Es mejor un bocadillo de calamares que un polvo.

A veces creo que soy asexual

 

“Es que para los tíos es una necesidad. Nosotras aguantamos mucho más sin follar. Está en nuestro código biológico”. Hoy, mis amigas y yo hemos regresado al tema de conversación que nunca falla en nuestras quedadas: por qué los tíos piensan con la polla. Y siempre llegamos a la misma conclusión: no pueden evitarlo. Han sido creados para esparcir su semen y continuar la especie. Nosotras, sin embargo, buscamos al macho ideal para parir la mejor versión posible de retoño y, si lo encontramos, procuramos quedarnos con él.

Este razonamiento (que exculpa inmerecidamente a los hombres porque, pobres, no pueden evitar seguir actuando como los neandertales), lleva de manera natural al siguiente asunto a tratar: cuánto es, para una mujer, follar lo suficiente. Y entonces yo, como cuando la profesora pedía voluntarios en el colegio, trato de esconder la cabeza entre los hombros o fingir un estallido de vejiga inminente.  

“Pues tía, qué mínimo que tres veces a la semana. O una, si tienes la regla”. “Yo follo todos los domingos, como una buena cristiana”. “Depende del mes, pero no bajo de quince o veinte polvos”. Estas son frases típicas de las amigas usuarias de Tinder, que están fuera de mi liga. Las que llevan más años con su novio de los que pueden recordar defienden que la pasión hay que trabajarla, y que cada cierto tiempo viene genial probar un juguetito o irse a un hotel hortera con pétalos de rosa empapados en Amor Amor de Cacharel. Las que tienen hijos no abren la boca, pero se les perdona. Y luego estoy yo.

Para mí, follar ya supone, de primeras, un acto excepcional. Y no en el sentido de ‘maravilloso’, sino en el de ‘poco frecuente’. Cuando por fin confieso, mis amigas me intentan animar con frases como “Mejor, así no te encuentras sorpresas desagradables, que hay nabos muy poco higiénicos” o “En cuento conozcas a alguien especial te pones al día, cuqui”. Lo que no se imaginan es que, en el fondo, me da completamente igual.

Desde que desperté al mundo de la sexualidad, he creído que en realidad sigo dormida. Pocas han sido las ocasiones en las que las ganas de acostarme con alguien me han hecho latir la pepitilla. Podría contarlas, creo. Para mí, el sexo no es nada más que la mejor opción cuando las otras opciones dejan bastante que desear. ¿Es viernes, no echan ninguna peli buena y hay que ahorrar? Pues a follar. Igual tu novio te sorprende y ha aprendido una nueva manera de desgastarte el clítoris frotando. ¿Te estás liando con un tío en un bar y en tu casa te espera tu madre en bata? Pasar la noche follando es mejor, por supuesto.

Pero, más allá de esta visión utilitarista del sexo, no le veo nada tremendamente especial. Yo solita me toco, tengo los orgasmos clitorianos que me apetece y a otra cosa, mariposa. No sufro por encontrarme una polla sucia, ni tengo que aguantar que me chupen el coño como si fuese un flan Danone, ni me estreso por no haber cumplido un cupo de polvos al mes. 

¿Me faltará alguna hormona? ¿Seré asexual? ¿Estará aún por aparecer mi pareja sexual perfecta? Puede ser algo de esto o puede ser todo esto a la vez. Pero, perdonadme, amigas, no me preocupa una mierda. Uno de mis ex me provocaba squirts con pasmosa facilidad. Lo pasaba muy bien, es verdad. Pero estuve meses con escozor y meándome encima. ¿A que eso no lo cuenta nadie?

 

Berta G.