Cuando empecé a estudiar la carrera de Psicología mi único acercamiento a la salud mental era la depresión. Por desgracia este trastorno me había tocado demasiado cerca. Supongo que hoy en día a cualquiera. La depresión es para muchos profesionales sanitarios una epidemia y no es para menos.

Ahora han pasado muchos años desde que aquella cría entraba por primera vez en la facultad. Los libros te enseñan mucho, pero no sabes lo que es la depresión hasta que tienes un paciente con cortes en los brazos, arañazos en las piernas o el pelo enmarañado porque lleva una semana en la cama y sólo ha sido capaz de levantarse para venir a verte a consulta.

Cualquiera conoce lo que es la depresión, pero no todos la entienden.

 

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De todas las historias que he conocido me quedo con la de Elena. En realidad, su nombre era otro, pero me parece poco ético revelar tanto sobre ella. Tenía una hija adorable y sana, un matrimonio feliz, una familia que la apoyaba en la crianza de su bebé y en cualquier decisión, y un trabajo más que decente. Cuando hablé por primera vez con ella en consulta me di cuenta de que era tremendamente inteligente, y a medida que nos fuimos conociendo más, pude confirmarlo. Le gustaba escribir y todos sus relatos tenían esa capacidad para emocionar a cualquiera.

Era una mujer espectacular con una depresión que le impedía vivir. Al principio sólo salía de casa para venir al centro. Recuerdo que era invierno y más de una vez al quitarse el abrigo iba en pijama. No podré olvidar el día que apareció con quemaduras de cigarrillos por todos los brazos, ocultándolas en silencio, pero pidiendo a gritos ayuda. Aquel día lloré en el autobús.

En uno de sus diarios Elena escribió algo que me marcó muchísimo. Le pedí fotocopiarlo para utilizarlo en el futuro, porque reflejaba a la perfección lo que otros pacientes sentían. Este era su texto:

«Me siento como en la caída libre de un parque de atracciones. Estoy arriba del todo viendo un paisaje precioso. Si me fijo puedo escuchar las risas, el ruido de los pájaros en el cielo, la brisa del viento, o la gente pasándoselo bien. Da igual, porque en ese momento yo sólo sufro. Me asusta la caída, pero quiero que llegue ya. Sé que cuando acabe habrá merecido la pena. El estómago me da un vuelco y el corazón está a mil por hora. Tener depresión es montarte en esa atracción y permanecer durante meses arriba, sin posibilidad de bajar, con el cerebro atontado por la altura y el corazón palpitando por el miedo.”

Elena ya no es mi paciente. Le di el alta hace mucho tiempo y ahora sólo me la cruzo de vez en cuando, pero siempre me alegra encontrarme con ella. La última vez estaba sonriente con su niña en el parque. También me enteré que había ganado un concurso de relatos.

 

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Como su caso hay muchos, tanto míos como de otros psicólogos o personas que lo han vivido en primera persona. De la depresión se sale, aunque a veces parezca imposible.

Cuando estás en el pozo lo ves todo negro y crees a ciencia cierta que nada va a cambiar. Hay salida, pero para ello necesitas pedir ayuda. Habla con tu familia. Habla con tus amigos. Habla con un psicólogo. Habla con quién sea, pero habla, porque esa es la única manera de sacar toda la mierda y limpiar bien tus tuberías mentales atascadas. Habla y después, con las pautas de un psicólogo, actúa pasito a pasito. Poco a poco irás viendo más cercana la salida del pozo.

Si has padecido depresión, cuenta en comentarios tu historia de superación para demostrar que de esto se sale.