Cuando menos te lo esperas, la vida te sorprende. Es así, es un hecho, en los lugares que menos te lo esperas cuando más lo necesitas. No sé muy bien cuál elegiría como la moraleja de esta pequeña historia que me pasó hace un par de semanas, porque he aprendido tanto en tan poco tiempo que yo ya no sé.

Yo tengo perro, un perro gigante, un perro que me saca a pasear a mí, porque en nuestra relación claramente el que manda es él. Yo le dejo, que me encanta, para qué nos vamos a mentir.

Pues el otro día salimos a que Pongo me diera un paseo y para nuestra suerte nos encontramos con una señora. Nos encontramos con una mujer llorando con su perrito pequeño al lado. Ya sabéis que los humanos tenemos un poco más de miramiento a la hora de relacionarnos con seres de nuestra misma especie que no conocemos, pero nuestros amados perros no son así, así que Pongo se acercó a Lula, una Yorkshire que estaba igual de triste que su compañera de vida.

Como mi perro no dudó ni un momento en intentar consolar a la pequeña, cómo no iba a hacer yo lo mismo. (Hay que ver cuantísimas cosas tenemos que aprender de ellos). Me acerqué a la señora y le pregunté que si estaba bien, a lo que, como no podía ser de otra forma, me contestó que sí, que estaba bien, que no pasaba nada, que solo tenía un mal día. Le pregunté que si le importaba que compartiéramos banco y me dijo que no, que para nada.

Me senté a su lado y nuestros perros hicieron lo mismo, ahí estábamos los cuatro, en el banco de un parque mirando a la nada y sin saber muy bien qué decir, pero estando. Entonces ella explotó a llorar, como que se rompió en pedazos, yo me acerqué y le pasé el brazo por la espalda, noté que ella agradecía el contacto y la medió abracé sin saber muy bien qué decir.

Mi madre me enseñó que cuando no sabes qué decir siempre es mejor no decir nada, así que solamente estuve con ella y esperé. Al final ella sola, sin necesidad de que yo le dijera nada empezó a vomitar todos los sentimientos que tenía guardados dentro, me contó que su perrita tenía un tumor, que ella no tenía dinero para poder pagar la operación y que su marido no le quería dar para poder llevarla a cabo.

Estuvimos hablando más de una hora, me contó toda su historia. A vosotras os la resumiré diciendo que básicamente es una curranta que ha estado toda su vida limpiando casas ajenas para poder sobrevivir, que nunca estuvo dada de alta, que ahora ya no puede trabajar y que su marido tiene una pensión muy alta, pero que no la deja ver el dinero, para absolutamente nada.

Era una mujer mayor, mi discurso feminista de sal de ahí, empodérate, deja a tu marido y sé feliz no tenía cimiento alguno casi que ni para plantearlo, aunque aún así lo intenté. Me dijo que no era tan fácil, que a dónde iba a ir, que ella no tenía dinero, ni casa propia, ni casi dignidad. Lo peor es que toda esa parte la tenía asumida, vivía con ella, convivía con ella, lo único que de verdad le dolía, que de verdad le rasgaba el corazón, era no poder operar a su perrita.

Me conmovió tantísimo el alma y el corazón, que en ese mismo instante le dije que se viniera conmigo al veterinario de Pongo, que yo le pagaba la operación. Me dijo que no, que no podía aceptarlo, que no me conocía de nada. Yo le dije que ella no tenía que aceptar nada, que esto era un regalo que yo le hacía a Lula, no a ella.

La mujer me abrazó, no sabéis cómo me abrazó. Aún me pesa el alma de toda la sobrecarga de amor que me insufló.

Fuimos a mi veterinario de confianza, le contamos toda la historia y nos dio cita para la semana pasada, operaron a Lulita, todo salió a pedir de boca, está perfecta y fuerte como la mini leona que es y, cómo no, su dueña también parece que haya salido de una operación a vida o muerte con éxito. Nunca dejará de sorprenderme cuantísimo nos pueden ayudar los animales, de verdad que no.

Cuando todo acabó y fui a pagar la operación y los medicamentos aluciné cuanto me dio la factura y me dijo que el total eran poco más de 50€. Mi veterinario operó a Lula gratis, sin pedir nada a cambio, solamente me cobró los medicamentos a precio de coste. (Os prometo que ahora mismo estoy llorando, mientras escribo todo esto, joder). Qué gusto da encontrarse con personas así en el camino, de verdad os lo digo.

Hoy he vuelto a quedar con Lula y con Carmen, están las dos estupendas, hemos ido a tomar café y a hacernos las uñas, la he invitado yo porque nunca antes, en toda su vida entera, había entrado a un centro de estética. Me ha contado que ha tenido que mentir a su marido, le ha dicho que al final la operación de la perrita no era nada, que no había tumor y que por eso había podido pagarlo. Le tiene que mentir hasta en eso.

No quiero manchar esta historia tan preciosa que me ha llenado el alma de dolor hacia la represión que sufren las mujeres que están supeditadas a un hombre, de la violencia económica, de la represión diaria, del dolor inhumano.

Carmen ha entrado en mi vida y espero que no salga nunca de ella, hablaré con ella, pero sobre todo la escucharé. Intentaré decirle que se aleje, que busca la manera, que encuentre la solución, porque siempre, SIEMPRE, hay solución. De hecho me paso los días investigando cómo podría hacerlo, cómo podría salir de esa casa y sobrevivir, cómo podría convencerla de que el miedo a dar el paso de salir de ahí es su peor enemigo.

Qué bonitos son los animales, qué bonitas son algunas personas, qué difícil es siempre la vida.

 

Anónimo