Hay días en los que echo de menos ir al psicólogo. Es verdad que a todos nos vendrían genial unas cuantas sesiones de terapia, más que nada porque tenemos, en general, cero educación emocional y nos bloqueamos a la primera de turno porque nadie, nunca, nos ha enseñado a gestionar ciertos problemas. Pero también es verdad que no se puede abusar de nada en esta vida, y que yo ya tuve mis años de terapia y que ahora, también, tengo que poner en práctica todo lo que aprendí, pero yo solita. ¿Si no, qué sentido tendría?

También hay días en los que me arrepiento un montón de no haber tomado notas en el psicólogo. Porque me enseñaron muchísimas cosas y seguro que la mitad se me han olvidado ya. Eso sí, las enseñanzas importantes se me quedaron grabadas a fuego. Conviene recordar en este momento que la psicología no es como las matemáticas. No hay leyes universales que nos afecten a todos en cualquier circunstancia, así que las enseñanzas que yo haya podido sacar para mí misma no tienen por qué ser válidas para ti. No obstante, creo que esta que da título a mi artículo es más universal que la ley de la gravedad.

Una de las enseñanzas más importantes que aprendí en el psicólogo fue la aceptación. Weloversize es el sitio de la aceptación por excelencia, pero seguro que a alguna le ha pasado lo mismo que me pasaba a mí antes de ir al psicólogo. Estaba totalmente convencida de que quería aceptarme, pero no sabía cómo se hacía. Pues yo no solo aprendí a aceptarme a mí misma tal y como soy, sino que tuve que aprender a aceptar a los demás, que eso es muchísimo más difícil (al menos para mí).

Aprendí que cuando de repente te encuentras con algo que no te gusta, tienes que afrontarlo enseguida. Cuanto más lo dejes pasar, más ansiedad te generará. Y esto vale tanto para contestar un mail de un profesor como para mirar tu barriga, que te crea muchísimo complejo. ¿Y cómo se afrontan las cosas que no nos gustan? Usando la cabeza y parándonos a pensar. (Pararse a pensar, otra cosa que parece muy fácil pero… ¿cuántos de nosotros paramos, de verdad, y reflexionamos sobre aquello que nos preocupa?)

Mi complejo de toda la vida han sido las estrías (complejo, por cierto, que se convirtió en el tema de mi segunda novela) y tuve que hablar sobre ello con mi psicólogo. Paso 1: reconocer que no me gustan mis estrías. Paso 2: pensar en qué puedo hacer. En este segundo paso es donde solemos fallar la mayoría, ya que, más o menos, todos sabemos lo que nos gusta y lo que no.

Cuando identificamos aquello que no nos gusta, lo primero que tenemos que pensar es en si «tiene solución» o si es una causa perdida. Por ejemplo, si no te gusta nada responder e-mails, tienes múltiples posibilidades: programar una respuesta automática, pedirle a la gente que no te contacte por esa vía, ponerte minirecompensas para cuando respondas cinco de un tirón… Pero cuando no te gustan tus estrías… no hay nada que hacer. Solo puedes aprender a vivir con ellas.

Otro día quise hablar con mi psicólogo sobre los gilipollas. Supongo que todos sabemos que internet está lleno de ellos, y si te mueves con frecuencia por las redes sociales, o, peor, si tú trabajo tiene que ver con mirar redes sociales, responder comentarios y demás… los gilipollas van a ser parte de tu día a día. Me hizo mucha gracia que, a través del mismo proceso que he citando anteriormente, llegué a la misma conclusión que con las estrías: con los gilipollas tampoco hay nada que hacer. Pero hay que vivir con ellos.

Los gilipollas son exactamente iguales que las estrías. Las estrías, de repente, aparecen. Y ya no se van a ir. Te puedes dar cremitas para rebajar un poquito las que ya han aparecido y puedes prepararte para las que estén por aparecer, pero tienes que aprender a vivir con ese «problemilla» para el resto de tu vida. Tienes que aceptarlo. Y es tu responsabilidad, nadie lo va a hacer por ti.

La aceptación es darte cuenta que algo es de una manera determinada y dejar de luchar por cambiarlo, porque esa lucha interminable (contra ti misma, además) por pretender cambiar algo que no cambiará nunca es la que nos agota, física y mentalmente, y nos genera otra serie de problemas como el estrés, los trastornos o las fobias. Y no, esto no es una apología de la obesidad, ya que muchos confunden aceptación con resignación. La obesidad no es uno de esos «problemas» sin solución. La obesidad es como lo de responder mails, tienes varias posibilidades para enfrentarte a ella. Sin embargo, los gilipollas son eternos. Como las estrías y como la ley de la gravedad.

Y así fue como aprendí que nunca jamás debía dedicar ni un solo minuto de mi tiempo a los gilipollas. Igual que ya no dedico ni un solo minuto de mi tiempo a lamentarme porque tengo estrías. Las estrías ya no me impiden hacer nada: me compro la ropa que quiero, me pongo bañadores y bikinis, voy a la playa, no tengo miedo a desnudarme delante de otras personas… Pues los gilipollas lo mismo. Ya no me frenan. Los he aceptado, soy consciente de que haga lo que haga van a estar a mi lado y estoy preparada para los que vengan en el futuro. Procuro no provocarles, pero he entendido que cuando aparecen lo mejor que se puede hacer es decirte «anda, un gilipollas más. Bueno, ya sé que existen y sé que no tienen nada contra mí, solo necesitan demostrarle al mundo que son gilipollas, y me usan a mí para demostrarlo. Qué mala suerte, pero solo son gilipollas, así que chao y a otra cosa». Cuando aparezca un gilipollas en tu vida, imagina que es una avispa: quédate quietecita sin hacer muchos aspavientos y ya verás como en unos segundos se va a clavarle su aguijón a otro.