Entramos en el ascensor de bajada al rellano.

  • ¿Has estado a gusto? –  Me preguntas.
  • Claro – Respondo.
  • Yo también – callas un segundo – muy a gusto.

 

Y me das un beso fugaz, que nada tiene que ver con el de hace dos horas en el mismo ascensor, pero de subida, cuando no has podido esperar a entrar por la puerta, pillándome desprevenida y haciendo que la subida de un mísero piso se me haya hecho eterna.

Salimos del ascensor y volvemos a la realidad. Sabemos que fuera de esas 4 paredes entre tú y yo sólo existe una relación cordial, o un inicio de amistad por no parecer tan frío. A ti te esperan tus amores a la salida del colegio y a mí me espera la persona que quiero en casa.

Nos conocemos lo suficiente y nada. Lo suficiente en lo superficial y nada en lo más profundo. Y es que en nuestros encuentros, está permitido desnudarse los cuerpos pero casi prohibido desnudarse el alma. Porque sabemos lo que pasará, y a veces hemos intuido lo que sería la lencería de nuestro más profundo ser, pero lo hemos vuelto a vestir con cuidado, porque eso iniciaría el camino a una implicación emocional que los dos sabemos que no nos podemos permitir, porque jugamos en ligas diferentes, nuestros mundos ni se rozan, y aun así, nos atraemos como imanes y desembocamos desesperadamente uno en el otro.  

Pero esto es sólo sexo, ¿Lo sabemos verdad? Son las normas, nuestras normas. Y me lo repito mil veces en mi cabeza al despedirme de ti en la calle: “Vamos hablando” – “Claro, que vaya bien”. Y empiezo a andar con mi mantra en la cabeza, sabiendo que hoy se mantiene firme, pero que mañana empezará a tambalearse, hasta que con el paso de los días consiga construir un fuerte que evite la catástrofe.

Nunca me han gustado las despedidas, y en estas situaciones menos, porque nunca sabes si la despedida es un “Hasta nunca” o un “Hasta la próxima”. En nuestro caso nos gustan los “Hasta la próxima”, nos gustan demasiado, pero también sabemos que tienen fecha de caducidad, que llegará un día en que tendremos que cerrar lo que está abierto y centrarnos en nuestras respectivas vidas, alejados el uno del otro. Porque aunque digamos que siempre nos quedarán las birras, los dos sabemos que será difícil estar cerca y no poder tenernos. Porque es solo sexo ¿Recuerdas?

Y así empiezo mi camino de vuelta a casa, a mi realidad, y no puedo evitar pensar ¿Qué pasaría si un día en vez de desnudarnos los cuerpos nos desnudáramos el alma? ¿Qué encontraríamos? Pero nunca lo haremos, porque ya sabes, esto es sólo sexo.

 

Un relato de Lidia Fernández

 

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