Siempre me he sentido muy afortunada en el arte del ligoteo. En el amor no. Ahí me va de culo. Bueno, en general toda mi vida es un cúmulo de caos, chocolatinas baratas del Mercadona y trabajos precarios. El lado positivo es que orgasmos tengo para dar y regalar.

Hace seis meses me mudé y como me sentía un poquito sola en la ciudad, decidí instalarme Tinder. Obviamente no quería hacer amigos, pero sabía que quedando con chicos estaría entretenida y que tarde o temprano haría amigos.

De todos los tíos que conocí no surgió ningún follodrama ni me dieron razones para salir corriendo sin mirar atrás o echarles spray de pimienta en los ojos. Eran normalitos. Algunos más guapos, más divertidos, más espabilados y más empotradores, y otros menos.

Un buen día empecé a hablar con Enrique. Tenía 32 años y trabajaba como informático en una multinacional. Empezamos a hablar de videojuegos, que era nuestro principal hobby en común, y de música, y poco a poco congeniamos. Me hizo tilín y nos intercambiamos el WhatsApp. Poco después quedamos.

Resultado de imagen de tinder

No soy yo de esas chicas que esperan para echar un kiki. Nunca he creído que posponer un polvo te asegure amor o que aumente tu valor como persona. Somos seres humanos, no objetos. Sin embargo con Enrique no surgía.

Fuimos al cine, de bares, a dar paseos, a bibliotecas y un largo etcétera de planes, pero cuando nos despedíamos y le proponía subir a mi piso para tomar una última cerveza (a.k.a para echar un polvorete) me daba largas. Un par de semanas después yo me rayé lo más grande y le dije que por favor me aclarase las cosas. Le dije que si quería que fuésemos sólo amigos me parecía genial, pero que por favor fuese sincero porque yo no taba química de la buena.

Esa noche subió a mi casa y me contó su secreto (que para vosotras no lo será porque lo habéis leído en el título): tenía un solo huevo.

Resultado de imagen de egg

Yo no quise ser maleducada y no pregunté, pero me contó toda la historia. Lo había perdido por una torsión testicular. Yo no tenía ni idea de medicina y tampoco de anatomía masculina, así que simplemente asentí. También me dijo que el tema del testículo le acomplejaba muchísimo y que por eso llevaba DIEZ MESES sin follisquear. 10, tías. 300 días más o menos sin bailar el mambo horizontal.

Supongo que al sincerarse se libró de la carga que tenía, porque ese mismo día lo hicimos. Se la comí, le acaricié los huevos, le cabalgué como si fuese una vaquera del oeste y ambos nos corrimos. ¿Y sabéis qué? Ni me enteré de que le faltaba un huevo. Si no me lo dice ni me cosco.

Estuvimos saliendo durante varios meses, pero luego lo dejamos porque la cosa no cuajo, aunque acabamos de buen rollo. Sin embargo, gracias a él aprendí una experiencia: los complejos son como cuando crees que te huele el chumino en el curro pero sólo lo notas tú.

 

Anónimo