo un gatillazo y acabamos discutiendo” igual que yo no subo un stories llorando cuando me da un ataquito de ansiedad. Pero amiguis, lo que resulta absurdo es, en medio de la pataleta, subir una foto con tu pareja y poner como frase “All you need is love”.

Dejemos de fingir que nuestra vida es perfecta, que nuestras relaciones son de película, que nuestro trabajo es el más maravilloso del mundo mundial, que nuestra carrera es una fantasía y que nuestros amigos son los mejores. Las relaciones de película también discuten. Los trabajos maravillosos también tienen sueldos precarios. Las carreras de fantasía a veces cuestan un pastizal sin becas. Los mejores amigos pueden decepcionarte sin querer. Estas imperfecciones nos vuelven vulnerables, sensibles, fuertes y felices a partes iguales (y por suerte o por desgracia no se pueden ocultar con filtros de Instagram).