Roberto era portero de discoteca cuando empecé a salir con mis amigas.  Era “el señor mazao” que siempre estaba a la puerta y nunca sonreía.  Me parecía monísimo.  Pero inaccesible. Y a veces, llevaba traje.

Con los años coincidimos en diferentes bares, él siempre trabajando y yo siempre de fiesta.  Llegó un momento en que ya no me parecía tan señor, me seguía pareciendo monísimo y ya no lo veía tan inaccesible.

Un sábado, antes de irme a casa, lo vi en la puerta del pub y me acerqué.  Me quedé por allí remoloneando hasta que me miró y entonces le pregunté cómo se llamaba. ¡Mierda! Qué poco original por favor, no le preguntes si estudia o trabaja….

  • Alberto, me llamo Alberto

  • Hola Alberto ¿me das un beso?

¡¡Y funcionó!! Tenía en la boca la lengua del señor mazao que a veces llevaba traje.

  • Salgo de trabajar en cuanto tus amigas y el resto de esta gente se vaya ¿me esperas?

Le esperé y fuimos caminando hasta la playa, nos sentamos en un banco y nos estuvimos besando hasta que empezamos a desentonar mucho con la gente en chándal que salía a correr.  Me cogió de la mano y empezamos a caminar.  De vez en cuando parábamos a besarnos, Roberto me decía que le daba vergüenza, que era mayor para aquello.

Besaba lento y me sujetaba la cabeza con dulzura.  Me acariciaba la nuca y me miraba fijamente.  Llegamos a su portal, abrió y me invitó a subir.  No subimos las escaleras besándonos como solía ser habitual en esas situaciones, y no nos buscamos como animales en cuanto se cerró la puerta.

Parecía que sólo tenía ganas de follar yo.  Me preguntó si quería que me preparase un café o me apetecía algo de comer, le dije que no.  Sólo me apetece besarte – pensé.

Me dejó a medias en el sofá y me pidió que esperase un momento.  Volvió cambiado de ropa y con su número de teléfono apuntado en un papel.  Me dijo que lo sentía muchísimo pero que se le había hecho muy tarde.

No daba crédito. Primero me besa, después me lleva a su casa de la mano y ahora ¿me dice qué se le hace tarde? ¿Tarde para qué si es domingo y son las once de la mañana?

“Llámame ¿vale?  Por cierto ¿cómo te llamas”

Pero yo ya bajaba las escaleras de dos en dos mandando mensaje “tía m nroyé con l Portro,salgo aora d su ksa, plin raro xo bsa guay” “Portro?No abías dixo q se yamaba Roberto”.

Y así fue como Roberto, pasó a ser Portro.  Por querer ahorrarme la e de Portero en un mensaje de texto.

El sexo más acrobático de mi vida lo tuve con él, que dudo si por las mañanas iba al gimnasio u opositaba para el circo del Sol.  Las únicas veces que temí por mi vida mientras follaba, también fueron con él. Miedo a morir desnucada.  El sexo era bueno, en la cama era un hombre apasionado y generoso.  Fuera de ella, era tradicional y cariñoso.  Demasiado para mí.

Le gustaban las caricias tiernas en el sofá y que nos quedásemos abrazados en la cama después de hacerlo.  A mí, después del sexo me gustaba ir al baño e irme a casa.  Estábamos en puntos vitales diferentes.  Él quería algo parecido a una relación y yo me estaba dando un descanso de otra, como Rachel y Ross en Friends.

No le había dado mi teléfono, así que era yo siempre la que llamaba, la que decidía cuándo y dónde.

A veces discutíamos porque él no entendía qué era aquello.  Qué significaba para mí o hacia dónde íbamos.  Nunca le engañé y siempre le dejé claro que yo “tenía pareja, pero nos estábamos dando un tiempo”.

Un día al salir de trabajar, fui a su casa como habitualmente, y nada más abrirme la puerta, me dijo que, si sólo quería follar, podía irme.  Creí que estaba de broma y pasé hasta la cocina, pero al ir a besarle, él se apartó.  Ese día tuvimos una conversación de esas largas y profundas, pero terminé como siempre, haciendo equilibrios sin bragas.

Roberto tenía interés y me lo demostraba, pero las discusiones cada vez eran más frecuentes – es la última vez- me decía a menudo.

El último día que estuvimos juntos, cuando llegué a su casa, me estaba esperando en el portal.  Me dijo que, si sólo quería follar, podía irme.  No parecía estar de coña.  Le besé, por tantear, y me correspondió.  Me cogió por la cintura mientras me besaba con ganas; yo le besaba victoriosa con los ojos abiertos creyendo que había vuelto a salirme con la mía, pero cuando terminó el beso, Roberto bajó la mirada y me dijo que lo sentía, que tenía su teléfono por si cambiaba de opinión.

Se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras.  Yo subía detrás preguntándole que qué le pasaba, si hablaba en serio.  Volvimos a besarnos en el descansillo del primero.  Y en el del segundo.  Pero no abrió la puerta.  Nos quedamos allí besándonos con rabia, cada uno por un motivo muy distinto.  Nos besamos hasta que no pudimos más y luego me miró con las llaves en la mano y me dijo que la decisión era mía.

Nunca se me había dado mal sostener las miradas, pero aquella dolía. Le dije bajito adiós, porque tenía un nudo en la garganta y bajé las escaleras llorando.  Las mismas que hacía meses bajaba de dos en dos, loca de contenta.

Alguna vez hemos vuelto a vernos, y me ha insinuado que ya no busca nada parecido a una relación, pero volvemos a estar en momentos diferentes.  A mí ya se me pasó el deseo, ya no lo miro con ganas.  Y es que la pasión, es de las pocas cosas que hay que coger al vuelo, como la ilusión, porque si no, corre el riesgo de evaporarse.

La vetusta bloguera