PLANCHAR, ¿SÍ O NO? EL ETERNO DEBATE

Estaba yo tranquilamente viendo Pasapalabra con mis padres (sí, mis padres han llegado a ese momento de su vida en el que perderse el rosco es un sacrilegio) y en esto que mi padre decidió aprovechar el descanso publicitario para recoger la ropa del tendal.

Porque otra cosa no, queridas, pero en mi casa siempre se han repartido de forma más o menos equitativa las tareas domésticas entre ambos géneros. Mi madre, en un intento de ahorrarse trabajo, le pidió a mi padre que doblara un poco la ropa, para no meterla tan arrugada en el cesto, y que así el proceso de plancha resultara más sencillo. Mi padre, el culmen de la vagancia (o del pragmatismo, según se mire) comenzó a defender su postura de que, si planchar ya le parecía una tarea inútil, doblar la ropa minuciosamente para que llegue lo suficientemente lisa ante nuestra amiga de acero ardiendo, era más absurdo aún. En el bando contrario, mi madre, doña “me plancho hasta las bragas”, seguía en las suyas. Que si a mí me gusta la ropa planchada, que, si no, vas a ir super arrugado al trabajo… En fin, la diferencia de educación entre una mujer que tiene que ser perfecta y un hombre que no lo tiene que ser tanto.

Yo, visualizando ese debate desde el sofá como quien está de público en un partido de tenis, decidí abrir la boca y me posicioné un poco en el bando de mi señor progenitor.

Porque la verdad es que no he tocado la plancha en mis seis años de vida universitaria (excepto para planchar la bata y el pijama del hospital, que se arrugan con solo mirarlos), y lo cierto es que en ningún momento eché en falta dicho electrodoméstico. Y puedo prometer y prometo, que soy lo peor doblando ropa. Ya puedo ponerme una tarde a ordenar mi armario, que en dos minutos parece que ha pasado el huracán Katrina por él.

Pero, señoras, creo que quien sigue planchando hoy en día ropa que no sea camisas, lo hace por deporte, por amor al arte de planchar o por canalizar la ansiedad y tener un momento de relax. Sobra decir que cada uno haga lo que quiera, pero mamá, por favor, dedícate más tiempo para ti y ahórrate la tortura de pasar un calor innecesario en agosto a 40 grados con la plancha a máxima potencia.

Que los vaqueros, las camisetas de algodón, los jerséis de punto o la ropa de deporte, no se arruga. Y lo que se arruga con solo mirarlo, para qué lo vas a planchar, si en cuanto te lo pones, arrugado está. Que la arruga es bella, y la luz está muy cara. En resumen, amigas, yo soy de las que piensa que a la plancha le quedan dos telediarios. ¿Y tú?

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