Facebook, WhatsApp, Twitter, Tinder, Instagram, LinkedIn y hasta Tuenti (bueno, a mí ya se me ha pasado el arroz para el Tuenti…), estamos en las redes, no nos queda otra si queremos vivir al día y no hacer como el sabio Diógenes y quedarnos encerradas en el barril… o lo que es lo mismo, en el triste mundo de la cuenta viejuna de Hotmail, de los SMS de pago y de esperar toda la tarde del viernes a que tus colegas te llamen al fijo de casa para quedar… para luego enterarte de que el plan llevaba consensuado desde el martes por la mañana pero tú no estabas en el grupo de WhatsApp para saberlo.

¿Qué hay de malo en ello? ¿Esta vida digital que nos estamos forjando está llena de fenomenales ventajas o por el contrario, nos hace vivir en un “Gran Hermano” orwelliano permanente?. Ese debate mola –mucho- pero siendo prácticas, y asumiendo que en mayor o menor grado, “hemos caído” en las redes de la Red, lo que ahora cabe preguntarse es ¿lo estamos haciendo bien?

Leyendo el post sobre ciberacoso y  la historia de Caitlin Seida me doy cuenta de lo poco que sabemos sobre ciberseguridad. Y no hablo sólo de tomar precauciones a la hora de poner contraseñas, comprar por Internet, tener a raya los virus o configurar la privacidad del Facebook. Hablo de cosas más graves, casos que se denuncian día a día y sobre los que todavía no hay mucha información ni material legal al respecto.

Por ejemplo: ¿Os suenan problemas como el ciberacoso sexual, la ciberviolencia de género,  el ciberbullying, el grooming, o la sextorsión? Hay estudios recientes que demuestran la enorme relación entre la violencia de género y sexual en adolescentes y el uso de redes sociales, y con datos que son preocupantes: parece que se ha naturalizado que la pareja nos controle a través de WhatsApp, que se utilice nuestra imagen online para chantajes y extorsiones y que aireemos nuestra intimidad en Facebook sin tener demasiado en cuenta quién tiene acceso a esa información.

En resumen, parece que las actitudes de discriminación, tales como el acoso, el sexismo o la violencia, de la vida real, han dado el salto a la red y se han hecho virales; pero no por ser virtuales duelen menos…

Como en esto de internet cada maestrillo tiene su librillo, no hay una receta mágica para asegurar nuestra ciberidentidad. Pero si hay una serie de consejillos que merece la pena tener en cuenta y no son difíciles de aplicar:

  • Tu vida es tuya: nadie tiene por qué saber, si tú no quieres, que te graduaste en el Instituto Público Las Berenjenas promoción 1999 y luego trabajaste en Caprabo, S.A. mientras te sacabas ese curso de guitarra de CEAC y estabas en una relación con Paco el de tu pueblo. Controla quién accede a tus datos personales y ten en cuenta que tu perfil en las redes es una de las primeras cosas a las que acceden, por ejemplo, tus conocidos o tus potenciales jefes y compañeros de trabajo. (No lo niegues: tú también cotilleas a l@s demás). Marca bien las distancias: el correo de trabajo no es el correo personal, el perfil de Facebook no es el LinkedIn, y si mezclas churras con merinas, puede que estés diciendo más de lo que quieres contar. Y si eres como yo, que te haces un lío que no veas con el tema de la privacidad en las redes sociales, échale un ojo a estos tutoriales.
  • ¡Cuidado con la Webcam! Esto se ha convertido en una máxima de ciberseguridad: no está de más girar la cámara a algún ángulo muerto cuando no estemos usándola, o cubrirla con un papelito. Puede ser manipulada de forma remota con mucha facilidad. Todo el mundo me pregunta porque llevo un Post It pegado en el portátil wherever I go, pero ande yo cibersegura, ríase la gente.
  • Ojo con los selfies y el sexting: somos libres de disfrutar de nuestra sexualidad como nos venga en gana, pero pensémoslo dos veces antes de publicar o reenviar imágenes comprometidas en el entorno red: yo soy de la filosofía de que si quiero hacerle un Scarlett al churri o a la churri, mejor se lo hago en directo. Mismo consejo a la hora de almacenar esas fotos en dispositivos como el teléfono móvil: vuelca las fotos en el ordenador cada poco tiempo, y elimínalas del Smartphone. Yo soy experta en hurtos (mejor dicho, en que me hurten) y he aprendido la lección: poner contraseñas, activar opciones de borrado remoto, subir lo importante a la nube (Dropbox o similar)… Y a la hora de ligar por internet, pies de plomo: enviar un selfie sexy a un desconocido es como escribir a un ex estando borracha: hay un alto porcentaje probabilístico de acabar cagándola.
  • Las etiquetas: hay motivos más serios para controlar quién etiqueta nuestras fotos que el hecho de que nos salga una papada gigante, ojo, que también. Así que antes de desetiquetarte, intenta saber quién la ha subido, quién puede acceder a esa imagen y si la consideras potencialmente ofensiva. Puedes pedirle a esa persona respetuosamente que retire esa foto, o denunciar su contenido. No somos celebrities ni cobramos por salir en las revistas, así que tampoco tenemos que tener reparos en defender nuestra imagen, que para algo es única e intransferible. Podéis echaros una partidilla en el Privial, un tutorial en forma de juego para aprender sobre imagen online.
  • La sombra de Messenger es alargada: y de Fotolog, y de Blogger, y de MySpace, y de Tuenti, y mientras tú estás tan tranquila sentada leyendo esto, esas fotos de los botellones adolescentes, ese vídeo infame que te grabaron en las fiestas del barrio o el álbum de aquel viaje a Lisboa con el tío que luego resultó ser un grandísimo mamón rulan por internet. Puede que le tengas cariño a ese perfil social o no quieras perder las fotos y te de pereza máxima ponerte a escarbar en tu pasado para recopilarlas una a una. Para eso hay programas maravillosos como 20up, que hacen un backup de toda la información y te almacenan en el ordenador todas las fotos de tus perfiles de Redes Sociales para que puedas eliminar la maldita cuenta de una vez.
  • En pareja: que tu compa te exija la contraseña de tus perfiles sociales no es una muestra de amor, sino de celos y de desconfianza. Tampoco es amor que controle tus conexiones y contactos, ni que utilice fotos o vídeos tuyos como forma de chantaje o amenaza. Recordad que empezamos a usar WhatsApp allá por 2012 porque nos permitía mandar mensajes gratis, no para convertirlo en una cárcel virtual donde dar cuenta de nuestros movimientos a todo bicho viviente.
  • Herman@s mayores, madres, padres o quienes tengamos chavalería cerca. Seguro que alguno recuerda por aquí la triste historia de acoso de la adolescente canadiense Amanda Todd. La chica terminó suicidándose porque no supo frenar el acoso en Internet. Es importante trabajar en la prevención con ellos, porque son todavía más vulnerables y aunque son la generación “nativa digital”, la lían parda igual que nosotros.

Y luego están, claro, el respeto, la tolerancia y el sentido común. Trolear en un foro o blog es una triste práctica que puede pasar de ser una gracieta a un caso grave de acoso. Recuerdo como hace pocos años alguien cercano a mí pasó una época realmente mala, porque gracias a la aplicación de Formspring, un anónimo de su instituto se dedicaba a atacar su gordura por las redes. Podéis figuraros el sufrimiento que supone ese acoso, máxime cuando ni siquiera puedes poner cara al acosador o acosadora y nadie puede pararlo.

La mala ostia es internacional e interdimensional, también en el ciberespacio. El anonimato que supone la red refuerza esa sensación de impunidad, y aunque se está avanzando en el tema,  de momento es difícil de cambiar. Pero mientras, no se lo pongamos fácil a quienes quieran pasar el tiempo a costa de fastidiar el nuestro. Creo que ya lo dije: nuestra felicidad es la mejor venganza. (¡También en la red!).

Autor: Irene Riot