Últimamente pienso mucho en la muerte. No he perdido a nadie cercano, ni hemos sufrido enfermedades ni desgracias, pero quizá por eso siento que, por estadística y ley de vida, no tardaremos mucho en sufrir una pérdida más pronto que tarde.

Eso me ha llevado, también, a fijarme más en mi cuerpo, a vigilar cómo me afectan ciertas comidas, el estrés o los disgustos. A explorarme, como tanto recomiendan los médicos de esos programas rancios de la tele. Sobre todo después de que me diagnosticaran una endometriosis el año pasado.

Es como si, después de disfrutar de muchos años de juventud despreocupada, borracheras y locuras, sintiera que los achaques por venir ya me están rondando.

Y en una de esas exploraciones que os decía, hace apenas dos meses, me noté algo. Estaba duchándome y, como nunca utilizo esponja, aprovecho para palparme los pechos en busca de cualquier bulto sospechoso.

¡Y equilicuá! Ahí, en la zona derecha de un pecho, noté una esfera blanda de cerca de un centímetro de diámetro.

mamografía

Lo más curioso de todo es que no me alteré en absoluto. Fue como si la hubiera estado esperando y no me sorprendiera su eventual llegada.

Varias de mis antepasadas sufrieron cáncer de mama, algunas incluso fallecieron, y, de alguna manera, lo sentí como un precio a pagar por pertenecer a una estirpe de mujeres listas y fuertes. Si al final acababa siendo eso, claro.

Terminé de enjabonarme con tranquilidad, me enjuagué y salí de la ducha como un día cualquiera. Pedí cita con el médico acto seguido, eso sí.

No le conté a nadie lo que había pasado, no me gusta sembrar alarma antes de que la alarma se confirme, así que fui sola al médico.

El señor, que lamentablemente cumple los peores tópicos de los médicos (incrédulo, pasota, paternalista), me preguntó que por qué estaba ahí, que era muy joven, que seguro que era una tontería.

Y, como suele ser necesario, le tuve que sacar todos mis antecedentes para que se decidiera a explorarme. Notó rápidamente el bulto (me dio algo de gusto tener razón y callarle la boca, para qué mentir) y me puso en lista de espera preferente para una mamografía: la primera mamografía de mi vida.

Tampoco me puse nerviosa mientras esperaba a que me citaran, ni cuando me citaron, ni cuando fui al laboratorio. Tampoco cuando me estrujaban las tetas contra una placa fría (no duele tanto, por cierto. Me lo esperaba mucho peor). 

Y, por fin y rápidamente, escuché las palabras que, quizá, en el fondo sabía que iba a escuchar. La doctora, simpatiquísima, amabilísima y empatiquísima, exclamó: “¡Es benigno!” y casi le faltó ponerse a saltar de alegría.  

mamografía

El bultito resultó ser un quiste hormonal relleno de líquido que suelen aparecer y desaparecer con las mismas (o algo así). En el otro pecho me descubrieron algunos bultos más, pero también benignos.

Después, hablándolo con amigas, descubrí que somos muy pocas las mujeres que nos revisamos de manera habitual ya no sólo en el médico, sino nosotras mismas, en casa.

Así que, si alguna mujer de más de treinta está leyendo esto (espero que sí), la animo a tocarse mucho, tocarse todo lo que pueda. Para gozar, claro, y también para prevenir.